Arcadia

3- el milagro de una vida

Bartolomew "Mew" Weiss pensó que aquel día era el más largo de toda su corta vida. Nunca, en sus casi catorce años, había sentido un dolor tan profundo en su alma vieja. Aunque estaban cerradas todas las ventanas de la oficina, el frío aún le recorría por su cuerpecito delgado y pobremente vestido.

    Llevaba horas sentado casi en la misma posición; la mayoría de la gente ya había acabado su turno de trabajo. Los dos que quedaban, la señorita Braddock y el señor White, apenas parecían recordar que Mew estaba allí. Y lo estaba desde muy temprano, desde que el juzgado de menores había comenzado sus actividades a las nueve de la mañana.

Prácticamente, nadie le había dirigido la palabra a Mew en todo el día. Y él, en el fondo de su corazón, se los agradecía. Una y otra vez veía en su mente las mismas escenas: la carretera mojada, los árboles que pasaban a su lado a una velocidad peligrosa, un grito aterrador, un fuerte golpe , alguien, quien una única vez pronunció su nombre…Y un paralizante silencio, después.

Mew no supo lo que había pasado, sino después de varias horas, al recuperar la conciencia. Y una única pregunta le rondaba su cabecita morena: ¿por qué Dios le había arrebatado, primero a su mamá y ahora a también a su papá? Tenía muchas ganas de llorar pero parecía haber gastado ya todas sus lágrimas. Se sentía solo, abandonado y también furioso. Quería dormir, para despertar después en un claro amanecer. Movía sus labios, susurrándose que aquello sólo era una horrible pesadilla. O quizás, un error.

Seguramente, su padre aparecería, en cualquier instante, por alguna de aquellas puertas, sonriendo, con los brazos abiertos y diciéndole: “hola, Dulzura”.

Pero las horas pasaban y las puertas no se abrían. Estaba cayendo la noche y el frío aumentaba. El joven Mew no sabía cuánto más podría soportar allí sentado. Miró, con algo de timidez, hacia la puerta entreabierta, donde la señorita Braddock y el señor White hablaban. Se levantó de aquella silla dura y sintió las piernas entumecidas, al dar los primeros pasos. Se acomodó su campera, aún manchada con su propia sangre, y se cercó a la puerta caoba tratando de escuchar lo que hablaban dentro. Pero ahora, ninguno de los dos pronunciaba palabra. Permaneció atento por varios segundos pero la señorita Braddock y el señor White parecían inmersos en algo que leían.  Cuando Mew amagaba con dar la vuelta y volver a su silla , escuchó la delicada voz de la señorita Braddock, anunciando:

- Se hará como usted diga, señor White, me temo que el jovencito deberá quedarse en el hospicio hasta mañana, o hasta que lo vayan a buscar. 

-…Si es que aquella familia aparece.- pronunció el señor White, acomodándose el bigote y esgrimiendo una mirada severa.- No, no me mire así, señorita Braddock, usted sabe que hemos estado tratando de comunicarnos todo el día con los Weiss de Playa  Esmeralda… Y nada…

- ¡Tienen que venir por él!- susurró casi con voz de plegaria la señorita Braddock.

- Si quiere mi opinión, deseo que no lo hagan. Es preferible que ese joven cumpla su mayoría de edad en un hogar de menores a ser educado por aquel clan de locos. Y en una isla que todo el mundo sabe que está embrujada, con espíritus y fantasmas por doquier. Por algo la llaman la Isla de los Espíritus… Todo el mundo, aquí en Tierra Firme, sabe sobre ellos y sus rarezas. La gente habla, señorita Braddock…

- Yo no creo en …todo…lo que se dice de ellos.- dijo la mujer, en el fondo buscando auto-convencerse- Aunque he oído muchas  historias raras, empezando por ese tal Leo Weiss. Muchos aseguran que visita con bastante frecuencia el cementerio de la colina, pero nunca lo hace de día sino al anochecer. Y también se dice…- dijo bajando la voz- que sacrifica animales en las tumbas. Una vez, el verano pasado, la señora del Reverendo Blackcross, lo vio cargando una cabra en un brazo y una bolsa oscura en la mano. Ella asegura que allí llevaba sus elementos para hacer sus brujerías.

- No sé si hace sacrificios pero que hace brujerías , eso es seguro.- comentó el señor White- Una vez, el viejo Silas Bradbury de la granja Cookland, le contó a una vecina de una prima lejana de la hermana de mi esposa que una de las ancianas del grupo de oración le relató una historia, mientras tomaban el té. Silas no recordaba bien los detalles pero  aseguró que siempre, para vísperas de fin de año, pueden verse pequeños caminos de cereal hechos en la nieve, del lado norte de la granja de Leo Weiss.

- ¿Del lado norte…?- la señorita Braddock se tapó la boca con su manos temblorosas.

-…Del lado norte…- repitió el señor White, pronunciando lentamente cada palabra y abriendo sus ojos con pavor.- En la misma dirección de la iglesia blanca de Heaven- Bay.

- ¡No puede ser! ¿Alguna rara magia diabólica?

- Es posible…El viejo Leo Weiss es bastante malo. No me extrañaría nada que hubiese hecho un pacto con el Diablo para salvar su granja. Después de todo, tiene sangre Druida.

- ¿Y qué piensa usted de la hermana de Leo, Sarah?

- Ella es, sin dudas, quien lo convenció de hacer ese pacto.

La señorita Braddock, bajó un poco más la voz, al preguntar:

- ¿Es cierto que Sarah Weiss nunca sale de la granja? He oído que él la tiene encerrada en la buhardilla, día y noche, trabajando. Ni siquiera a la reunión dominical le permite ir. Sólo va de vez en cuando…

- Es entonces lo que yo digo…- sentenció el señor White mientras se paraba cerca de la ventana, palideciendo ante las nubes de tormenta que veía acercarse con bastante velocidad.- Es así, señorita Braddock, ambos hermanos Weiss están locos. No saludan a nadie, no socializan con sus vecinos y nadie nunca supo porque su primo, el joven Phillip, huyó de aquella granja como lo hizo, hace tantísimo tiempo.



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Editado: 17.09.2023

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