Las luces de las calles comenzaban a encenderse, y el bullicio del día daba paso a la tranquilidad de la noche. En el Distrito Curie, sede de las universidades más prestigiosas y avanzadas de Helios, dentro de la Provincia de Babel, Elizabeth Green se encontraba sentada en su habitación, mirando a través de la ventana mientras jugaba con su cabello y su mirada se encontraba perdida en la lejanía. Un suspiro escapó de sus labios, y una lágrima solitaria rodó por su mejilla al pensar en sus últimas palabras. Mirando al jardín de su casa, revivió esas noches en que jugaban a la princesa en el castillo, Noah era siempre el villano malvado y Aiden el caballero que corría a rescatarla. Sentía como si una parte de ella aún estuviera atrapada en aquel castillo, olvidada para siempre. Ese día había pensado en las muchas memorias que habían construido junto con él, quien había sido su confidente, su cómplice y compañero de aventuras, su primer amor. Recordó la sensación de su mano en la suya, la calidez de su mirada, el olor de su cuerpo... y ahora, todo se había desvanecido.
Observó cómo los paneles reflectantes en el domo protector de Helios cambiaban del tono rojizo de la tarde a uno más oscuro y estrellado. Lo que antes le parecía un símbolo de esperanza, ahora le recordaba la inmensidad del universo y la pequeñez de sus propios deseos. Un suave toque en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era su padre, Héctor, quien asomaba la cabeza.
—Liz, pequeña, baja a cenar. Tu madre está en casa y cenará con nosotros.
—Ya bajo, papá. Dame un momento —respondió con una voz baja y apagada.
Héctor asintió y cerró la puerta con delicadeza. Bajó las escaleras y se encontró con su esposa, Martha Green, en la cocina. Mientras preparaban la mesa, comenzaron a hablar en voz baja.
—Noah me sorprendió con su decisión de irse a Aegis. Esperaba que eligiera Solaris o que al menos se quedara en Helios con nosotros —dijo Héctor mientras se acariciaba la barba—. Creo que hubieran tenido una buena relación.
Martha levantó ambas cejas, sorprendida por la decisión de Noah y luego reaccionó al instante a la última frase de su esposo.
—¿Noah? ¿Con Elizabeth? Si hasta dormían juntos de niños, amor. ¿Qué relación esperabas? Son casi hermanos —dejó escapar una carcajada y negó con incredulidad.
—Pero siempre pasaban tiempo juntos, incluso después de haberse ido con sus abuelos. Además, él siempre se mostraba más cálido con ella.
—Con ellos, siempre andaban juntos los tres—corrigió la de cabelleras oscuras—, y personalmente no creo que él tenga mucho interés en el romance.
—Tendrías que haber visto el discurso que dio hoy, me llenó de orgullo. Incluso parecía nuestro salvador. Él sí que cree poder arreglar el mundo. Una lástima que Elizabeth se lo haya perdido, quizás hubieran despertado sentimientos —le lanzó una mirada pícara.
Martha le sonrió de forma condescendiente.
—Awww, cosita. Creo que no tienes idea de los intereses amorosos de nuestra hija. Nunca fueron hacia Noah, sino a su otro amigo, Aiden. Pero eso ahora mismo, es imposible.
En ese momento, Elizabeth bajaba las escaleras y escuchó las últimas palabras de su madre. Se quedó paralizada al escucharla pronunciar el nombre de Aiden. —¿Por qué mamá sabía de mi interés por él? ¿Qué más sabe? ¿Por qué dijo que era imposible? ¿Pasó algo más que desconozco? —Todas esas preguntas se formaron en su cabeza a la vez y su corazón dio un vuelco y una pequeña llama de esperanza se encendió en su interior. El que su madre dijera eso le dio a entender que quizás hubiera alguna explicación racional de lo que le sucedió.
—Mamá, ¿por qué dices eso? ¿Qué es lo que sabes que yo no? —preguntó Elizabeth, apoyando ambas manos sobre la mesa con mucha expectativa en la mirada.
Martha miró a su hija con una expresión de comprensión y tristeza.
—Elizabeth, Aiden está en una situación muy difícil. Ven, vamos a comer, que se nos hace tarde.
—¿Tarde? ¿Para qué? —preguntó mientras se sentaba a la mesa.
—Tu padre me dijo que estabas algo triste, así que saqué una entrada para ver una película en el principal cine inmersivo de Hollywood —respondió Martha con orgullo de su logro.
—¡Hasta Hermes! ¡Mamaaá! Más de una hora de viaje— se quejó por el largo viaje que le habían impuesto.
—No hay peros, así tenemos tiempo para hablar en familia, que no he estado presente últimamente. Quieres que te diga qué pasa con Aiden, ¿no?
—Sí. Claro que quiero.
—Pues listo, lo hablamos por el camino.
Elizabeth asintió y aceptó la propuesta de su madre. Aunque no se eliminó su dolor, esas palabras fueron suficiente para hacerle esbozar una sonrisa y que sus ojos recuperaran parte de su brillo.
Un robot pequeño con forma cilíndrica y refinada se paseaba por el comedor, limpiando y puliendo hasta el más mínimo detalle. Al centro del comedor acogedor, por las luces cálidas de la cocina, estaba la mesa, llena de platos de variados colores. Héctor había preparado varios filetes grandes y jugosos, cuyos aromas llenaban la cocina y los degustaba con gran placer para alimentar su enorme cuerpo. Martha, por su parte, se servía más de pastas y ensaladas de frutas, con colores vibrantes y frescos, además de hacerle mucho daño discretamente a la bandeja del queso. Elizabeth comía un poco de todo, pero en pequeñas porciones, a diferencia de su padre, quien parecía no tener límite. Un poco de salsa le corrió por la mejilla y Martha se lo limpió con un beso. El gesto incomodó un poco a la menor, que los reprendió cariñosamente en el acto.
—¡Mamá! —dijo sonrojándose ligeramente.
Pero en el fondo, se sintió feliz de que sus padres todavía se quisieran tanto tras veinte años de matrimonio. Observó cómo se miraban con complicidad y amor, y eso le dio una sensación de seguridad y esperanza.
—¿Qué tal estuvo tu día, Liz? —preguntó Héctor, rompiendo el silencio.
—Bien, papá. Solo... un poco cansada —respondió Elizabeth, tratando de sonar convincente.