Arcadia

Un último baile

Era medianoche, pero el cielo no estaba lo suficientemente oscuro y permitía a los viajeros observar con nitidez lo que se encontraba su alrededor.

—Tenía razón...—jadeó Seth mientras apoyaba a Duman en un tronco y a la vista de Elion—Estábamos cerca del reino.

—Sí, y a qué precio. Estamos agotados y es evidente que es una trampa. — respondió Erin.

Estaban deshidratados. Se habían pasado todo un día caminando y, a pesar de ser cierto que se encontraban cerca, apenas tenían fuerzas como para empuñar una espada. Las palabras de Erin no le parecieron un disparate. Para salir indemnes del reino iban a necesitar algo más que buena suerte.

—De todos modos, el objetivo se resume en encontrar a Tresa. Cogemos los caballos que hay en los establos de la entrada y partimos en busca de algún refugio.

La ingenuidad de Seth hizo reír a Erin deseando tener su mismo optimismo.

Ella creía que Tresa podía encontrarse en el castillo y que el plan de Acras era utilizar el reino de Elion como escenario de guerra. Lo lógico, para ella, sería evitar la batalla a toda costa; pero infiltrarse sin dejar huellas y hallar a Tresa sin ninguna ofensiva era un plan imposible.

—Entraré yo. Tú cuida de Duman, que descanse todo lo que pueda. Espera un par de horas y luego adéntrate en los establos. Si hay guardias y te ves capacitado de enfrentarlos hazlo, pero lo más sensato sería colarse en los establos sin ser percibido.

—¿Y si no regresas? —preguntó angustiado.

—Márchate sin mí.

Aquella respuesta le preocupó todavía más.

—¡Deja que entre yo, soy más ágil!

—¡Seth!

Estaba convencida de que él podía escalar el castillo y colarse en alguna rendija o ventana entreabierta, pero si Acras se encontraba ahí entonces él sería descubierto. Erin no quería batallar, ni mucho menos entrar a hurtadillas. Sus verdaderas intenciones eran dialogar con Acras y negociar que le devolviera a Tresa. Quería pactar con el diablo y se veía capaz de hacerlo, pero con un gran sacrificio de por medio.

De repente, el cuerpo de Duman comenzó a moverse, somnoliento, tras haber recuperado la conciencia.

—¿Qué ha ocurrido?

Seth le ayudó a incorporarse mientras le explicaba la situación y Erin chasqueó su lengua molesta, convencida de que su plan no iba a poder realizarse, o al menos no con Duman presente.

—Te acompaño. —fueron las palabras que la pelirroja tanto temía escuchar.

—Apenas puedes mantenerte en pie. Guarda fuerzas para cuando realmente necesites pelear.

Sin embargo, él hizo caso omiso a sus palabras y con la mirada comenzó a buscar su espada:

—He dicho que te acompaño.

Erin rodó los ojos rendida.

—Haz lo que quieras. —se volteó furiosa—Pero no pienso cubrir tu espalda.

Más adelante, para sí misma, murmuró "puto cabezota" y no pudo evitar maldecir que no siguiera inconsciente.

Así pues, los cuatro se dirigieron hacia el embarcadero. La muralla de acero era demasiado alta como para escalarla y no eran tan insensatos como para entrar por la entrada principal. Su única posibilidad para infiltrarse era desde la entrada del puerto, donde no había guardias vigilando.

Los cuatro, a horcajadas, salieron de su escondite sorprendidos.

—¿Así trabajáis en Elion? No puedo ni imaginarme entonces como de arduo debe de ser tu trabajo, comandante. — bromeó Seth.

Duman le hubiese tachado de crédulo o incluso necio por no ser capaz de prever la situación en la que se encontraban; pero no quería gastar la poca energía que le faltaba en discutir y aquel incidente le robó las palabras de la boca, inquietándole todavía más.

Encontrar Elion sin seguridad era como no encontrar delincuencia en Seirin o nubes en el cielo. Algo totalmente impensable.

Duman y Erin cruzaron miradas, vigilantes y a la espera de cualquier movimiento. Para su sorpresa, el paseo marítimo estaba también deshabitado. No esperaban encontrar a muchos ciudadanos, pero de ahí a ninguno: sea guardia, habitante o trabajador, era cuanto menos preocupante.

Erin entró en la primera taberna con la que se encontró, que también estaba despejada.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el rubio temeroso.

—Es una trampa. Seguramente hayan evacuado a todos los ciudadanos.

Erin pronunció aquellas palabras desesperada, pero apenas pudieron discutir sobre qué hacer a continuación cuando comenzó a sonar una música relajante, aunque tétrica.

De la misma forma que suena un bals a la espera de una pareja para bailarla, también se podía asemejar aquel sonido con un ritual y la imagen de la muerte danzando alrededor de un cementerio.

La tonalidad era menor y el ritmo inesperadamente irregular. No se podía identificar ningún patrón, pero el sonido estridente del violín y el órgano provocaban tensión y dramatismo.

Los corazones de los presentes fueron devorados por el miedo y el temor a lo inesperado. Nunca habían escuchado una melodía tan escalofriante.




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