Habían pasado unos segundos que se sintieron eternos. El silencio en el ambiente era en extremo pesado, tras el último retumbar de las palabras del general en jefe. Nadie se atrevió a intervenir, mucho menos a mediar palabra.
Abraham se mantenía firme en su lugar, pero cualquiera que lo mirara de cerca podría notar la fina capa de sudor que comenzaba a cubrir su frente. Su respiración se incrementaba cada segundo, traicionando el esfuerzo que hacía por mantener la compostura.
—Entréguenle sus pertenencias—ordenó Abraham con voz firme, haciendo un gesto hacia uno de sus hombres.
El soldado obedeció rápidamente, regresando con una mochila y un traje que Noah reconoció al instante como los suyos. Noah los recibió en silencio, sintiéndose aliviado de contar con todas sus cosas. Sus ojos pasaban de Lucius a Abraham, evaluando la tensión que los rodeaba.
—Sube a la nave—ordenó Lucius, sin siquiera dirigirle una mirada al joven. Su tono, fuerte y profundo, resonó en el pecho de todos los presentes.
El joven vaciló un instante; sus manos apretaban la mochila con fuerza. Miró a Abraham, buscando en su rostro alguna señal, pero solo encontró una mirada de acero. Finalmente, obedeció, dirigiéndose hacia la rampa del Zeus, cuyos motores comenzaban a emitir un zumbido constante y amenazante.
Mientras subía al Zeus, Noah echó un vistazo hacia atrás. Abraham, esbozando una sonrisa ladeada, levantó la mano con una despedida teatral. El gesto prometía un reencuentro inevitable.
Mientras avanzaba hacia la rampa, la sombra del Zeus parecía consumirlo todo, incluyendo la figura de Abraham.
—¿Son todos los líderes así, o solo ellos tienen esa actitud? Como sea, la probabilidad de que otra guerra estalle en el futuro es del cien por ciento—. Pensó el chico mientras tragaba en seco para calmar sus nervios.
Lucius se giró lentamente hacia Abraham, su expresión neutral, pero sus ojos eran dos cuchillas negras que parecían diseccionarlo. No hubo palabras entre ellos, sino un silencio que habló más fuerte que cualquier grito. Era un enfrentamiento de voluntades, un duelo que se libraba en un campo de batalla invisible.
Abraham sostuvo la mirada. Estaba consciente de que cualquier señal de debilidad podría desencadenar una reacción desastrosa, no solo para él, sino para todos los presentes. Aun así, no pudo evitar el leve temblor en sus dedos, que ocultó cruzando los brazos.
Lucius rompió el contacto visual primero, girándose con la seguridad de saber que nadie intentaría atacarlo por la espalda. Dio unos pasos hacia la rampa, deteniéndose justo antes de entrar a la nave. Unas palabras, bajas pero cargadas de intención, se robaron la atención de todos:
—Esto no acaba aquí.
No obtuvo respuesta, más allá del breve cruce de miradas con su opuesto. Sólo eso fue suficiente para hacerlo sonreír, fría y cruelmente. Sin más, subió a la nave; sus pasos tronaban en el metal como tambores de guerra.
Zeus se elevó lentamente, su sombra engullendo a los presentes una última vez antes de desaparecer en el cielo. El ruido fue potente y desató tanto viento que los presentes tuvieron que cubrirse los rostros con las manos. El suelo temblaba mientras la nave alzaba su vuelo. Por encima de eso, el sentimiento aplastante que había en el ambiente por el despegar del dios del rayo, era solo comparable con la presión que ejercía su avatar desde la escotilla trasera, mientras miraba con desprecio a los que estaban debajo.
Abraham le sostuvo la mirada hasta que la puerta de metal los separó, mas no pudo evitar sentirse como un insecto por unos segundos ante la presencia de su enemigo jurado. Sin embargo, ceder no era una opción; mostrar inseguridad podría costarle todo lo que había construido. Una vez que la nave desapareció en el horizonte, dejó escapar un suspiro apenas audible, permitiéndose un momento de debilidad mientras el estruendo de los motores aún llenaba el aire.
La tensión en la plaza finalmente comenzó a disiparse, pero nadie se movió ni habló. El patriarca Zarziash bajó la mirada un instante, limpiándose la frente con el dorso de la mano, antes de enderezarse de nuevo. Había mantenido su posición, hecho honor a su nombre, aunque sabía que esto era solo el principio.
El juego acababa de comenzar, y aunque Draconis había tomado la ventaja aparente, él aún tenía un montón de cartas por jugar. Bajo la fachada de calma, su mente era un torbellino de estrategias, cada una más arriesgada que la anterior. Su plan se movía como un engranaje perfecto; solo necesitaba ganar el tiempo para llevarlo a cabo en su totalidad.
—Volvamos a la Torre. Hay cosas que debemos preparar—. Sentenció con tono autoritario, mientras su mirada se perdía un instante en el horizonte, donde sus enemigos se habían desvanecido. El enfrentamiento aún no había terminado.
El Zeus surcaba los cielos como un depredador letal. Dentro de sus entrañas, reinaba un silencio pesado, casi reverencial, como si la nave misma compartiera la imponente presencia de su comandante.
Noah, sentado en un banco metálico, apretaba su mochila mientras sus ojos intentaban encontrar calma en las superficies lisas y el brillo tenue de los paneles. Aunque no lo admitiera, sentía el peso de la presencia del hombre frente a él.
El general en jefe avanzó con pasos deliberados; sus botas resonaban en el metal. No se apresuró a sentarse; inspeccionó la sala primero. Cada gesto suyo era calculado y cargado de intención. Solo cuando estuvo satisfecho, se dejó caer en el asiento frente al recluta. Su postura era relajada, pero irradiaba autoridad y control absoluto.
Lucius observó al chico en silencio, su mirada penetrante evaluándolo, intentando desentrañar cada uno de sus secretos. Noah sostuvo la mirada al principio, aunque con esfuerzo. El aire entre ambos parecía cargado, un campo de batalla invisible donde las palabras aún no habían hecho su aparición.