La voz del instructor resonó en el autobús con una autoridad que no admitía réplica. La orden era clara y concisa: todos debían llevar ya los trajes de combate.
Aiden miró a su alrededor, observó como sus compañeros, algunos con rostros pálidos y otros con una determinación forzada, comenzaban a cumplir la orden. Se inclinó para sacar su traje del compartimento debajo de su asiento, sintió el material frío y resistente en sus manos. Una caja de metal plateada esperaba su portador para abrirse. Al reaccionar a su tacto, dejó ver un tejido negro similar al látex, con algunas placas sólidas de metal que cubrían sus brazos y pecho, además de un casco que le cubriría toda la cabeza, con una pantalla a modo de visor que mostraba algunos datos biométricos.
—¿Alguna vez has usado uno de estos? — preguntó a la recluta a su lado, una chica con el cabello rubio corto y ojos que destellaban una mezcla de nerviosismo y emoción.
—Solo en simulaciones— respondió ella, su tono bajo era apenas audible sobre el murmullo de los demás. — Soy Rachel García, por cierto.
—Aiden Draconis—, le dijo, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora mientras se ponía el traje. La chica le había despertado curiosidad, ya que no le parecía que fuese alguien que elegiría la vida militar, al menos no por voluntad propia. —Parece que vamos a tener que acostumbrarnos rápido.
La nueva vestimenta militar se ajustó a su cuerpo con precisión, tanto que se lo imaginó como una segunda piel. Mientras se aseguraba de que cada pieza estuviera en su lugar, sintió como esta cobraba vida por unos segundos. Movió su brazo y se maravilló por lo ligero y ágil que sentía. Sin embargo, el peso en su estómago era un presagio de lo que estaba por venir.
—¿Listos para caer al vacío? — bromeó un joven de piel oscura al otro lado de Aiden, un chico alto y fornido con una sonrisa deslumbrante.
—¿Qué...? — Aiden se giró para verlo consternado con la pregunta, pero antes de que pudiera continuar, el suelo del autobús se abrió de golpe, y el mundo se convirtió en un torbellino de gritos y viento. La caída libre lo envolvió, y por un momento todo lo que pudo hacer fue cerrar los ojos y esperar que el traje hiciera su trabajo.
El viento lo azotaba y lo hacía girar sin dirección presa del miedo. Cuando se atrevió a abrir los ojos, el suelo se acercaba a gran velocidad, y no solo este, un edificio también apuntaba a su dirección. Por instinto, se enderezó y la tecnología de sus botas ralentizó el descenso de forma drástica, dándole una sensación de control que, al combinarse con la adrenalina del momento, construyó una sonrisa de emoción en su cara. Como si fuese un profesional de esquí, se deslizó por esas paredes como lo hubiera hecho toda la vida, y con un salto en el último segundo cayó al suelo apoyando una rodilla.
Aiden se puso de pie, sintió como el sudor empapaba su frente y sus manos temblaban descontroladas. Su corazón latía con tal fuerza que parecía querer escapar de su pecho. Una risa incrédula, mezcla de alivio y nerviosismo, escapó de sus labios mientras se quitaba el casco para respirar mejor. El aire fresco golpeó su rostro, pero no logró calmar la tormenta de emociones que lo sacudían por dentro. Miró a su alrededor y observó como los otros aterrizaban también, algunos cerca y otros bastante lejos, y se dio cuenta de que cada uno había lidiado con el shock de la caída a su propia manera. Sin embargo, la visión de sus compañeros sanos y salvos le dio un pequeño respiro de alivio.
El escenario en que se encontraba parecía ser una ciudad antigua, bastante distante de la tecnología de hologramas, cristalería y biometales de las ciudades a las que estaba acostumbrado. Los autos que veía a su alrededor tenían ruedas en lugar de las bandas de antigravedad que se usan ahora para no dañar las calles. Su HoloBand funcionaba, aunque parecía no tener señal. Estaba bastante optimista con la situación y quería creer que lo peor ya había pasado, pero, aun así, no podía sacudirse la sensación de que esto era solo el comienzo de algo mucho más grande y peligroso. Al menos hasta que escuchó un grito a sus espaldas que lo hizo girarse de inmediato.
—¡Uuuuujujuju!, ¡sí! ¡Esa sí que es una forma de empezar! — rugió a los cuatro vientos el recluta bromista de antes, muy emocionado. Había caído a solo unos metros de Aiden en el medio de la carretera, con autos viejos a los lados y algunos tanques de basura. Se sacudió el polvo de encima y buscó en el horizonte la silueta del cuartel general de Aegis.
—Este tipo está loco —pensó Aiden al ver a su compañero emocionado en el medio de la calle. Sin embargo, algo sobre él llamó su atención y se acercó más. Una melodía extraña comenzó a tener más sentido cuando recortaba la distancia. — ¿Acaso eso es lo que creo que es?
—¡Oh!, lo reconoces. Tienes cultura, niño—. Sonrió ampliamente, sus ojos brillaban con una mezcla de entusiasmo y desafío.
—¿Niño? Tengo 15 años y aquí eso es suficiente para ser adulto. ¿Qué edad tienes tú? — Aiden levantó una ceja, intrigado por la actitud despreocupada del chico.
—Tengo 17. Me gradué hace dos años en el instituto de Nova en Solaris. — respondió con orgullo.
—¡Oh wow! Perdón su majestad ancestral—. Aiden no pudo evitar soltar una risa. — Ahora, ¿en serio vas a poner esa música en un campo de batalla?
—¿Esa? Esto es un clásico del milenio pasado. La época de oro de la música. Si algo hicieron bien los antiguos fue componer. Esta es una de mis favoritas y es perfecta para el día de hoy. Escrita por el genio de Elton John y no tiene nada que ver con la basura tecno que se escucha en Central. — explicó con calma, como si le estuviera enseñando conocimientos básicos.