El ambiente en el callejón se había calmado desde el enfrentamiento. Lucius había llamado a las autoridades y la tregua que había quedado tras la brutalidad del enfrentamiento fue destrozada por la llegada de la policía militar. Un grupo de soldados emergió desde la esquina; con las linternas incorporadas en el antebrazo de sus uniformes, iluminaban las paredes manchadas de sangre y el cuerpo destrozado del asesino.
—¡Área asegurada! —gritó uno de los oficiales, un hombre robusto con un uniforme impecable y una insignia que indicaba rango de teniente.
Lucius permaneció inmóvil; su cuerpo rígido imitaba el de una torre de vigilancia, observó cada milímetro de movimiento del atacante. Con un gesto de la mano, indicó al teniente que se acercara.
—Este hombre logró infiltrarse en Utopia. No estaba solo —dijo Lucius con un tono grave; su mirada dura perforó al atacante aún herido en el suelo. Su voz, aunque controlada, tenía la seriedad de una orden inquebrantable. —Uno de sus compañeros escapó y el otro lo tienes detrás de mí. Refuercen la seguridad en todo Kremlev. Quiero patrullas en cada entrada y salida, y que ningún alma cruce la frontera sin mi autorización. Entraron de alguna forma y tenemos que saber el cómo. ¡YA!
El teniente asintió rápidamente, sin atreverse a cuestionar al general. Lo miraba con detenimiento, nervioso por el aspecto actual de este y la frialdad con la que se mantenía centrado.
Mientras daba las órdenes a los oficiales, uno de ellos se acercó a socorrer a Noah al verlo. Estaba en la esquina, con los ojos fijos en el cuerpo sin vida del asesino. A pesar del caos a su alrededor, el chico parecía atrapado en un torbellino de pensamientos, asimilando lo vivido en el día.
—¡Ey!, joven, ¿estás bien? —preguntó una oficial joven, con una expresión de preocupación mientras se inclinaba frente a él. Llevaba una toalla en la mano, y con cuidado limpió las manchas de sangre que salpicaban su rostro y su chaqueta.
Noah parpadeó, como si despertara de un sueño, y miró a la mujer. Su voz parecía distante cuando respondió.
—Sí, sí, eso creo —murmuró. Se tomó un segundo para respirar profundo y formular sus siguientes palabras. — Estoy bien. Este día ha sido...muy agotador.
La mujer lo observó en silencio durante un momento antes de responder, su tono calmado pero firme.
—Imagino que fuiste el recluta que terminó en Rodina. No me puedo imaginar lo que viviste por allá tantos días, solo para regresar luego y que suceda todo esto.
Lucius, que había estado monitoreando la conversación de reojo, se dirigió hacia Noah. Su presencia cortó cualquier palabra adicional. Señaló al chico con un gesto brusco.
—Llévenlo a Spartan. Quiero que lo instalen en las barracas de los reclutas antes de que caiga la noche. Ya tiene suficiente en qué pensar.
La oficial asintió y ayudó a Noah a moverse. Cuando lo escoltaban hacia un vehículo militar estacionado cerca, Noah no pudo evitar voltear una última vez hacia el callejón. Escuchó algo acerca de un centro de inmersión y los oficiales enseguida tomaron detenido al atacante herido y lo montaron en una patrulla. La figura del general permanecía allí, firme e implacable, dándole órdenes al teniente mientras señalaba un mapa táctico proyectado por su HoloBand.
El auto arrancó con un zumbido suave, alejándose de Utopia. Noah permaneció en silencio durante el trayecto, viendo cómo las luces de Liberty desaparecían tras ellos. La ilusión de paz en Utopia se desmoronaba con cada kilómetro recorrido, dejándolo con las imágenes del cuerpo destrozado y el eco de las palabras frías de Lucius.
Unos pocos minutos más tarde, habían llegado a unas compuertas metálicas enormes que se abrieron a su llegada. Con una fuerte vigilancia y varios militares y androides de combate en la zona, le fue evidente que ya habían cambiado de distrito. Dando paso a la arquitectura militar de Spartan, en Eagle.
Al llegar, las puertas del cuartel de los soldados se alzaban como una fortaleza iluminada por las luces artificiales de la cúpula. Su reloj marcaba más de las nueve, y el ambiente parecía haber cedido a la quietud de la noche simulada. Los pocos reclutas que quedaban afuera caminaban relajados; vistiendo ropa civil, disfrutaban de su breve libertad antes del inicio de los entrenamientos en septiembre.
Noah salió del auto y miró a su alrededor con cautela. La oficial que lo había escoltado señaló el edificio donde pasaría la noche.
—Es ahí. Encuentra un lugar para descansar. Mañana será otro día.
Noah asintió, admiró el edificio que sería su hogar temporal y sintió un peso nuevo sobre sus hombros. Ya estaba en la línea de salida; ahora debía elaborar el plan para cumplir su objetivo y, aunque no quería tener que recurrir a eso, sabía que el camino más corto era cumpliendo las expectativas de Lucius.
Se dio la vuelta para agradecer a la oficial que lo trajo antes de que se fuera; sin embargo, cuando lo hizo, vio algo que lo dejó pasmado. Al otro lado de la calle, vio una estructura enorme fuera de lugar.
Una masa de criaturas metálicas que adornaban su cumbre, retorciéndose como si tuvieran vida propia. Tantas que se asemejaban a una masa de alquitrán, con un movimiento hipnótico e inquietante a partes iguales. Ocupaba toda la plaza, varias calles más e incluso podía ver los escombros de varias edificaciones que aplastó.
—¡¿Pero qué diablos es eso?! —exclamó el joven.
—El Enjambre, al menos una parte. Es la mayor fábrica de armamento y robótica de Aegis. —Respondió la oficial al girarse para ver a qué se refería el chico. —Debería estar Zhelezny, pero por ciertos motivos terminó aquí —explicó, sin ocultar un deje de sarcasmo.
—¡¿Por qué?! —preguntó el de cabello oscuro, aún más confundido.
—Obra de uno de los nuevos. No sé si deberíamos estar impresionados o preocupados por el futuro; parece que los reclutas de este año van a dar mucho trabajo. —Exhaló una bocanada de aire y elevó el auto varios metros en el aire. —¡Intenta no dar más problemas, que ya tenemos suficientes! —agregó la oficial con sonrisa sarcástica.