Me encuentro perdida, sin rumbo. En lo profundo del bosque con una oscuridad impresionante, ni siquiera la luz de luna me permite ver bien. Voy por un camino denso, de piedra grisácea y con bordes bien definidos llevando a un lugar en concreto. Decido seguirlo y poder salir a donde sea que me lleve este misterioso camino.
Al seguir, veo atentamente los alrededores de árboles grandísimos, ocultando la luz de luna llena que es mi única vela. El temor se esfuma al ver que el camino que comenzaba a tornarse eterno se comienza a achicar hasta llegar al final. Donde como sacada de una obra de arte de Da Vinci, está una persona de espaldas, pero lo extraño son las grandes alas peculiares que no logro reconocer en su exactitud. Su origen. Son enormes, oscuras, con curvas y definiciones que, a simple vista, son minúsculas. Lo que me llama más la atención, que no es sólo el tamaño que triplica el suyo, de la persona, es ver que se trata de un chico de cabello negro, que se agarra el rostro y emite un sonido como llanto muy ligero, jadeante. Prosiguiendo a posar simplemente estando sentado en un banco detallado de piedra al final del camino que seguía, terminando en un círculo que lo encierra a él. Acabando con mi paso.
El frío no me ayuda a no sentir nervios al tener a tal escenario en frente mío, sin opción alguna más que enfrentármele. Temerosa, nerviosa, dudosa y con más términos en "osa", decido golpear las palabras con un puñetazo de orgullo a ya no salir huyendo y poder solucionar en vez de dejar a medias, aun así, no sé exactamente qué haré.
Trago saliva, avanzando y quedándome a unos milímetros del cuerpo del chico que parece esculpido. No digo nada, no supongo nada, sólo vivo el momento terrorífico frente a mis ojos sin cuestionar, sin pensar.
Acerco la mano queriéndole tocar el hombro derecho, acercándome demasiado a su espalda desnuda con brotes de firmeza, laboriosidad muscular que emanen un trance de admiración y también de confusión. Mantengo la mano ahí por unos segundos que me hacen cansarme, muevo los dedos aun dudando el hecho de tocarlo, hasta cerrar en puño y convencerme que no. Sus lamentos siguen, poniendo otro punto a favor de no hacerlo. Retrocediendo detrás con cautela, cosa que no funciona porque el crujido de una rama seca me sorprende y al chico igual pero mucho más, muchísimo más. De pronto, el chico se voltea, alarmado y gritando un sonido escalofriante que aturde mis oídos llegando a ser un rugido insoportable. No puedo evitar gritar en su compañía, pero no sólo sorprendida, sino asustada, petrificada en ese momento.
El grito se vuelve más agudo hasta llegar a ser femenino, la voz de Anya.
Me levanto de golpe, gritando y volviendo a la realidad de que estoy en la biblioteca, tumbada con los libros que había rentado de mitología. Con todos ellos terminados, pero en su tercer repaso del día. Cuarto, hasta quedarme dormida y que esta chica loca viniera a hacer semejante cosa aquí, ahora.
Fue sólo un sueño. Un simple sueño, pero con la excepción de que se sintió tan acercado a la realidad, tan real. Espero que esto no sea repetitivo.
—¡Anya! —la regaño con un tono malhumorado. Está sentada arriba de la mesa de donde estoy, comiendo papas fritas que crujen exactamente igual que la rama que pisé en el sueño que tuve hace unos segundos.
—¡Shh! Estamos en la biblioteca—sonríe de manera irónica.
Suspiro tratando de calmar mi acelerado corazón.
—¿Hace cuánto que estás aquí? —me levanto de la silla acolchonada, comenzando a acomodar y guardar todo en mi mochila que la había dejado debajo de la mesa de madera.
—Hace como 15 minutos—prosigue comiendo y viendo mis movimientos. Viste una falda holgada que la hace cruzar de piernas, con un peinado recogido que le queda de maravilla. Es verdad, no la he visto en todo el día y si no estuviera aquí, ahora, probablemente sería otro día rutinario por los horarios.
Niego, pensando en que si pude haber dicho algo o pudo haberse enterado de algo más. No me sorprendería ya que es muy curiosa y tiene una habilidad para conseguir lo que quiere, incluyéndome en eso.
Tomo mi celular y veo la infinidad de sus llamadas perdidas y mensajes, saturando mi inicio, pero no me distrae de la hora: 8:34 PM.
¡Dios santo! Llevo más de una hora y media dormida, contando que llegué aquí a las 6:45.
—¿Ahora entiendes por qué vine? —se baja, acomodándose su ropa y después ofreciéndome papas fritas que ahora no se me antojan. Tengo un revuelo de emociones que me dejan hasta incómoda.
Rechazo su invitación y al hacerlo, eleva los hombros y prosigue a comer.
—Es una locura. Se me fue el tiempo volando—me apresuro en acomodar mis cosas y ponerme el abrigo que tenía en la silla.
—Pareces distraída—se baja, siguiendo mis pasos. —Tuve que preguntarles a chicos de tu clase si te habían visto y como no me ayudaron, razoné por mi cuenta hasta encontrarte muerta en la biblioteca.
Su sinceridad me hace curvear los labios en señal a una sonrisa.
—No te rindes—le digo con ironía, poniéndome la mochila. Está muy pesada, debo ya dejar los libros que ya no necesito. O sea, todos. Me he leído los primeros libros resultando tener algo nulo a lo que buscaba. Podría hacer una biblia con respecto a una reseña de lo que he aprendido. Hasta si me pusieran un mapa en frente mío, podría señalar exactamente los lugares donde se extendieron los acontecimientos y leyendas. Incluso, podría dar una clase de mitología de cada país del mundo. Pero, nada se acerca a lo que quería.