El ambiente en la habitación de Noah resaltaba las proyecciones de plantillas y gráficos, gracias a la tenue iluminación. La organización era funcional y precisa, sin adornos innecesarios. Su figura era la única muestra de vida en el cuarto. El armario permanecía cerrado con exactitud milimétrica; la cama, sin una sola arruga; el escritorio, convertido en un taller, tenía herramientas acomodadas con una simetría casi quirúrgica. En el centro de todo, como única fuente de luz, flotaba una pantalla holográfica conectada a su HoloBand, proyectando líneas de código que se deslizaban como un río de datos frente a sus ojos.
El de cabello oscuro permanecía completamente absorto. Sus dedos bailaban sobre el teclado virtual sin perder el ritmo, y su rostro, iluminado por el resplandor azul de la pantalla, no mostraba emoción alguna más allá del leve agotamiento delatado por una gota de sudor que cruzaba su frente.
La puerta a sus espaldas se abrió con un leve silbido hidráulico.
Un joven rubio entró sin anunciarse. Llevaba el uniforme negro de los cadetes, bien equipado, aunque con el chaleco abierto sobre la camisa. Se mantuvo en silencio, simplemente de pie, observando a su compañero trabajar. Al recorrer la habitación con la mirada, notó las reformas: Noah había cambiado casi todo de lugar, dejando un espacio más amplio en el centro.
Un artículo colgado en la pared lo puso nervioso. Una máscara oni, negra como el abismo, rompía con todo lo que creía saber de su amigo. Había algo ancestral en ella, un aura inquietante. Se sacudió la impresión con un suspiro y se acercó.
—¿Qué onda con la máscara? —preguntó, confundido.
—Es… un recuerdo de un día algo problemático. Supongo que por tu influencia —respondió Noah, rascándose la cabeza con gesto distraído.
—¡¿Y yo ahora qué hice?! —exclamó el rubio con falsa indignación.
—Nada malo. Ya te contaré algún día. Pero no viniste a ver la decoración, ¿cierto?
—¿Cómo va el plan para entrar al hospital?
—Justo comencé a ejecutar el código final —dijo Noah sin dejar de mirar la pantalla. Le tomará un par de horas. Tal vez menos.
—Ok, todo tuyo eso —comentó Aiden mientras inspeccionaba una de las herramientas en el escritorio. —¿De dónde sacaste todo esto? ¿No me digas que lo trajiste desde casa?
—Las compré en Lucerna. Ahí fue donde caí... Pasé unos días poco divertidos.
El silencio volvió por unos segundos hasta que, con un leve giro de silla, Noah se dio la vuelta para mirarlo directamente. A sus espaldas, una notificación holográfica parpadeó antes de desvanecerse: codificación exitosa.
—¿Acaso quiero saber en qué más estás trabajando? —preguntó Aiden, con una ceja levantada.
—No, no quieres —respondió Noah con la misma ironía—, pero ya que estás aquí y tenemos tiempo... —Suspiró, bajó la mirada y su tono se redujo. —Hay algo de lo que debemos hablar.
Aiden lo observó curioso. No era común que Noah se apartara del trabajo, y mucho menos para iniciar una conversación emocional. Tras unos segundos en silencio, ambos dijeron un nombre al mismo tiempo:
—Violet —dijo Noah.
—Liz —dijo Aiden.
La pantalla seguía proyectando datos, aunque ya sin interacción. Noah permanecía sentado, inclinado hacia adelante, como si necesitara apoyo físico para lo que estaba por decir. Aiden, recargado en la pared, tragó en seco al escuchar aquel nombre.
—Así que... mi madre, ¿eh?
Noah levantó la cabeza, sorprendido por la coordinación de ambos.
—Sí. Tengo algo que decirte. Me lo he guardado desde el incidente, en el Pentagram.
Hubo un silencio breve, denso.
—Aunque no esperaba que fueras tú quien trajera el tema de Liz.
Aiden forzó una risa nerviosa.
—Supuse que querrías hablar de Elizabeth en algún momento... ya sabes, por lo que pasó antes de que me fuera.
—Ella es prácticamente mi hermana, Aiden —respondió Noah con seriedad—. Por supuesto que querría saber. Ustedes son de las pocas personas que realmente me importan. Me gustaría que fueran felices y creí que la tratarías bien.
El rubio apretó un puño, mientras con la otra mano se sujetaba el brazo, incómodo.
—Lo sé, Noah. Hice lo que creí correcto… al menos para ella.
El joven lo encaró de frente.
—No, no creo que lo hayas hecho. Me atrevería a decir que incluso le hiciste mucho daño.
Aiden se alteró con el reclamo.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Debía condenarla a esperarme eternamente? O mejor, contarle todo para que arruinara su futuro viniendo conmigo. ¡Dime!
Se acercó y, sin pensarlo demasiado, lo tomó de la camisa, forzándolo a levantarse.
—¿No que siempre tienes la respuesta de todo? ¿Qué hubieras hecho tú?
Aiden lo sostuvo en alto; su respiración estaba agitada. Su cuerpo parecía estar a punto de ser rebasado por la ira y la frustración que sintió, y desquitarse con el que tenía en frente casi se vio como una opción.
—¡Dime, Noah!
El de cabello oscuro se mantuvo sereno, aunque su rostro se puso serio y la expresión le cambió a una más oscura. Levantó su mano izquierda y la colocó sobre la de Aiden. El contacto fue suficiente para calmarlo y devolverlo a la realidad. El rubio lo soltó con un suspiro.
—¿Qué fue lo que realmente pasó esa noche, Aiden? —preguntó Noah, ahora con un tono más suave— ¿Qué hiciste?
Aiden se dejó caer en la esquina de la cama, los codos sobre las rodillas, los dedos entrelazados. Su mirada se perdió en el suelo, y su respiración se volvió más densa. Noah se sentó en la silla frente a él, sin interrumpirlo.
—El baile fue épico, ¿sabes? —comenzó Aiden—. Creo que aún no te he agradecido por eso.
—Ustedes dos llevaban demasiado tiempo dándole vueltas al asunto —respondió Noah con neutralidad—. Y pronto teníamos que venir a Aegis, así que… tenía que crearles una situación en la que no pudieran evitarse.
Aiden soltó una sonrisa breve, algo frustrada, pero sincera.