No les hizo falta internarse en el Bosque Milenario para darse cuenta de que el único camino hasta la granja de Arcadia estaba obstruido. Las altas llamas rojas se veían muy cercanas y el espeso humo hacía que los ojos de ambos lagrimearan profusamente. A penas podían hablar por la tos. Debían alejarse de allí.
- ¡Vayamos hacia el puerto! Es nuestra única salida.- gritó Gulf tratando de taparle la nariz a Mew con su pañuelo, para evitar que siguiera tragando humo.
- ¡No! ¡Debemos ir a Arcadia y avisarles!
Mew estaba desesperado. Gulf lo conocía desde hacía muy poco tiempo pero sabía que Mew no aceptaría escaparse. Gulf lo observó, pensando que quizá debía obligarlo a irse con él hacia el puerto. Mew era delgado, aunque alto para su edad pero él tenía brazos fuertes y pensó que, como último recurso, se lo cargaría a los hombros como hacía con las bolsas de papas. Claro que sabía también que si hacía eso, él no se lo perdonaría nunca. Y Gulf no estaba dispuesto a perder su amistad por nada del mundo. Y estaba en pleno debate consigo mismo, cuando una idea se le apareció de repente. Nunca supo cómo se le ocurrió pues hacía muchos años que ya nadie utilizaba aquel peculiar sistema de aviso. Pero pensó que aquella era la única alternativa que tenía.
Tomó a Mew de la mano y comenzó a escalar la cara rocosa de la colina que se elevaba casi verticalmente. Antes de que Mew tuviera tiempo de preguntar, Gulf le explicó, mientras subían:
- En lo alto de esta colina están los restos de un faro que se usaba en tiempos de piratas para prevenir de su presencia. El faro tenía una campana en lo alto. Cuando ésta sonaba, toda la gente sabía que había peligro cerca. Del faro ya no queda nada. La última tormenta lo acabó de destrozar pero el esqueleto que lo sostenía aún está en pie y el campanario en su interior aún está intacto.
- ¡Ya entendí!- exclamó Mew, mientras trataba de seguirle el ritmo de escalada a Gulf, quien se veía no era la primera vez que subía la cara rocosa de aquella elevación.
Mew trató de apurarse por lo que no prestó atención a dónde ponía el pie y la roca bajo éste terminó cediendo. Apenas tuvo tiempo de aferrarse a unas viejas raíces cuando se dio cuenta de que sus dos pies estaban en el aire. Levantó la mirada, buscando a Gulf. Trató de hablarle pero el miedo la había paralizado y las palabras no le salían, igual que en su sueño.
- ¡Tranquilo! ¡Te tengo!- la voz de Gulf se oía un tanto turbada.
Éste se había dado cuenta de que Mew estaba en problemas y lo sostenía ahora de un brazo mientras trataba de bajar hasta donde él estaba para agarrarlo mejor. Pero una lluvia repentina empezó a caer sobre ellos como una cortina helada. Las manos se les patinaron y la cara de la colina se volvió resbaladiza en cuestión de segundos.
Gulf intentó aferrarse con la mano que tenía libre a una piedra puntiaguda que sobresalía cerca suyo pero ésta cedió apenas él la hubo tocado. Y al sentir que caería al vacío, soltó a Mew para evitar que éste cayera junto con él.
Sin embargo, solo un segundo después de que su cuerpo se despegara por completo de la colina, Gulf sintió que unas manos fuertes se cerraban en torno a sus dos muñecas, sosteniéndolo, primero y elevándolo después sin ningún esfuerzo.
Su primer impulso fue mirar a Mew quien parecía estar en la misma situación que él. Llegaron a la cima de la colina plana, desde donde parecían provenir aquel par de manos salvadoras. Allí vieron a dos hombres con pantalones raídos, camisas llenas de polvo de carbón y cascos con luces quienes los observaban en silencio.
- ¡Gracias!- dijo Mew.
Ninguno de los dos contestó. Pero uno estiró su mano hacia Mew y le entregó un pañuelo. Acto seguido le hizo señas para que se limpiara la sangre que comenzaba a salirle en sus manos a causa de varios cortes pequeños.
- ¿Quiénes son ustedes? ¿Y qué hacen por aquí?
Ante el silencio pétreo de ambos, Gulf dijo con aprehensión:
- ¡¿Son mineros…?!
Uno de ellos pareció sonreír levemente. Y les hizo señas para que lo siguieran. Caminaron unos veinte metros en silencio, bajo la lluvia que seguía siendo copiosa.
Gulf iba a preguntarles algo cuando vio la vieja estructura derrumbada del faro que se alzaba frente a él. Sin pensarlo dos veces, comenzó a treparse por los peldaños de metal oxidados que se elevaban hasta donde la vista se perdía, ya que a esa altura la capa de niebla proveniente del mar solía cubrirlo todo.
Cuando Mew, quien ante una orden de Gulf se había quedado abajo, no pudo verlo más comenzó a ponerse nervioso. Titubeó un momento y luego apoyó el pie en el primer peldaño, con la intensión de comenzar el ascenso. Pero el sonido nítido de una campana la hizo detenerse.
- ¡Gulf! ¡¡¡Lo lograste!!! ¡Sigue, Gulf!
La campana siguió sonando. Pero algo llamó la atención de Mew en uno de los bordes de la colina. Y se asomó con cuidado. Allí abajo, la cara de aquella elevación no caía tan abruptamente sino que parecía descender de a poco. Y a penas se asomó vislumbró lo que parecía la entrada a una cueva. A pesar de la lluvia que seguía siendo como una cortina fría que lo hacía temblar, Mew vio cómo una luz de color ámbar que parecía salir de la misma gruta. Miró hacia el costado, buscando a los mineros pero éstos ya no estaban. Y en un impulso irrefrenable, comenzó el descenso.