Arcadia

16- pesadillas y fantasmas

La semana que siguió fue bastante amarga. Nadie hablaba demasiado en las comidas y las faenas se hacían de forma fría y automática, sin poner el corazón, como decía siempre Sarah que debían hacerse las cosas.

Parecía que hasta ella tenía la cabeza en otro lado pues más de una vez había servido caldo en lugar de té o café en el desayuno o puesto pimienta en vez de azúcar a las berlinesas de media tarde. Por lo que Mew le propuso a su tía intercambiarse las faenas. Por lo que la mujer, a mitad de semana, dejó de encargarse de la comida y comenzó a pasarse las horas en la huerta, en el corral o en la buhardilla hilando con la rueca.

Cuando Mew sentía que el dolor en su pecho se hacía difícil de llevar, preparaba una jarra de intenso café negro, con un chorro de crema y azúcar y se lo ofrecía a Leo, mientras éste colaba la leche. Y más tarde, buscaba a Gulf, quien guiaba a las cabras hasta el establo, cuando caía la tarde. Le daba una generosa taza y lo ayudaba con su faena. Y, aunque no intercambiaban demasiadas palabras, las miradas dulces del joven, le levantaban el ánimo y así, con una sonrisa renovada, Mew volvía a la cocina a terminar de preparar la cena. Y entre preparativos primero y luego la limpieza, antes de ir a la cama, las cosas parecían mejorar un poco.

Pero cuando la noche se cerraba sobre Arcadia y el silencioso se adueñaba de todo, el dolor y la angustia del joven Mew parecían agigantarse. Y cada tres de la mañana, las lágrimas llegaban implacables, haciendo estragos en su carita, quien amanecía siempre pálido y ojeroso y sin ganas de comenzar el nuevo día.

La cuarta noche encontró a Mew exhausto e inevitablemente se quedó dormido, casi en el mismo momento en el que hubo apoyado la cabeza en la almohada. Y se hundió en seguida en un sueño pesado que se convirtió en pesadilla.

Soñó que caminaba por el borde rocoso de la playa. Miraba hacia el mar y aunque sabía que las olas se hacían más fuertes y violentas, no podía retroceder. Sentía las piernas entumecidas y le costaba respirar. Un miedo paralizante le provocaba espasmos en todo el cuerpo. Y aún así no lograba llegar hasta la arena y ponerse a resguardo de la tormenta que se estaba acercando desde lo profundo del golfo.

- ¡Salta!- le gritaban las primas Olijnik- ¡Nadie te quiere aquí!

Mew lloraba en silencio. Quería contestarles pero cada vez que abría la boca para hablar, no le salía ningún sonido. Y las risas burlonas de Marion y Sheila solo lo hacían sentirse peor.

- ¡Mew!- le gritaba Bastian desde el Bosque Milenario- ¡Ven, Ann! Tengo algo que mostrarte.

Pero Mew seguía mudo y sin poder dejar de llorar. Unas presencias extrañas desde un grupo oscuro de árboles parecían llamarlo también.

        - ¡Salta!- insistían las Olijnik- Libra a tus tíos de la pena de tener que soportarte. Ya están viejos, solo eres una carga para ellos.

Mew miró hacia el mar y vio con terror que una ola bestial se estaba formando y venía directamente hacia él. El agua junto a la roca se había retirado, dejando el fondo a la vista. Numerosas piedras en punta relucían ahora clavadas en el lecho marino, formando una trampa mortal para cualquiera que cayera allí.

La ola gigante estaba cada vez más cerca pero Mew seguía con sus piernas paralizadas. Sintió una mano fría en la espalda, seguida por una risa macabra. Con un empujón violento, el joven sintió que las rodillas se le doblaban y comenzó a resbalar de la roca húmeda, directo hacia el fondo peligroso. Sin pensarlo, cerró los ojos. El miedo visceral fue tan fuerte que sirvió para darle una energía extra y, haciendo un gran esfuerzo, abrió la boca y lanzó un grito crudo y fuerte:

- ¡¡¡Guuuuuuulf!!!

Y enseguida sintió que un par de manos fuertes lo tomaban de los brazos y lo jalaban hacia delante. 

Al abrir los ojos, se encontró con el rostro del joven Gulf que lo miraba pálido.

- ¡Tranquilo, Mew! Estoy aquí. Fue solo un sueño.

Mew cayó en la cuenta de que el precipicio ya no estaba sino que se encontraba en su cama, en el entrepiso, enredada en su manta, a varios kilómetros del mar. Tenía la cara llena de sudor y sentía el pijama pegado al cuerpo. Le temblaban las manos y el corazón parecía cabalgar desbocado dentro de su pecho.

Y sin pensarlo dos veces, abrazó a Gulf con intensidad y cerró los ojos, concentrándose en la calidez del muchacho. Sentir su cuerpo fornido junto al suyo y sus fuertes brazos envolviéndolo, además de sus dulces palabras de consuelo, hicieron que el temor inicial se esfumara y sólo quedara el cansancio y la tensión de la experiencia vivida.

-Te oí gritar y vine desde el altillo…

Gulf le secó el rostro, el cual estaba empapado de sudor y lágrimas.

- Parecían tan reales…

- ¿Quiénes?

- Mis primas. Estuvieron a punto de tirarme por un barranco…directo hacia el mar.

- Se te han quedado en la cabeza, desde que las viste en el pueblo. Pero no le hagas caso. Fue un sueño. Y los sueños son eso, sueños…

- También lo vi a Bastian…- dijo Mew empezando a recordar otras partes de la pesadilla.

- ¿También quería tirarte por el barranco? Cuando lo vea le voy a dar una buena tunda. 

Mew sonrió, iluminándosele todo el rostro. Gulf le tomó las manos y comenzó a frotarlas para sacarles el frío.



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En el texto hay: espiritus, mewgulffanfic, romancebljuvenil

Editado: 17.09.2023

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