Arcadia

6- los Weiss

El joven Mew no sabía cuál parte de la casa visitar primero. Arcadia era una de las pocas granjas que se alzaban al lado sur de la isla de Playa Esmeralda. Era una granja de gran extensión, con una casa de dos pisos, paredes de madera y techo de tejas. 

Mew fue desde los dormitorios de la planta alta hasta la sala de estar, mirando azorado todo lo que había a su alrededor: muebles antiguos, pisos de madera lustrada, ventanas con amplios alfeizares, coronados con pesadas cortinas , paredes empapeladas con diseño de pequeñas rosas amarillas sobre un fondo color crema, anaqueles con arcaicas fotografías, floreros de colores con flores viejas de papel arrugado y una luz que se colaba por todos lados, dando al lugar un clima cálido y acogedor.

La sala de estar era una habitación amplia con una alfombra gris tejida en el centro, justo frente a una chimenea de piedra, empotrada en la pared. Una mesa muy antigua de madera caoba se encontraba en el otro extremo, rodeada de seis sillas de estilo francés. Pero había un rincón de aquella habitación, que Mew amó instantáneamente: una biblioteca alta, de madera negra, que iba desde el piso hasta el techo, repleta de libros. Mew corrió hacia allí y trató de tomar el primer libro que vio pero una voz bastante desagradable que ya se estaba haciendo familiar para Mew sonó a sus espaldas:

 -¿Qué estás haciendo, Bartolomew Weiss? 

Si había algo que Mew odiara en todo el mundo era que lo llamaran Bartolomew. Claro que así se llamaba pero prefería que todos lo llamaran Mew.

- Quiero agarrar un libro…

- ¡¿Un libro…?! ¿Para qué…?

 - Para leer…, por supuesto. ¿Para qué más, tía?

- Cada vez que me hables debes llamarme Señorita Weiss. No puedes llamarme tía.

- ¿Por qué no puedo llamarla tía…?

Ruth Weiss lo miró con bastante desagrado.

- …Señorita Weiss…

La anciana señora se fue a la cocina, resoplando, como toda respuesta. Mew olvidó los libros por un momento al sentir un profuso aroma que venía de la cocina. Un aroma bastante familiar para el jovencito. Y supo perfectamente qué había para el almuerzo con sólo sentir aquel olor.

-…Mmmm…, carne asada con papas…una especialidad de Arcadia.- le susurró Leo a Mew cuando se sentaron a la mesa.

Mew miró con ojos grandes y brillosos la bandeja que Sarah acomodó en el centro. Y sin poder evitarlo comenzó a derramar lágrimas silenciosas.

- ¿Qué te sucede, Dulzura?- le preguntó Leo, acercándose a él.

- ¿Que qué le sucede?- gruñó Ruth Weiss- Seguramente está acostumbrado a comer comida chatarra allí donde vivía, como todos esos niños malcriados de tierra firme. No saben lo que es una verdura o una fruta. Aquí tendrás que aprender a comer comida de verdad. Nada de platos especiales para ti. Ahora vives en Playa Esmeralda y ya no tienes privilegios.

Mew bajó la vista y reprimió un sollozo.

- Empezamos a comer, ¿o qué…?- dijo impaciente Ruth Weiss con un tono bastante desagradable.

- Comienza tú, si quieres, Ruth.- pronunció Leo mirando preocupado al jovencito- Dulzura, ¿no te gusta esta comida? Por hoy, podemos hacerte otra cosa. Ya tendrás tiempo de adaptarte… ¿Quieres…?

Mew hizo un gesto negativo con la cabeza y más lágrimas mojaron su rostro delgado.

- Mi padre…hacía esta comida en…los días especiales…cuando recibía alguna buena noticia o cuando era mi cumpleaños.- susurró Mew con apenas un hilo de voz.

Sarah se llevó una mano a la boca y ahogó un suspiro. Y Leo miró a Mew con ternura, mientras que Ruth Weiss dejaba suavemente el tenedor a un costado de su plato, sin decir nada.

- Bueno, hoy es un día especial.- dijo Leo, volviendo a su lugar- Porque es tu primer día en Arcadia y, después de la comida, iremos a pasear y te mostraré todos mis lugares favoritos.

Le guiñó un ojo a Sarah mientras le entregaba el plato de Mew para que ésta le sirviera. Mew sonrió entre lágrimas al ver que le habían servido doble ración de carne y muchas papas doradas. El apetito se le abrió de inmediato.

Fue una comida memorable para el joven Mew Con cada bocado podía sentir la compañía de su padre, animándole. Y sentía también el calor afectuoso de Sarah y Leo quienes lo miraban encantados. Claro que los ojos oscuros de Ruth Weiss lo miraban de reojo y con una expresión fría y distante pero aquello a Mew no le importó.

Cuando acabó la comida, Mew se ofreció para ayudar con la limpieza de los platos, cosa que hizo sonreír a Leo y resoplar a Ruth. Ésta pareció recuperar el habla y comenzó con otro largo discurso mientras bebía de su taza de café.

- Si yo fuera tú, Sarah, no dejaría que este...joven...tocara uno solo de los platos. Terminaría rompiéndolos todos y sabes muy bien que esa vajilla perteneció a nuestra tátara- tátara abuela Georgina Weiss. Francamente, colocar ese tesoro de los días festivos para darle de comer a un huerfanito… Esas cosas no suceden en Tierra Firme, mucho menos en esta isla, que gracias a Dios no ha sido contaminada por el progreso y el consumismo.

- ¡Tienes toda la razón!- dijo Sarah asintiendo enfáticamente.

Tenía las mejillas encendidas por la indignación.



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En el texto hay: espiritus, mewgulffanfic, romancebljuvenil

Editado: 17.09.2023

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