El aire fresco de la noche acariciaba sus rostros mientras la compuerta se abría con un susurro mecánico. Lucius fue el primero en descender, sus botas resonando contra el metal de la rampa de desembarque. La ciudad de Solaris se desplegaba ante ellos, un mosaico de luces y sombras bajo un cielo estrellado artificial, evocando el recuerdo de un mundo perdido en el tiempo.
Desde la oscuridad de la nave, Aiden fue el último en bajar, ajustándose algo entre la ropa mientras se unía al grupo.
—¿Estás bien? —preguntó Noah, con preocupación.
—Estoy bien, sigamos —respondió Aiden, con una mirada seria pero tranquila.
Avanzaron en silencio hacia el podio donde el comisario concluía su discurso. Al bajar, la multitud se congregó y dio inicio a la ceremonia. Un pilar imponente emergió del suelo, marcando el comienzo del evento. Mientras tanto, el comisario se abrió paso apresuradamente entre la gente hacia un vehículo policial. Al llegar, se encontró cara a cara con Lucius, cuya presencia parecía abrumadora.
—Interesante discurso. Especialmente la parte sobre la formación permanente de Arcadia —dijo Lucius, con un tono superior e irónico.
—Ge...general. No esperaba su visita. Yo... —comenzó Reyes, con seriedad que disimulaba nerviosismo.
—Ahorra las excusas para el Director de Seguridad. Estoy seguro de que estará interesado en tus palabras —interrumpió Lucius con firmeza.
—Sí, señor —respondió Reyes, con amargura y resentimiento, ocultando su molestia.
—Quiero ver al prisionero —exigió Lucius, con una voz que cortaba el aire frío de la noche.
—¿Al prisionero señor? —preguntó Reyes, sorprendido por la repentina demanda, intentando mantener la compostura.
—¿Acaso estás sordo? Sí, al prisionero, el responsable del desastre de hoy. Violet era la esposa de mi hijo —dijo Lucius, frunciendo el ceño, haciendo evidente su impaciencia.
—¡Oh por Dios! Lo siento mucho, pero... esto es un asunto policial, no militar. No debería... —trató de explicar Reyes, tragando saliva, asentándose en él la gravedad de la situación.
—Escúchame bien, si no quieres pasar los próximos cinco años en la academia aprendiendo cómo funciona la cadena de mando, más te vale llevarnos —amenazó Lucius, dando un paso adelante, su presencia imponente y su mirada perforando la débil defensa de Reyes.
—Sí, señor. El prisionero está en un vehículo, escoltado por varias patrullas, en camino a la estación policial para su traslado. Deberían llegar en una hora —cedió Reyes, adoptando una postura de cortesía militar, su rostro mostraba resignación y una pizca de temor ante la figura dominante de Lucius.
—Si vamos por aire, llegaremos antes. Podemos interceptarlos en el camino —sugirió Marcus, observando la interacción, su postura la de un soldado listo para la acción.
—Envíame la información de la ruta de inmediato. Voy a verlos ahora —ordenó Lucius, dirigiéndose a Reyes con una voz que no admitía réplicas.
—Pe...pero eso va en contra de... —intentó protestar Reyes, con una expresión de conflicto, luchando entre el deber y la intimidación.
—¡Ahora, Reyes! —exclamó Lucius, elevando la voz, su mandato era absoluto.
Inmediatamente después de recibir la información de Reyes, partieron otra vez, ahora rumbo a la caravana que custodiaba al criminal más importante del momento. Gracias a las altas velocidades que alcanzaba el transporte militar, alcanzar la caravana fue cuestión de minutos. Para sorpresa de ellos, la escolta no eran más que solo dos patrullas, una al frente y una detrás del auto en que se encontraba el sospechoso.
—Por orden del general Lucius Draconis, deténganse ahora mismo para inspeccionar —transmitió Marcus por altavoz desde el asiento del copiloto.
Al escuchar tal comando, los oficiales frenaron en seco y se prepararon para la inspección sorpresa, esperando fuera del transporte del prisionero. Aterrizaron frente a ellos y bajaron todos para ver al prisionero. Cuando abrieron el vehículo blindado, se encontraron con una persona muy nerviosa mirando hacia sus captores con preocupación.
—¿Qui...quiénes son ustedes? Esto no era parte del trato —dijo el prisionero, nervioso.
El prisionero, con su voz temblorosa, reveló la profundidad de su miedo. Sus ojos se movían frenéticamente, buscando alguna señal de comprensión entre sus captores.
—¿Trato?, ¿qué trato? —preguntó Lucius, intrigado y preocupado a la vez, acercándose y tomando al prisionero por la cadena que tenía atada al cuello— ¡Habla!
—¡Nada!, ¡yo no sé nada! Solo soy un vagabundo, me dijeron que solo tenía que dejarme atrapar —negó el prisionero con la cabeza rápidamente y subió ambas manos en señal de súplica.
—¿Ellos?, ¡¿quiénes son ellos?! —preguntó Julius, acercándose hasta donde estaba el prisionero, con un tono inquisitivo.
—Gé... —comenzó a responder el prisionero, apresurándose.
Antes de que el prisionero pudiera terminar de responder, un sonido sordo resonó en el aire. Un destello de luz cruzó la oscuridad, el prisionero se desplomó y un líquido carmesí brotó de un agujero recién abierto en su frente.
El grupo, conmocionado, se reunió en forma de círculo, con Julius y Marcus intentando buscar la fuente del disparo, pero solo encontraron sombras y silencio.
—¡Aseguren el área! —ordenó Lucius, dirigiéndose a los oficiales.
—Tiene quemaduras concéntricas alrededor del punto de impacto, típico de una herida de bláster de plasma —dijo Julius, arrodillándose junto al cuerpo caído para examinar la herida, con una voz cargada de experiencia.
Aiden sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, una mezcla de shock y una ira fría que se apoderaba de él. La imagen del prisionero cayendo ante sus ojos se grabó en su memoria, avivando la llama de venganza que había estado tratando de contener. —¿Qué quieres decir? —preguntó, buscando respuestas.