La fábrica se alzaba ante ellos como una colosal bestia mitológica, sus torres metálicas extendiéndose hacia un nimbo negro que pulsaba ominosamente en el cielo. Desde sus posiciones estratégicas alrededor de la estructura, los miembros del equipo de distracción aguardaban tensos. Cada uno tenía una misión clara: desatar el caos y atraer tanta atención pudieran.
Dashiel, agazapado cerca de una entrada lateral, tensó los labios mientras ajustaba el visor de su rifle láser. Sus ojos seguían el lento avance de un vehículo de carga sobre un camino elevado. —Un disparo, y a correr, —pensó, exhalando antes de apretar el gatillo. El láser impactó con precisión quirúrgica, y el vehículo estalló en llamas, iluminando con un destello naranja la imponente fachada de la fábrica.
Esa fue la señal. Otros miembros del equipo abrieron fuego de inmediato, dirigiendo sus disparos a ventanas y robots de carga. Las explosiones se encadenaron una tras otra, y los sonidos metálicos de los impactos y los láseres quemando las paredes llenaron el aire. Dashiel, sin embargo, no esperó a ver el resultado. Con un arranque veloz, se lanzó hacia el punto de reunión, dejando una estela de polvo y determinación tras de sí.
Mientras tanto, el caos se desbordaba en otras áreas de la fábrica. Cada explosión y disparo atraía la atención de las defensas automáticas. Un rugido mecánico resonó en la distancia: los colosos, guardianes masivos e implacables, comenzaron a moverse. Desde el interior de la fábrica, emergieron con un brillo feroz en sus ojos, como si encarnaran la ira de la estructura misma.
El suelo tembló bajo sus pasos. Las enormes pisadas de los colosos parecían marcadas por el ritmo de una estampida, y el estruendo de sus movimientos se entremezclaba con los centelleantes disparos de sus cañones, dirigidos hacia los ágiles y escurridizos miembros del equipo.
Cuando todos se reunieron en el punto designado, Eric observó la escena frente a él con una mezcla de sorpresa y deleite. Desde la supuesta entrada vulnerable, una línea interminable de robots comenzaba a congregarse, formando una imponente barrera de defensa. La sonrisa de Eric se ensanchó mientras se pasaba la lengua por los labios, casi saboreando el espectáculo que se avecinaba.
—Vaya, sí que han traído refuerzos... —pensó, su tono interno más emocionado que preocupado.
A unos metros de distancia, Damon frunció el ceño, su mirada recorriendo el número creciente de colosos que emergían de la fábrica, tal cual manada de gigantes metálicos. Su mandíbula se tensó mientras rugía con urgencia hacia Eric:
—¡Espero que todo esto sea parte de tu maldito plan!
Eric alzó las cejas con fingida ofensa, por su genio cuestionado, y mostró el dispositivo que había estado ajustando durante todo el camino. Vibraba suavemente, emitiendo un zumbido grave que parecía crecer con cada segundo.
—¿Plan? ¡Claro que tengo un plan! —dijo con una sonrisa que combinaba orgullo y travesura, asemejando a un mago antes de sacar su mejor truco—. Toma esto, grandullón. Es un núcleo de coloso. Inestable, por supuesto.
Damon lo miró incrédulo, sus ojos ampliándose ante el objeto que Eric le ofrecía.
—¿¡Un núcleo inestable!?
Antes de que Damon pudiera protestar, Eric le extendió el núcleo con una rapidez que no admitía discusión.
—Tú batea, grandullón —dijo, mientras agitaba la mano con dramatismo—. Usa la parte plana de tu hacha y lánzalo directo al centro de la formación.
—¿Qué demonios estás diciendo? —espetó Damon, mirándolo como si hubiera perdido la cabeza.
Eric, completamente ajeno al escepticismo de Damon, se colocó en una posición teatral, extendiendo los brazos, estaba a la expectativa de su obra maestra.
—Confía en mí. ¡Va a ser espectacular!
Damon apretó los dientes, comprendiendo al instante el peligro, pero también la inevitabilidad de lo que debía hacer. Con un gruñido bajo, se giró hacia el grupo.
—¡Todos cúbranse! —gritó, con su voz de mando resonando en las cabezas de todos.
Los reclutas no dudaron. En un instante, todos se lanzaron al suelo o buscaron la cobertura más cercana, sus corazones latiendo al unísono con la urgencia de las palabras de Damon. Mientras tanto, él levantó su hacha con ambas manos, sintiendo el peso del núcleo inestable en sus palmas, como si estuviera sosteniendo un fragmento de pura energía.
Con un movimiento preciso y lleno de fuerza, golpeó el núcleo con la parte plana de su hacha. El impacto lo lanzó con la velocidad de un proyectil, dejando un arco brillante en su trayectoria que cortaba la oscuridad. El aire pareció cargarse de electricidad, y por un instante, el tiempo se detuvo.
Todos contuvieron la respiración mientras el núcleo vibraba en pleno vuelo, su zumbido transformándose en un chillido metálico que perforaba el silencio. Los guardianes, guiados por sus sistemas automatizados, giraron en perfecta sincronía para seguir el núcleo con sus armas, pero ya era demasiado tarde.
El pequeño orbe comenzó a brillar con una intensidad cegadora, y su ignición era inminente.
Damon, el de brazos marcados por cicatrices, mantuvo su hacha alzada un segundo más, sus músculos tensos, sentía que contenía en ellos el peso del mundo entero. Su instinto le gritaba que se preparara para lo inevitable: un espectáculo tan devastador que podría acabar con todo lo que le rodea.
A pocos metros, Eric permanecía de pie, completamente expuesto al caos que él mismo había desatado. No se movió ni un centímetro, no tenía noción del peligro, y sus ojos brillaban con una mezcla inquietante de euforia y locura. Era el reflejo de alguien que sabía que su obra maestra estaba a punto de culminar.
—¡PERFECTO! —exclamó, su voz resonó por encima del ruido, dándose una ovación para sí mismo.
El estallido fue tan catastrófico como se había anticipado. La onda expansiva golpeó el suelo con la fuerza de un martillo celestial, haciendo temblar hasta las torres más altas de la fábrica. Los colosos más cercanos fueron despedidos por el aire, con sus cuerpos metálicos imitando el movimiento de las hojas al viento, antes de estrellarse contra el suelo con un estruendo ensordecedor. Aquellos más distantes no escaparon del alcance; sus núcleos, resonando al unísono, comenzaron a sobrecargarse, liberando destellos cegadores antes de detonar en una reacción en cadena.