La atmósfera en la sala era sofocante. El aire pesaba como una losa invisible, cargado de tensión y cansancio. Tras días de pruebas extenuantes y un ritmo incesante de enfrentamientos, Aiden finalmente había llegado a la última etapa de la evaluación de reclutas. Las pruebas habían sido interminables, pero el final por fin estaba cerca. Observaba su HoloBand; el lento avance del reloj le desesperaba.
A su alrededor, el agotamiento estaba grabado en los rostros de los demás; algunos incluso respiraban con dificultad. La sala, sin ventilación adecuada, parecía una trampa silenciosa, impregnada de sudor y una tensión casi palpable. Cientos de jóvenes se aglomeraban en el espacio reducido, cada uno con la mirada fija en los pocos líderes que habían llegado hasta aquí.
Los equipos restantes, en un intento desesperado por sobrevivir, se habían fusionado. De los veintiocho grupos iniciales, ahora solo quedaban cinco, cada uno con más de cien miembros. Durante las pruebas habían compartido recursos, intercambiado provisiones e incluso robado sin miramientos, lo que había creado alianzas frágiles y rivalidades evidentes.
Rachel, con las manos temblorosas, se acercó a Aiden y le susurró:
—Parece que ya están listos. La reunión está a punto de comenzar.
Aiden se levantó y cruzó la sala con pasos decididos, notando a los otros líderes observándolo de reojo. En el centro del espacio se habían dispuesto cinco sillas, y cada uno ocupó su lugar. Algunos tenían a uno o dos seguidores detrás, mientras el resto de sus equipos permanecían al fondo, buscando una privacidad ilusoria en medio del bullicio. Los cinco se medían mutuamente, intentando adivinar fortalezas, debilidades y, lo más importante, hasta qué punto podían confiar unos en otros en esta etapa final.
Sentado con los brazos cruzados, un chico robusto de cabello castaño levantó la vista hacia Aiden. Su expresión destilaba desprecio. Había oído rumores sobre él: Damon. Era explosivo, tenaz y poseía un carácter implacable. Las cicatrices en sus brazos y su mirada fija sugerían que esa actitud desafiante era algo habitual en él.
A su izquierda, dos chicas intercambiaban comentarios en voz baja, mostrando una complicidad evidente. La primera, una joven de cabello cobrizo largo, parecía relajada, pero con una mirada perspicaz. Levantó una ceja, observando a Damon con ironía, mientras su compañera, de cabello oscuro y piel pálida, soltaba una breve risa que hizo fruncir el ceño al chico. Entre ellas había una química clara, estaban preparadas para enfrentarse juntas al "matón" del grupo.
En el extremo opuesto, un joven de complexión delgada observaba a Damon con resentimiento. Su postura y la forma en que apretaba los labios dejaban entrever una rivalidad tensa, quizás personal.
Damon se inclinó hacia adelante, soltando una carcajada burlona lo suficientemente alta para que todos la escucharan.
—Vaya, Lucas, qué bueno verte —dijo, alargando las palabras con un tono cargado de ironía—. Increíble que una rata como tú haya llegado hasta aquí.
Lucas lo miró de reojo, sin responder. Aiden notó el aumento de la tensión en la sala aumentaba. Cada líder medía a los otros, preparándose por si fueran sus próximos adversarios. Para romper el incómodo silencio, decidió intervenir con tono calmado y claro:
—Tú sí que haces amigos rápido, ¿eh? —dijo, dirigiéndose a Damon con una leve sonrisa sarcástica.
Damon giró la cabeza, su mirada retadora clavándose en Aiden.
—Tú lo tienes fácil, ¿no, principito?
—¿Principito?
—No te hagas el tonto. Todos saben quién eres. Y la única razón por la que no estás tras las rejas es porque tu abuelito siempre está ahí para sacarte. Debe sentirse bien, ¿eh? Saber que puedes hacer lo que quieras porque él siempre vendrá al rescate.
Aiden lo miró, intentando mantener la calma. Sin embargo, un leve apretón en su mandíbula delataba su incomodidad.
—No tienes idea de lo que estás hablando.
Damon soltó una risa despectiva, cruzando los brazos.
—Ah, ¿no? Dime, ¿a cuántos has perdido para llegar hasta aquí?
—Perder... a nadie.
Damon esbozó una sonrisa torcida.
—Exacto.
Aiden alzó una ceja, desconcertado.
—¿Qué tiene de malo?
Damon bufó, su tono volviéndose aún más provocador.
—Eso solo significa que te han dado un camino fácil. Tú no has sufrido ni la mitad de lo que los demás aquí han pasado.
Antes de que Aiden pudiera responder, las chicas intervinieron casi al unísono.
—Por favor, basta ya —dijo la de cabello cobrizo, cruzando los brazos con una sonrisa burlona—. ¿Necesitas un pañuelo?
Damon se giró hacia ella, listo para replicar, pero la otra chica se adelantó.
—Oh, ¿te molesta? Mira, Lorena, parece que lo has hecho enojar. Aww, pobre bebé. La guardería está en otra sala —añadió con sarcasmo, sin molestarse en disimular su burla.
—Si vas a quedarte aquí, mejor ponte los pantalones y deja de llorar —añadió Lorena, con un rostro más serio.
Damon apretó los puños, sus ojos llenos de rabia. Con una mirada furiosa hacia las chicas, se levantó y se dirigió hacia una esquina, empujando a uno de sus compañeros al pasar. Su grupo lo siguió en silencio, demostrando que su lealtad hacia él seguía intacta.
Cuando se alejó lo suficiente, Lucas se inclinó hacia adelante y, sin dejar de observarlo, murmuró:
—No lo subestimen. Parece solo un bruto, pero es mucho más peligroso de lo que deja ver. En la tercera prueba me robó todos los recursos mientras hacía vigilancia. Si llegamos hasta aquí fue de milagro.
Aiden sintió curiosidad ante las palabras de Lucas, aunque no pudo evitar notar una chispa de satisfacción en sus ojos, como si disfrutara de esta oportunidad de hablar sobre Damon en su ausencia, una pequeña venganza silenciosa.
Justo cuando el ambiente parecía calmarse, un destello de luz azulada emergió en el centro de la sala. La figura holográfica de un robot apareció de la nada, proyectándose con nitidez contra la penumbra. Su forma era tenue pero imponente, y sus ojos brillaban con un resplandor constante que añadía una sensación de vigilancia. Un zumbido bajo acompañaba su aparición, era un recordatorio de la autoridad que representaba. Aiden notó que algunos de los reclutas se acercaban, atraídos por la inesperada aparición.