La mañana de Domingo se presentó neblinosa y bastante fría. Había llovido agua-nieve durante la noche y los caminos estaban húmedos y difíciles de transitar.
En Arcadia, se consideraba a la reunión dominical de la iglesia un evento casi sagrado pero aquel día, los ánimos de todos estaban bastante bajos y un par de estornudos de Sarah, al sacudir la frazada, precipitaron la decisión de todos de quedarse en casa.
Entre los tres, convencieron a Sarah de instalarse en el almohadón gigante cerca de la cocina Waterloo, aprovechando el calorcito que emanaba del horno, donde Mew estaba cocinando tarta de manzanas.
Como era “día de reposo”, Gulf ayudó a Leo a alimentar a las cabras, se cercioró de que los quesos en el tambo estaban destilando correctamente y volvió a la cocina de Arcadia con un puñado de frutos rojos salvajes que había cosechado para Mew.
- Gracias, Gulf- le dijo Mew probando uno sin poder evitar que el dulce néctar le chorreara en los labios, lo que no pasó desapercibido ante la mirada de Gulf- Son tan dulces…
- Como tú…- le dijo él y desapareció escaleras arriba para cambiarse la ropa de faena.
Aquellas simples palabras le proporcionaron a Mew fuerza suficiente para tener una mañana entretenida, sin pensamientos de miedo o tristeza. Y para el mediodía, había olvidado la fea sensación paralizante que le había dejado en el cuerpo la pesadilla del acantilado.
Aún así, las palabras de Bastian, lo seguían en todas sus labores culinarias, llamándolo e invitándolo a que lo siguiera hasta el pie de la montaña pues quería mostrarle algo…
Mew miraba por la ventana, mientras secaba los platos, esperando ver a Bastian aparecer por entre los abedules o por el camino empedrado. Mew sabía que era casi imposible que él apareciera porque si bien le había dicho que vivía en Arcadia, no tenían tanta confianza como para que lo visitara sin ser invitado.
Aprovechando que Sarah dormitaba en el almohadón, Leo y Gulf sacaron el colchón de plumas de la cama de ella a airear y le arreglaron un par de maderas de la ventana de su dormitorio que hacían que ésta no cerrara bien. Como era un trabajo simple, pensó Leo, no contrariaba al descanso del día festivo.
Mew aprovechó que todo estaba calmo para tomar prestado un libro de la biblioteca y se acurrucó en un almohadón más pequeño cerca de su tía. Apenas había empezado el primer capítulo de lo que prometía ser una gran aventura de piratas cuando la aldaba de la puerta principal sonó un par de veces.
- ¡¿Es Bastian?!- pronunció Mew sonriendo.
- ¿Qué has dicho?- la voz de Sarah sonaba ronca.
El ruido metálico del llamador la había despertado de un sobresalto y aún estaba un poco somnolienta por lo que le quedó la duda de lo que había oído.
Leo bajó del segundo piso y, con el ceño fruncido, ya que era raro que alguien fuera de visita a Arcadia, se asomó por la ventana, apenas para no ser visto y no tener que atender a visitas indeseadas. Acto seguido, abrió la puerta con una sonrisa.
- ¡Ah! ¡Mi doctor favorito!- exclamó mientras le estrechaba la mano.
El Doctor Mackay, con un gran paquete en las mano del cual salía un inconfundible aroma a churros recién hechos, entró sonriente. Iba acompañado por su hija Didiayer, luciendo su vestido de Domingo y su larga trenza amarilla decorada con un cinta azul.
Una vez que se ubicaron todos en la amplia mesa de la cocina, mientras Mes ponía agua a calentar para convidar con té a las visitas, el Doctor Mackay dijo:
- Lamentamos venir sin avisar pero me he preocupado cuando no los vi esta mañana en la iglesia.
Como ni Sarah ni Leo parecían estar dispuesto a hablar, Mew se aclaró la garganta y dijo mientras preparaba las tazas:
- No hemos amanecido muy cristianos hoy.
Leo sonrió ante semejante ocurrencia pero Sarah se persignó y exclamó:
- ¡Bartolomew Weiss! ¡No blasfemes así!
El Doctor Mackay rió divertido.
- Lo lamento.- dijo Mew con un poco de vergüenza- Así decía mi padre cuando los ánimos no andaban del todo bien.
- ¿Y por qué los ánimos…no andan del todo bien?
Mew sirvió el té y se unió a la mesa con los demás.
-¿Dónde está Gulf?- le susurró a Leo.
- Ahora baja.- contestó éste- Está juntando las herramientas.
- Lo que sucede es que no tuvimos una buena semana.- la voz de Sarah temblaba un poco.
- ¿Algún problema con ese Patterson IV?- preguntó el Doctor.
- …Patterson II…- lo corrigió Leo.
- No, es III.- dijo Sarah arrugando la nariz.
- ¡Para mí debe ser el décimo!- exclamó Gulf mientras bajaba las escaleras.
Didiayer le clavó los ojos desde el mismo momento en el que éste hubo entrado a la cocina. Gulf se sentó al lado de Mew y le agradeció con una dulce sonrisa una taza llena de té caliente con un poco de miel, como era su favorito, que ésta ahora le ofrecía.
- Ya tiene tres cucharadas de azúcar, como te gusta.- le dijo Mew mientras le ofrecía un churro.