La reunión, con almuerzo incluido, fue bastante interesante para nuestro joven Mew, quien se pasó la mayor parte de la comida en el living- comedor, ayudando a Sarah a preparar los platos y servir a las invitadas, cinco en total. Todas, según pensó Mew, con sus narices respingadas, miradas frías y lenguas venenosas.
Claro que el jovencito no dijo nada de lo que pensaba sino que mientras se cercioraba constantemente de que los platos estuviesen siempre llenos, escuchaba con atención , aunque con disimulo, cada palabra de aquella reunión.
Mew supo en seguida que una sola de las señoras era la que parecía hablar todo el tiempo mientras que las otras sólo escuchaban, asentían consecuentes o se tapaban las bocas en señal de desaprobación al oír los últimos chismes. Los más pobres o excéntricos parecían ser los elegidos para las críticas. Y mientras engullía su tercera porción de tarta de manzanas con mermelada de frutillas, la señora Cuccamber, la que lideraba la palabra, dijo:
- Bueno, es hora de dejar la charla y ponernos a trabajar. Tenemos este mes un fondo reunido que representa el doble del mes pasado, gracias a las donaciones de nuestro nuevo y flamante Alcalde y de su muy querida y bella esposa…
- Bellísima…- contestaron a coro las otras visitas, sin dejar de devorar sus propias porciones de tarta.
- Así que he pensado que el mejor donativo de este mes será comprar una cerca nueva para la iglesia, ya que , como todas saben, la anterior se rompió cuando los jóvenes Lynch la atropellaron con su carro, destrozándola casi por completo.
- Pero…no fue a propósito…- la voz de Sarah se oía por primera vez en la reunión.
La señora Cuccamber la miró con el ceño fruncido.
- Eso dicen ellos. Pero a un Lynch no se le puede creer.
- ¿Por qué no?- Mew no pudo contenerse.
La señora Cuccamber la miró, levantando exageradamente sus cejas pobladas.
- Ah…, el huerfanito habla…
Sarah dejó sonoramente su plato sobre la mesa y dijo:
- El huerfanito…se llama Mew. Y me apropio de su pregunta. ¿Por qué no puede creerse en lo que dice un Lynch?
- Porque son pobres, iletrados y sin el menor temor a Dios y poco respeto hacia la gente.
- ¿Por qué en vez de pedirle respeto a un chico así, no se lo enseña usted, con el ejemplo?- dijo Mew- ¿Otra porción de tarta, señora Cucca…mber?
La buena señora, quien no había captado la ironía de Mew con su apellido, buscó a Sarah con la mirada en busca de respuesta. Pero ésta solo sonreía y miraba embelezada a su sobrino, envidiándole un poco el valor y el arrojo que mostraba al hablarle así a aquella mujer, quien en su adolescencia le había hecho la vida miserable a una joven Sarah tanto o más tímida que ahora.
- Como iba diciendo…antes de ser interrumpida…, - los ojos de la señora Cuccamber se clavaron en los de Mew- además de la cerca para la iglesia también vamos a donar un nuevo mantel para el altar, ya que el que hay ahora tiene casi un año de uso. Y se me ocurrió encargar un par de zapatos de cuero, desde Tierra Firme, para nuestro reverendo.
Las otras mujeres a penas asintieron ante las ideas de la dama-presidenta de la Sociedad de beneficencia. Pero Sarah frunció el ceño. Se le ocurrían un par de ideas mejores en las que aprovechar ese dinero. Sólo que no se animaba a proponerlas y ya iba a ofrecer un poco más de café a sus invitadas cuando la voz de Mew resonó con fuerza:
- Señora Cuccamber, ¿el señor reverendo no tiene zapatos?
- ¡Claro que los tiene!- resopló la mujer arrugando la nariz.
- ¿Y entonces para qué necesita otros nuevos?
- ¡Para los días festivos!- escupió la señora Cuccamber.
- Bueno, suerte para él que para el resto de los días sí tiene zapatos. Yo conozco a alguien que no los tiene. Y eso sí sería generosidad verdadera, como sí la llamó hoy el reverendo Blackcross.
La señora Cuccamber sonrió burlonamente.
- ¿Cómo quién?- preguntó otra de las señoras, desafiando las miradas de la presidenta.
- Como… Gulf Lynch.- respondió Mew muy suelto de cuerpo.
- Ese tal Gulf Lynch, desde que aprendió a caminar, se ha pasado los últimos quince años, vagando por el puerto. Para eso no necesita zapatos. Y bien que hace…- dijo enojada la señora Cuccamber- porque es de mal gusto que ande a la vista de todos mostrando esa horrible mancha que tiene en el rostro. Asusta a mi nieta Betzy cada vez que ésta lo ve…Si se comportara como Dios manda y se pusiera a trabajar, podría comprarse sus propio zapatos…y quizá también una máscara para que no tengamos que ver su fealdad.- y largó una risa con varias notas discordantes.
Nadie más se rió por lo que la señora Cuccamber carraspeó y siguió comiendo, algo nerviosa, la última porción de tarta de manzanas que quedaba en la fuente.
- Pues qué te parece…, Lavinia, que el joven Gulf Lynch ya tiene trabajo.- dijo Sarah como al pasar mientras le hacía señas a Mew para que sirviera más café.- Es el nuevo ayudante de Leo, aquí en Arcadia.
Lavinia Cuccamber se atragantó con un trozo de masa y comenzó a toser compulsivamente. Pero nadie pareció prestarle demasiada atención pues Sarah, con una confianza inusual en sí misma, siguió hablando: