Los jóvenes se adentraban en la factoría con la sensación de haber entrado en las fauces de una fiera gigantesca, que, aunque aún no cerraba su mandíbula, ya los acechaba atentamente. Dentro de los vehículos, las luces parpadeantes y el eco grave de los motores llenaban el ambiente con una opresiva sensación de peligro. Aiden mantenía la mirada fija en el camino que se desplegaba frente a él, pero su mente estaba atrapada en recuerdos que lo perseguían.
—"Esa misión fue una pesadilla, hijo. No éramos soldados, éramos sacrificios."
Las palabras de Julius resonaban con fuerza en su mente, mezclándose con el zumbido de las máquinas que despertaban a su alrededor. Cuando el vehículo saltó ligeramente sobre un tramo irregular, el chico apretó los puños sobre el manillar de su moto antigravedad. "No esta vez", murmuró para sí mismo, sus palabras solo añadían al peso de la responsabilidad que sentía.
Eric, sentado en uno de los autos a su lado, lo observó por el rabillo del ojo, captando la tensión en su postura. Aunque su expresión relajada seguía ahí, su tono reflejaba un toque de seriedad poco común.
—No te pongas demasiado filosófico ahora, líder. Te necesitamos con la cabeza en el juego.
Aiden lo miró de reojo y asintió brevemente.
—No te preocupes. Estoy aquí.
—Más te vale, Draconis —intervino Damon desde un vehículo detrás de ellos. Su tono grave atravesó el aire con la precisión de una cuchilla—. Porque si esto falla, será la última vez que alguno de nosotros esté "aquí".
Los vehículos avanzaban a toda velocidad a través de las múltiples calles, sus motores rugiendo mientras las luces intermitentes proyectaban sombras móviles sobre las paredes de acero. Desde su posición al frente, Aiden guiaba al grupo con movimientos firmes, con su mirada fija en las esquinas traicioneras y las intersecciones que aparecían abruptamente en su camino. Las ruedas antigravitatorias levantaban pequeñas ondas de polvo metálico, que parecían flotar en el aire cargado de electricidad.
Dentro de los vehículos, cada vibración del suelo era un recordatorio del peligro inminente. Un rugido profundo resonó desde las entrañas de la fábrica, haciendo que las estructuras de acero temblaran a su paso. A través de las ventanas y rendijas, los jóvenes podían ver cómo los brazos robóticos, que antes permanecían inertes, ahora se movían con precisión escalofriante, parecía que la fábrica misma despertara de un letargo impuesto.
Rachel giró la cabeza hacia Damon desde su asiento, su voz tensa mientras señalaba hacia las alturas.
—¿Lo sienten? Todo está volviendo a la vida.
Dashiel, sujetando el manillar de su moto detrás de ellos, alzó la voz para hacerse escuchar sobre el ruido de los motores.
—No solo lo siento. ¡Lo estoy escuchando!
El coro mecánico del enjambre aéreo, un zumbido penetrante y agudo, se hacía más fuerte a medida que los vehículos se adentraban más en la estructura. Al salir de un pasillo estrecho, los vehículos irrumpieron en una explanada abierta, sus luces iluminando el espacio que conectaba directamente con el edificio central.
A lo lejos, sobre el techo del edificio principal, una nave gigantesca se alzaba, volviéndose un símbolo de esperanza. Sus alas, apenas visibles bajo el resplandor rojizo de las luces de emergencia, proyectaban sombras largas que cubrían la explanada. Era inmensa, diseñada para transportar a cientos de personas. Sin embargo, su enorme presencia también servía para recordarles la intimidante de la distancia y los peligros que aún debían superar para alcanzarla.
Eric rompió el silencio desde su asiento, acercándose levemente hacia Aiden mientras señalaba la nave.
—Bueno, al menos sabemos dónde está. Ahora solo falta llegar. Fácil, ¿no?
Damon se adelantó desde uno de los vehículos, su hacha descansando sobre su hombro mientras observaba el camino que se extendía frente a ellos. —No tenemos tiempo para quedarnos mirando. ¡Avancemos!
El grupo se mantenía acelerando al máximo que podían, todos concentrados en no cometer errores. A medida que se acercaban al edificio central, las señales de actividad en la fábrica se volvían más evidentes. A ambos lados del camino principal, los sectores de producción comenzaban a trabajar con una sincronización inquietante: máquinas de ensamblaje chisporroteaban y lanzaban destellos eléctricos, mientras las cintas transportadoras cargadas de piezas, iniciaban a moverse con un ritmo incesante y apresurado.
Eric redujo la velocidad de su auto, sus ojos clavados en el espectáculo de maquinaria que despertaba a su alrededor. Una mezcla de fascinación y alarma cruzó su rostro. —Esto no es bueno —dijo en un tono bajo, pero suficientemente audible para los que estaban cerca.
Rachel, girándose desde su asiento en el vehículo siguiente, frunció el ceño. —¿Qué quieres decir con "no es bueno"?
Eric exhaló con frustración, señalando hacia las máquinas en funcionamiento. —Significa que la fábrica no solo se está reiniciando. Está reactivando su producción. Sea lo que sea que fabrican aquí... están poniéndolo en marcha.
Desde su moto, Dashiel levantó la vista hacia el cielo, donde el zumbido del enjambre se hacía cada vez más intenso. Sus ojos se agrandaron al ver las sombras en movimiento. —Y parece que no somos los únicos que lo saben. ¡Miren allá arriba!
Todos dirigieron sus miradas al cielo. Sobre ellos, los robots voladores que componían el nimbo de la factoría se movían en patrones precisos, casi hipnóticos. Sus formas metálicas reflejaban la luz rojiza de la fábrica, creando destellos intermitentes que simulaban una siniestra constelación en constante cambio. El zumbido era ahora ensordecedor, un coro mecánico que retumbaba en los vehículos y hacía vibrar el aire.
—¿Por qué no nos han atacado? —preguntó Damon, con las cejas arrugadas mientras miraba a Eric con evidente impaciencia.
El moreno ajustó los controles del tablero de su vehículo, sus ojos fijos en las lecturas que parpadeaban en su pantalla. —Porque aún no tienen autorización para hacerlo... pero cuando la reciban, no hay forma de que podamos ganar.