Arcadia

Capítulo 21: El corazón de Rodina

El cielo de Mirgorod brillaba con un resplandor extraño, una mezcla de luz y penumbra que borraba las estrellas artificiales. Desde lo alto de la Torre Vermelho, en el corazón Mirnyy y sede del consejo Zarziash, la vista era tan magnífica como inquietante. Las luces rojas en la base del edificio, trazaban patrones similares a venas de sangre, que recorrían toda la urbe. Lo que alguna vez había sido concebido para ser un faro de esperanza y diplomacia, se había transformado en un coloso oscuro, una declaración silenciosa de que la guerra era ahora el único camino.

La torre era tan alta que se podía observar a varios kilómetros de distancia, por mucho la más alta de toda Rodina. El resto de los rascacielos, por imponentes que fueran, palidecían a su sombra, reducidos a meros acompañantes de una estructura que parecía desafiar al cielo mismo.

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El resto de los rascacielos, por imponentes que fueran, palidecían a su sombra, reducidos a meros acompañantes de una estructura que parecía desafiar al cielo mismo

La cumbre de esta, estaba tan cerca de la cúpula protectora que la coronaba, que incluso se podían ver el patrón que separaba los paneles que la componían. Desde el suelo, las nubes daban la ilusión de un cielo infinito, una conexión perdida con el mundo que alguna vez existió. Pero en la cumbre, donde la verdad era ineludible, no eran más que manchas imperfectas, evidencias de un mundo encerrado en su propia prisión de cristal.

Dentro, el aire era denso, cargado de voces acaloradas que discutían un tema de suma importancia para la provincia. Una mesa circular se encontraba en el centro de una habitación con una leve luminaria. Rodeada por un grupo de personas que representaban a las diferentes ciudades dentro de cada distrito de Rodina. Además de ellos, una multitud los rodeaba, todas con lujosos trajes y vestidos, miembros de las más altas esferas de la sociedad, expectantes a las palabras de cada líder.

Una pequeña chica entró sigilosamente. Aunque no quería ser el centro de atención, tuvo que abrirse paso entre la multitud, motivada por la curiosidad de averiguar qué ocurría. En su camino, notó cómo algunos rostros se giraban hacia ella al sentir el empujón. Aquellos que bajaron la vista, la reconocieron de inmediato y se apartaron con un leve gesto, casi instintivo. El espacio a su alrededor se abría por sí solo, sin tener que pronunciar palabra. A ella no le interesaban esas reacciones, no ahora que su interés estaba concentrado en entender qué estaba ocurriendo.

En el núcleo de la mesa brillaba un holograma de Aegis, parpadeando con líneas rojas que delineaban los frentes de cada frontera. Mostraba una imagen precisa de cada provincia y hacía énfasis en los principales puntos estratégicos.

No sabía qué esperaba escuchar, pero aquel tema estaba lejos de las reuniones de rutina que solía ignorar. El ambiente era distinto, había un par de personas con los nervios a flor de piel, mordiéndose las uñas que no paraban de mirar de un lado a otro. Los más altaneros de la multitud eran los empresarios, con trajes lujosos de las mejores marcas, fácilmente reconocibles. Mantenían una mirada evaluadora, le parecía que esas víboras solo esperaban con paciencia su oportunidad.

Su padre estaba presidiendo la reunión, siempre con su hermano mayor en el papel de mano derecha, pero esta vez, alguien nuevo estaba junto a ellos. Era un hombre de cabello rubio, equipado con un traje militar distinto a los que solía usar su gente y una expresión en su rostro que denotaba cierto desprecio por la mayoría de los presentes. Debía de ser alguien importante, tenía la atención de muchos. Unos le hacían muestras de profundo un respeto mientras que otros dejaban ver fuerte recelo y resentimiento. Incluso ella percibía la incomodidad que producía la presencia de esta persona en el lugar. Aunque muchos en la sala lo miraban con aversión, él se mantenía inmune. Había estado en lugares similares antes, pero en el bando opuesto, y sabía que la desconfianza era una constante en tiempos de guerra.

El hombre rubio de ojos negros los evaluaba con la mirada depredadora de quien busca su próxima presa.

El zumbido de las voces se hizo más fuerte, como un río cargado de tensión y rencores. Pero, en el centro de todo, una figura destacaba: el padre de la chica. Se alzaba con firmeza, cada movimiento suyo cuidadosamente medido. Su estatura no era la más destacada del salón, no obstante, su presencia infundía un respeto indiscutible. A su lado, su guardián e hijo mantenía una expresión seria, vigilante, imponía el respeto físico del que carecía su progenitor. El de cabello dorado, cuya sola presencia perturbaba a la mayoría, permanecía inmóvil, hablaba con un tono bajo, pero siempre con la atención de todos y cada vez que intercedía, parecía que una erupción estaba a punto de suceder.

Desde su posición, sin que se diera cuenta, observó cómo su padre levantó una mano para acallar las voces. El silencio cayó rápidamente, aunque los rostros alrededor de la mesa circular permanecían tensos. Uno de ellos, un hombre canoso de rostro severo, se inclinó hacia adelante y rompió la calma.

—¡¿Cómo puedes decir que no fue un ataque, Abraham?! —la voz del concejal Kiryan resonó con indignación—. ¡La explosión en Lucerna no es algo que podamos ignorar! Si no tomamos represalias, luciremos débiles ante Kremlev y sus aliados.




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