El mismo sueño. La misma sensación de duda y extrañes que al juntarlo, hace un revuelo en mi estómago al despertar. Aunque después de estos años, se ha convertido en un regalo celestial de cumpleaños o eso quiero pensar. Cada año es lo mismo, debo terminar por acostumbrarme.
El ruido rechinante de la puerta de mi cuarto me hace obviar el hecho de que son mis padres tratando de entrar sigilosamente para sorprenderme, pero han fallado en el proceso.
—Ya los atrapé—les digo sin dejar de trazar las líneas rectas de mi dibujo.
Sus sonidos de decepción se vuelven quejidos, acompañados de pasos directos a la habitación.
—Te lo dije, Emerick. En cuanto sale el sol, ella se despierta. Es imposible ganarle—mi mamá lo dice acercándose a mí, lo que me desconcentra para seguir dibujando.
Sonrío cerrando la libreta con el lápiz dentro, dejándola por encima del escritorio, pero aun teniendo la mano sobre ella.
—Lo sé, cariño. Cada año es lo mismo, pero debemos ser menos obvios—mi papá contesta con un tono neutro, un poco bajo.
Niego escuchando sus estrategias para quitarme el hábito de darme cuenta antes de tiempo.
—Simplemente deberían rendirse. Yo no fallo—les dedico una amplia sonrisa, dirigiendo mi mirada hacia su contraste físico. Son tan contrarios que me hacen dudar en el hecho de que combinen tan bien.
La mano cálida de mi mamá me acaricia la espalda mientras me ve a los ojos con una sonrisa, haciéndome apreciar su color avellana.
—¿Qué dibujabas? —me pregunta al par de segundos en que nos miramos.
Ya debería saberlo, cada año lo mismo.
—El lugar que desconozco, pero extrañamente lo dibujo a detalle—elevo los hombros, sintiendo la cercanía de mi papá viniendo hacia acá.
—Tú tienes mucho talento, pero también mucho misterio—escucho decir a mi papá antes de sentir algo frío y cremoso en mi nariz. Entendiendo que fue él.
—¡Oye! —río dejando a mi mamá atrás para perseguir a mi papá y ver que agarró crema batida del cheesecake que siempre me preparan, para usarlo como inicio de guerra.
Aviento la libreta a mi cama para poder combatir con mis dos manos libres. Aprovecho la distancia del plato que está a la orilla de mi cama para agarrar también un poco de la crema batida y tratar de embarrársela en la cara, pero debido a su gran altura, lo hago en su camisa de pijama con dibujo de patitos.
Mi papá ríe, intentando cargarme, pero lo evito totalmente, amarrando mis pies en su pierna. Pareciendo que estamos jugando luchitas.
—¡Emerick! ¡Jane! ¡La ropa! —mi mamá ríe nerviosa por la lavandería, pero parece importarle poco porque prosigue a reír más fuertemente, mezclando las risas de todos en la pequeña habitación.
...
—¿Estás completamente lista? —mi papá llega a inspeccionarme al dejar las maletas marrones al lado de las suyas que lucen más sofisticadas.
—Completamente no, pero lista sí—le sonrío de forma sencilla, disimulando la nostalgia que momentáneamente siento al dejar el departamento en el que hemos estado viviendo estos últimos 16 años, contando hoy.
Se acerca para estrecharme contra su cuerpo, sintiéndome arropada, pero a la vez acomplejada.
Sé que será temporal y necesario para su trabajo, por eso no me quejo, pero es difícil no poder decir nada. Tener que actuar firme a veces es más complicado que no estarlo.
—Siento que tengamos que abandonar la ciudad así porque sí—me consuela cepillándome con los dedos mis largos cabellos castaños.
—No te disculpes, no quiero más disculpas a la lista de mil—bromeo sonriendo repentinamente.
—Añade una más, sin contar las de tu mamá.
Un quejido exagerado de sorpresa por la excesiva cantidad de disculpas infinitas que se aproximan hace reír fuertemente a mi papá.
—Espero tener sueño en el avión para no escucharlas—río, escuchando los pasos de las zapatillas ruidosas de mi mamá.
—Yo espero que no sea la hora nostálgica porque de verdad que hace 5 minutos me acabo de retocar el maquillaje—se acerca para terminar por unirse a nuestro abrazo, haciéndolo más cálido y unido.
Nos quejamos al instante de sentir su fuerza, pero terminamos riendo levemente, apreciando este último momento en este departamento que será un recuerdo una vez que abandonemos Detroit.
...
Bebo de mi café americano una vez más antes de proseguir a mover la pierna que tengo elevada, esperando la indicación de recepción para nuestro vuelo al centro de Virginia, para después de ahí seguir a viajar en autobús por unas cuantas horas para poder llegar al pequeño pueblo de Leesburg. Tan pequeño que nunca había escuchado de el en clase de geografía. No sabía que existía, debe ser peculiar o demasiado común como para mencionar.
Repito de nuevo la canción «Bloodfeather de Highly Suspect» tarareando la letra con total calma. A decir verdad, los vuelos me resultan un viaje en bus debido a mis padres y su constante movimiento viajero. Pero, nunca les había tocado una oportunidad de verdad para ser todos unos especialistas en ingeniería forestal como ahora. Un traslado a unos días de iniciar clases. Toda una verdadera oportunidad, deshaciendo la monotonía y llevándonos a todos a una nueva aventura a cientos de kilómetros de lo habitual. Aunque claro, no tenía opción. Ser hija única tiene muchas ventajas, pero con ello, otras muchas desventajas. Podría mencionar el hecho de la sobreprotección y la idea de que tengo 5 años por siempre.