Arcadia

Capítulo 16: El demonio blanco

Habían pasado un par de días desde su enfrentamiento con Droll, y Noah sentía que el tiempo se le agotaba. Las heridas que había sufrido ya habían sanado, pero el peso de su situación comenzaba a hacer mella en su mente. El dinero que le quedaba era escaso, y cada día que pasaba en ese lugar, le recordaba que no tenía mucho más tiempo antes de quedarse sin recursos.

Decidió que era momento de actuar. El sol del atardecer proyectaba sombras largas en las calles, y eso significaba que era la hora ideal para moverse. Se vistió con ropas comunes, nada que llamara la atención, y guardó su uniforme militar en la mochila, asegurándose de que todo quedara bien oculto. —Solo tengo que llegar a la salida de esta maldita ciudad—, se dijo mientras marcaba en su mente el camino a seguir.

Descendió las escaleras del pub, tratando de no pensar demasiado en lo que estaba por hacer. Pero justo al llegar al último escalón, el murmullo habitual del local se vio interrumpido por algo más. Voces elevadas y agresivas. Se detuvo un momento para escuchar. Había una discusión acalorada en la planta baja, algo que estaba arrastrando la atención de todos.

Se acercó con cautela, intentando pasar desapercibido. A medida que se adentraba en la sala común, notó cómo los clientes se levantaban de sus asientos, formando un círculo en torno a la escena que estaba teniendo lugar. Noah se mezcló entre ellos, con la mochila bien sujeta, y enseguida buscó entender qué ocurría.

En el centro, el colosal hombre de piel morena y brazos de metal tenía a Margot, la tendera del pub, agarrada por el cuello, levantándola en el aire como si fuera una muñeca de trapo. Los ojos de la mujer se entrecerraban, luchando por respirar, pero, aun así, en su expresión no había ni un ápice de miedo.

—Habla, Margot. Vieja bruja, siempre tienes un oído en todo —dijo el coloso, con su voz profunda resonando en la sala.

—¡Bájame, Droll! Ya me hice la ciega con tu mierda la última vez —gruñó Margot con la voz áspera, apenas logrando hablar.

Varios clientes sacaron sus armas, apuntando directamente hacia el titán. Noah pudo notar incluso, cómo algunos de ellos temblaban mientras lo hacían, conscientes de la fuerza brutal del coloso. El ambiente se volvía cada vez más tenso. —Maldita sea, justo ahora no—. Pensó, sintiendo cómo la situación se le escapaba de las manos.

—Alguien me dijo que el que interrumpió mi "colecta" pasó por aquí —continuó, acercando su rostro al de Margot.

A pesar de la presión en su cuello, la señora sonrió con malicia.

—Ja, ojalá. Y qué bueno. Este no es tu territorio. Al albino no le va a gustar saber que estás jugando en su ciudad—soltó, su voz burlona.

El silencio que siguió fue tan denso que parecía que el tiempo mismo se había detenido. Noah sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar la referencia. "El demonio blanco...", pensó. El temor a ser descubierto le mordió el estómago, pero no podía dejar de mirar.

El gigante apretó más su agarre, pero su rostro mostró una sonrisa torcida.

—El demonio blanco puede meterse esta ciudad de porquería por donde mejor le quepa —respondió, con una carcajada sorda.

—Entonces ve y díselo en su cara, a ver si tienes huevos —replicó Margot, jadeando, pero sin perder el tono desafiante.

Droll la sacudió ligeramente, pero la expresión de sus ojos se oscureció.

—Ya tiene suficientes ciudades en Vostok de las que preocuparse como para molestarse por este antro.

El aire en el pub se tornó pesado, tan cargado de tensión que parecía que hasta el más mínimo sonido podría hacerlo estallar. El joven pelinegro observó desde las sombras, prestando total atención la escena. El pánico comenzaba a apoderarse de él hasta que, en el fondo, una frase hizo que todos callaran.

—Y sin embargo estoy aquí—.

La voz sonó clara, fría, como el filo de una espada que corta el aire. No hubo necesidad de alzarla, ni de gritar. Solo aquellas palabras bastaron para silenciar todo el lugar en un instante. El ambiente, ya tenso, se volvió insoportablemente pesado. Como si de repente hubiera descendido una helada mortal.

Noah sintió el frío en los huesos. No era un frío común; era un vacío, una sensación de muerte inminente. Cuando giró la cabeza hacia la entrada, lo vio.

Alto, fornido, imponente. Su cabello blanco caía por sus hombros, y sus ojos, de un brillo plateado como platino pulido, parecían iluminar la habitación con un destello metálico. Una gabardina negra cubría su cuerpo, ceñida al torso, pero su porte era el de un guerrero. De su espalda, colgaba una espada, pero no una cualquiera: era un mandoble casi tan grande como él. Su hoja, apenas se veía contenible por su funda, como si esperara ansiosa el momento de liberarse.

Margot sonrió al instante, aún jadeante por el dolor en su cuello, regresó a su puesto tras la barra con su rostro estaba lleno de satisfacción. El gigante, que hasta hacía un momento parecía imparable, liberó de su agarre a la tendera con un gruñido, sin atreverse a girar de inmediato. Los clientes, que habían estado apuntando al coloso con miedo y nerviosismo, ahora bajaban lentamente las armas. El miedo había desaparecido de sus rostros, sustituido por una confianza absoluta.

Nadie temía ya del gigante. El albino estaba allí.

Avanzaba con paso sereno, su mirada fija en Droll. Cada vez que daba un paso, Noah sentía cómo el frío crecía en el ambiente, como si la muerte misma se acercara. Droll, que hasta hacía unos segundos había sido el centro de atención, ahora parecía solo una estatua de decoración. No movía ni un músculo, atrapado en la presencia del nuevo cliente que se aproximaba. Aunque era más alto y corpulento que su nuevo oponente, no se atrevía a girarse. Se estaba preparando para ser aplastado cuando, de repente, lo sintió pasar a su lado.

El de cabello pálido no lo miró ni una sola vez. Caminó con total indiferencia hacia la barra, como si Droll no fuera digno de su atención. El gigante parpadeó, notando lo joven que era. —¿Este es el demonio blanco? —pensó, permitiéndose relajar un poco la postura. Pero cuando los ojos plateados se encontraron con los suyos, la tensión volvió de golpe.




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