El resplandor rojo del atardecer bañaba la ciudad de Rodina a través de los enormes ventanales de la oficina de Abraham Zarziash, en lo más alto de la imponente Torre Vermelho. Desde allí, él observaba su imperio con una expresión solemne, las manos en los bolsillos de su impecable traje. La vista panorámica le permitía admirar el caos controlado que había construido, un mundo de acero y sombras que se extendía hasta donde alcanzaba la mirada.
Detrás de él, una única figura ocupaba la oficina. Sentado en un sofá de cuero negro, el hombre misterioso esperaba en silencio. Su porte era rígido, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, su mirada fija en la espalda del patriarca Zarziash. No había ansiedad en él, solo resignación.
No habló.
No tenía nada que decir.
El sonido de la puerta deslizándose suavemente rompió el silencio.
Harlan Zarziash entró con paso firme, su expresión siempre marcial, con la compostura de un soldado entrenado para cumplir órdenes. Se detuvo al instante al notar la figura rubia en la habitación.
Sus ojos se endurecieron cuando reconoció el nombre que su padre estaba a punto de pronunciar.
—Qué bien que hayas llegado, quiero que conozcas a alguien. —La voz de Abraham fue suave, pero cargada de intención. Finalmente, se giró, mirando a su hijo y a su nuevo "invitado" con una leve sonrisa de satisfacción.
El hombre misterioso levantó la mirada. Su porte permaneció inalterable, observándolo con la misma frialdad con la que había mirado al mayor de la sala minutos atrás.
—Julius Draconis. —La voz de Abraham resonó con peso en la habitación.
Harlan no ocultó la ligera tensión en su mandíbula. No conocía su rostro, pero sí su nombre. Los niños de la pasada guerra recuerdan los nombres de los titanes que movieron el tablero, y este era uno de ellos. Aquel que forjó la paz.
Desde que entró, Julius se había mantenido sentado en silencio, observando sin intención aparente. Pero había algo en su postura, en el aura a su alrededor, que le revolvía el estómago. Era como si ya supiera algo que él no.
Por un breve instante, hubo algo en los ojos de Harlan. ¿Respeto? ¿Admiración? ¿Curiosidad? Tal vez. Pero se apagó en cuanto su padre pronunció las siguientes palabras.
—Él trabajará con nosotros.
Julius no se movió. No mostró emoción alguna.
—¿Con… nosotros? —Harlan frunció el ceño.
—Será mi mano izquierda a partir de hoy. —sentenció Abraham con un tono definitivo.
Por un momento, el ambiente se volvió más denso, cargado de palabras fantasmas entre el de cabellera azul profundo y el rubio; era como ver un mar tormentoso.
Sin embargo, este paisaje ocurría bajo la mirada complacida del tercero.
Por primera vez en su vida, sintió algo parecido a la duda, aunque mantuvo la espalda recta, pero sus manos se cerraron en puños tras su espalda. Julius acababa de llegar y ya ostentaba el mismo rango que él.
No era traición, mas sí una advertencia. Si dejaba de ser suficiente, su padre buscaría otros peones, y sabía exactamente a quién miraría primero.
Julius se puso de pie con calma, con un porte imponente pero relajado, y se cruzó de brazos, observando a Harlan con una expresión neutra.
—No te preocupes, no vine a quitarte el puesto.
Harlan no respondió de inmediato. Buscó una señal de burla en su rostro, un destello de arrogancia… pero solo encontró un abismo de indiferencia.
Abraham sonrió al ver la dinámica.
El perro leal y el lobo solitario.
—Ambos tienen su papel aquí, llévense bien. —continuó con suavidad, su tono similar al veneno que se desliza lentamente en la mente de un hombre. —Julius tiene… motivaciones personales para ayudarnos. Y tú seguirás siendo mi soldado más confiable.
Harlan apretó los puños. Comprendió en ese instante que su utilidad podía tener fecha de caducidad.
No le gustaba esto.
Para nada.
—¿Estás seguro de esto, padre? —preguntó con voz controlada, pero sus ojos parecían dagas clavadas en el invitado.
Abraham le lanzó una mirada perezosa, casi burlona.
—Nunca antes me habías cuestionado, hijo… —Hizo una pausa para acercarse y, con un gesto cínico, le tocó el rostro y luego la frente. —¿Te sientes bien?
Harlan no respondió directamente. Solo bajó la vista, mordiéndose la lengua para no hablar de más. El frío tacto de su padre en su piel hizo que su respiración se contuviera por un segundo. No era afecto. Nunca lo había sido. Era un recordatorio de quién tenía el control.
Julius suspiró con la escena, y se giró hacia el mayor, ignorando la creciente incomodidad del joven.
—Me voy. Espero que no olvides tu parte del trato.
Abraham le sostuvo la mirada, y su sonrisa se ensanchó con una sombra de ironía.
—Es algo aterrador hasta dónde puede llegar un padre por su hijo.
Julius le respondió con una expresión cargada de un desprecio no disimulado. Un gruñido bajo escapó de su garganta antes de darse la vuelta. Caminó hacia la salida con la misma actitud de siempre, pero, por un breve instante, pareció contenerse antes de cruzar la puerta. En él no había miedo, ni sumisión, solo había una chispa en sus ojos, aquella que daría inicio a un incendio que llevaba contenido muchísimos años.
Harlan lo siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró detrás de él.
Finalmente, se volvió hacia su padre, aún con el cuerpo tenso.
—¿Algo más que quieras decir? —preguntó Abraham, volviendo su atención a las luces de la ciudad, como si la conversación ya no le interesara.
El joven apretó los dientes, inhaló lentamente y adoptó una postura aún más firme.
—Sí, padre. Lo hay. —dijo, su voz ahora más firme, más desafiante.
Normalmente se habría mantenido callado, pero esta vez era diferente. Si Julius resultaba ser algo distinto a lo que esperaba, no solo él pagaría el precio, así que se llenó de determinación y confrontó a su padre.