Arcadia

La Primera revolución

Sería la primera vez que Arcadia sufriría no una guerra, sino una sedición. Es así, como lejos de los nombres que se les consagrarían a las grandes batallas, aquella confrontación con el tiempo sería denominada La primera revolución en Arcadia.

La mente de los presentes increpaba piedad y sus pies, apuntando hacia la dirección de Acras, se mostraban postrados sobre el suelo. No se miraron entre ellos, porque temían despegar su mirada y que este desapareciera de su vista.

—Mi señor. —balbuceó el gobernador de Elion, pero Acras no reparó en él. Giró su cuello lentamente hacia Tresa, y con sus ojos más rojos que nunca, paralizó a la morena adentrándose en su mente e inundándola en miedos e inseguridades que cuestionaban su mandato.

—¡Basta! —exclamó mientras se agazapaba en el suelo. Erin la consoló abrazándola y cuando Acras iba a avanzar hacia ella apareció de pronto el gobernador de Argag, interrumpiendo su camino y focalizando su atención.

—¡Tresa!

El emperador no le dejó dirigirse hacia su hija, quien con su tridente le cortó el paso recordándole que él seguía presente. Su padre tragó saliva y con sus ojos intentó desviar su mirada evitando cualquier intimidación, pero la voz de Acras le hizo temer por su vida:

—Traidor.

Apenas pudo explicarse cuando de una estocada le atravesó el pecho. La mirada de Tresa voló hacia él ahogando un grito de desesperación, deseando no haber visto lo que realmente acababa de suceder:

—¡Papá!

Cecie y Jara se taparon su rostro, conmocionadas, mientras que Erin y Will observaban incrédulos aquella escena. Tresa se mantuvo de rodillas en el suelo con su cabeza dando vueltas y su corazón a punto de desmoronarse. Aquella escena había sucedido demasiado deprisa, y aun así Tresa nunca sería capaz de borrar aquella imagen de su mente. Por un momento, la Tierra dejó de girar para ella, todo se volvió difuso y las voces que escuchaba estaban distorsionadas.

Acras se deshizo del cuerpo dejando al gobernador de Argag terriblemente herido y a un costado de los heridos. Tresa se levantó del suelo, enfurecida, y con la espada trató de detenerle, pero el antiguo emperador, que era indudablemente superior a ella no le hizo falta siquiera sacudir su arma para hacerla caer nuevamente al suelo. Ninguno de los presentes supo cómo lo hizo, pero logró petrificarla imposibilitándola que se reincorporase. Lo único que visualizaban eran las lágrimas de su compañera caer. Su mente hacía lo posible por salir de aquel estado y levantarla para que dejase de estar postrada a los pies de Acras, pero su cuerpo no respondía y lo único que hacía era sollozar. Jara avanzó dispuesta a ayudarla, pero el antiguo emperador la amenazó con dar un paso más y de una orden ejecutó el ataque de sus secuaces:

—Matadlos.

Su tono de voz grave y directo les espantó, y ante aquel aviso desenvainaron sus espadas preparados para defenderse a ellos mismos, a Cristian y a Duman, quienes continuaban heridos sobre el suelo. Mientras tanto, Acras observaba sobre sus pies a la heredera de Argag. Levantó su tridente deseoso de acabar con la persona que le había desmoronado todos sus planes; sin embargo, la mirada de Tresa se postró sobre la suya, desafiante. Aquel gesto, lejos de intimidarle, le sorprendió, pues nunca nadie había osado provocarle ni mucho menos responderle en un duelo mental.

Acras levantó su mentón, su yelmo no dejaba entrever su rostro, pero su mandíbula estaba tensa y había un brillo atravesando su mirada: un fulgor ocasionado por el disfrute que le provocaba observar a su más temible enemiga, a sus pies intentando batallar contra él. Se agachó hasta su altura, de cuclillas, y la sujetó por el cuello con una fuerza temerosamente mortal. Al principio la morena se mostró indiferente, pero su rostro comenzó entonces a enrojecerse.

—Y pensar que la muerte es tan bella que nadie ha regresado de ella. —murmuró sarcástico mientras apretaba su agarre—Pudiste haberme acompañado en este ataque, Tresa, pero tu prepotencia e ignorancia te han condenado al peor de los finales. Ahora tendrás que observar, desde arriba, como gobierno Arcadia y sucumbo al país en una nueva era marcada por la oscuridad. Un renacimiento donde la fuerza y el poder es lo que prevalece.

Agarró su tridente y echó su brazo hacia delante; pero entonces ocurrió una escena que Acras jamás pudiese creer que sucedería: una sublevación.

Tresa, con todas sus fuerzas, hizo lo posible por despertarse de la neblina que el soberano había adentrado en su interior, concentrando su destreza en su mano derecha para desenvainar la espada y cortar su mano. Se incorporaron al unísono, pero para su desgracia la mano de Acras se regeneró con un sentimiento agridulce.

—Hacía diez décadas que nadie empuñaba un arma contra mí. Debes de sentirte orgullosa de ser la primera valiente en hacerlo.

O más bien insensata.

Hubo un breve silencio ante la respuesta que el soberano había dirigido a su mente, pero no se dejó sorprender ni mucho menos intimidar y su cabeza, para salir de aquel estado, elaboró la primera pregunta que se le cruzó:

—Renaciste coincidiendo con nuestro nacimiento, ¿es eso cierto? —preguntó Tresa. Aquella cuestión sorprendió a Acras, quien no entendía el cometido de solventar aquella duda. De todos modos, él continuó con la conversación.




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