Arcadia

Capítulo 3: El rostro del enemigo

Aegis se erguía imponente ante ellos, un coloso de metal y plasma. Las torres de vigilancia, altas y orgullosas, parecían tocar el cielo nocturno, sus luces parpadeaban como las estrellas. La fortaleza era un laberinto de acero y secretos, un lugar donde cada eco podía ser una historia o una advertencia.

—No es solo una fortaleza. Todo este lugar es enorme —analizaba Noah— las defensas de Aegis son una mezcla de respeto y miedo.

—Todas las Arcas lo son, pero esta es especial por su forma tan atípica de hacer las cosas —con una expresión sombría, asintió Julius.

La nave se adentró en el corazón de la fortaleza, pasando por debajo de los arcos triunfales que marcaban la entrada al cuartel general. Los rostros de los soldados que los recibieron eran un mosaico de disciplina y curiosidad, con sus ojos siguiendo cada movimiento de los recién llegados. Al desembarcar, bajaron rápido de la nave y siguieron a Marcus mientras este se adentraba más en la zona.

—¿El general? —dirigiéndose a uno de los oficiales que los recibió, preguntó Marcus.

—Lo espera en su oficina, señor —adoptando un saludo militar y con voz gruesa en señal de respeto, respondió el Soldado.

Devolviendo el saludo, Marcus le dio la espalda y se dirigió a entrar en el cuartel. Pasando por estrictos controles de protección, se dieron cuenta del tipo de lugar al que estaban entrando. Cámaras, drones, androides, ciborgs, francotiradores y grandes robots centinelas eran parte de la defensa del cuartel. Bajo tan estricta vigilancia, avanzaron hasta tomar el elevador que los llevaría a la parte más alta del cuartel, donde ya estaban siendo esperados.

El elevador ascendía silenciosamente, marcando cada nivel con un suave tono. Las puertas se abrieron, revelando un corredor largo iluminado por luces muy brillantes que proyectaban largas sombras en el suelo. Al final de este, una puerta maciza de metal esperaba, custodiada por dos soldados de aspecto imponente.

El pasillo era un túnel de silencio, roto solo por el zumbido rítmico de la maquinaria oculta en las paredes, un recordatorio constante de la vida artificial que latía dentro de Aegis. Aiden y sus compañeros pasaban junto a androides que patrullaban con gran precisión, sus sensores escaneando cada centímetro del espacio.

—Nunca he visto una seguridad tan... viva —con una mezcla de asombro y desconfianza, comentó Aiden.

—Estos androides... son casi como nosotros —casi en un susurro, reconoció Noah.

—Son impresionantes, pero también un poco inquietantes. Es como si pudieran ver a través de ti —algo preocupada, añadió Elizabeth.

Noah observaba cómo los drones se deslizaban por encima de ellos, sus cámaras girando para seguir su progreso. Se preguntaba qué tipo de inteligencia artificial impulsaba esas máquinas, qué pensamientos procesaban sus circuitos.

—Me pregunto si alguna vez se cansan de vigilarnos —reflexionó Noah.

—No se cansan. No sienten. Eso es lo bueno y a su vez es el terror de la tecnología —respondió Julius con una sonrisa irónica.

Llegaron a la puerta de la oficina del general, donde dos androides de aspecto más robusto y armados se encontraban de guardia. Uno de ellos, con una voz sintética pero claramente articulada, les dio la bienvenida.

—Bienvenidos al cuartel general de Aegis. El General los espera —dijo el Androide Guardián con voz metálica.

La puerta se abrió lentamente, y una luz cálida se derramó desde el interior de la habitación, contrastando con la fría luz del pasillo. Reveló una oficina amplia con vistas panorámicas de toda la zona. Detrás de un escritorio adornado con varias pantallas y notificaciones en forma de hologramas, se encontraba un hombre de mediana edad con uniforme militar. Su presencia llenaba la habitación, no solo por su estatura, sino por el peso de las experiencias que llevaba consigo. Su rostro, surcado por líneas profundas, era un testimonio silencioso de batallas libradas y decisiones difíciles. Sus ojos, de un gris acerado, reflejaban firmeza y lejanía.

A pesar de su edad, su postura era recta e inquebrantable. El uniforme que vestía parecía una armadura forjada en disciplina y deber. Las insignias en su pecho brillaban con un lustre que solo los años de servicio podían pulir, y cada condecoración contaba una historia.

—General Lucius Draconis, su familia ha sido traída como ordenó —manteniendo una postura recta y dirigiéndose a su superior, dijo Marcus.

—Muy bien. Retírese, capitán. Guardias, retírense también. Voy a hablar en privado —con aire de superioridad, ordenó Lucius.

La puerta se cerró con un sonido sordo, sellando la habitación y dejando a los personajes en un aislamiento inmediato. La atmósfera se volvió palpablemente tensa, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad estática.

Julius dejó que las palabras flotaran en el aire cargado de la oficina. —¿Qué significa esto, padre? —La pregunta salió más como un susurro, un eco de incredulidad y resentimiento que se desvanecía en las sombras de la habitación.

—¿Acaso un padre necesita una excusa para ver a su hijo? —intentando mantener una fachada de calma, respondió Lucius.

—No actúes como padre cariñoso ahora. Nunca lo fuiste —con amargura, replicó Julius.

Elizabeth se mordía el labio, sintiendo la tensión crecer, su mirada iba de Julius a Lucius, como si intentara leer entre líneas.

—Y lo siento mucho. También siento mucho lo que pasó con tu mujer. Realmente fue muy desafortunado —dijo Lucius con un tono de arrepentimiento forzado.

Noah fruncía el ceño, cruzándose de brazos, claramente incómodo con la dirección de la conversación.

Julius apretó los puños, su voz temblaba con una ira contenida. —¡Y una mierda! Nunca te importó Violet, y lo sabes. La odiabas, no porque me apartara del ejército, sino porque me enseñó a ver más allá de tus expectativas.




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