Arcadia

14- la vida en Arcadia

Esa mañana , Gulf hizo en tiempo récord todas las faenas que Leo le había mandado: media docena de cabras ordeñadas, una tanda de quesos listos para estacionar en sus moldes, un cajón lleno de manzanas recién cosechadas de la parte más alta del árbol y una vieja bicicleta que había estado olvidada en el fondo del galpón aparecía ahora limpia, lustrosa y brillante como si recién hubiese sido pintada de un hermoso color amarillo crema. Cuando Gulf comprobó que las ruedas estaban bien infladas, se subió para probarla.

Dio en ella un par de vueltas al viejo manzano y se detuvo ante un chiflido proveniente del ventanal del entrepiso.

- ¡Mew! ¡Baja! ¡Ven a conocer a Jacqueline!

El jovencito llegó al patio casi sin  aliento.

- ¿Esa es la bicicleta que perteneció a…?

- ¡Sí! A tus padres.

- ¡Y a todos los Weiss!- aclaró Leo acercándose con una sonrisa- La historia oficial cuenta que nuestros tatarabuelos Weiss vinieron en barco, el “Swift Lawrence” , pero en realidad cruzaron el océano en esta bicicleta…

Las risas de los tres fue interrumpida por la voz que les llegó desde la cocina.

- ¡Leo, necesito esas verduras ya! O sino no habrá almuerzo. ¡Mew! Prepara la mesa, por favor. ¡Gulf! Guarda a Jacqueline. ¡Y lávense las manos!

Sin ningún tipo de protesta, los tres cumplieron cabalmente con las órdenes. Y veinte minutos después el almuerzo no se hizo esperar. Y con las sonrisas intactas en los rostros de Gulf y Mew, tomaron el camino lateral y con pedaleadas tranquilas para evitar accidentes en algunos tramos de  tierra enlodada, llegaron a la plaza del pueblo. Gulf condujo muy bien la bicicleta, llevando a Mew en la barra central, disfrutando del viento y del cabello del jovencito que le acariciaba el rostro cada vez que éste se movía o se daba vuelta para regalarle una sonrisa.

Hicieron las compras en el almacén de ramos generales y luego caminaron hasta la fuente sin agua que ahora estaba llena por la lluvia intensa de la semana.

- Espérame aquí. Ahora regreso. Voy a por otro encargo.- dijo Gulf, dejando a Mew sentado en el borde de la fuente, cerca de la bicicleta y con algunos paquetes acomodados en sus piernas.

El jovencito asintió y vio como Gulf se alejaba a paso presuroso.

- Mira, allí está el huerfanito.- una voz femenina resonó detrás de Mew.

Se quedó quieto al oír esas palabras. Clavó su mirada al frente y simuló que no había oído nada. Otra voz, esta vez en un tono más fuerte, se escuchó también cerca:

- Y encima con mala junta. No sé en qué terminará con amigos como ése…

- ¡No les hagas caso!- esta vez la voz provenía del otro lado de la fuente.

- ¡Bastian!- exclamó Mew, sonriéndole.

- ¿Cómo ha estado, señorito Mew?

- Muy bien, gracias. ¿Y tú?

- Te he traído un regalo.- le dijo el jovencito mientras se acomodaba el pelo que le caía en ondas en su frente pálida. 

Se acercó a Mew y le puso sobre los paquetes una bolsa de papel marrón, repleta de caramelos de miel.

- Son mis favoritos. Además, son buenos para la tos. A mí, la garganta se me irrita bastante seguido y a veces siento que no puedo respirar y con uno de estos, estoy como nuevo. Espero que te gusten.

- ¡Gracias!- exclamó Mew con una sonrisa resplandeciente.

Pero otra vez las voces femeninas le llegaron desde un poco más cerca.

- Mira su cabello. Me pregunto si alguna vez se lo ha lavado.- dijo la más joven.

- Aunque se lo lavara con los mejores productos, no tendría remedio.- acotó la mayor.

- Son las Olijnik. Siempre enojadas con el mundo.- susurró Bastian cuando las tuvo en frente.

Las dos jovencitas que no superaban los quince años miraban a Mew de arriba abajo, con los labios fruncidos. Llevaban vestidos blancos de seda, zapatos de charol y cintas doradas en el pelo. Una lo tenía sujeto en una media cola mientras que la otra lucía elaboradas trenzas. Se parecían mucho entre sí. No había duda de que eran hermanas. Ambas tenían ojos claros, cabello rubio ceniza. Eran de baja estatura, algo rechonchas en la cintura, una más que la otra.

Mew no contestó. Sabía que eran sus primas y sabía también que desde la escuela dominical parecían querer provocarla. Ya el tío Leo le había advertido sobre ellas y Mew prometió que no se mezclaría en ningún pleito.

Para evitar hablar, miró con detenimiento los bordados en el pecho de una de las jóvenes. Lo que pareció molestarla y pronunció:

- ¿Qué es lo que miras tanto, huerfanito?

Bastian se acercó a Mew y le susurró:

- Le tiene miedo a las arañas…

- Es que…tienes una araña caminándote en el pecho.- dijo Mew serio, señalando el encaje cerca del cuello.

Sheila Olijnik no pudo contenerse y comenzó a dar gritos histéricos y a pegarse manotazos violentos, tratando de quitarse la araña inexistente, mientras salía corriendo con su hermana detrás, gritándole para que se calmara.

Mew y Bastian se reían a carcajadas.



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En el texto hay: espiritus, mewgulffanfic, romancebljuvenil

Editado: 17.09.2023

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