Es la quinta vuelta que doy en mi cama, quitando y tapándome de vuelta con el edredón. El clima es frío y la lluvia se intensifica minuto a minuto, causando más ruido. Las dudas me golpean fuertemente los pensamientos hasta dejarme mareada.
Miro la hora en mi celular y son las 2:47 a.m. Genial. Llevo desde las once intentado dormir, pero el intento es nulo, inútil. Casi estresante, teniendo insomnio en el primer día formalmente de escuela.
Abrumada, con mucha información en la cabeza, decido salirme de la cama e ir por algo para beber o incluso comer. Cualquier cosa que me quite esta ansiedad que me está dando.
Divago por la habitación hasta salir al pasillo y bajar las escaleras en calcetines. Las pequeñas lámparas de la cocina y la sala me iluminan, aparte de los relámpagos de la tormenta. Abro el refrigerador, la luz me encandila de repente, pero también me muestra la contada comida que hay. Agarro la leche y al notar que es poca la que queda, decido tomarle desde el cartón. Al terminar, lo aprieto y lo tiro a la basura. Sigo mi recorrido arrastrando los pies, llegando a la sala con planes de echarme, pero al ir tan lento siento una gotera tomarla contra mi cabello, helándome el ser.
Volteo con escalofríos y es nada menos que una mancha en el techo, una gran mancha proviniendo del famosos ático.
Me armo de valor, más que nada por no tener nada que hacer, y me propongo arreglar o por lo menos, evitar que siga cayendo tanta agua para que esta vieja casa no se vuelva el Titanic mientras mis papás roncan placenteramente. Y una aquí, encaminándose con una olla increíblemente grande como para cocinar un cuerpo humano promedio.
Subo al segundo piso con cautela y busco la entrada al ático, recorro unos metros hasta el final de las habitaciones, llegando a la parte donde debo jalar y subir las escaleras, pero al tener a la gran olla se me dificulta, cuestión que insisto sin dejar la olla, hasta lograrlo. Con temor de caerme, subo lentamente, sin poder ver bien por la inmensidad que cargo y la poca luz artificial de color naranja que tenemos como luz nocturna. Sintiéndome victoriosa pero cansada a su vez, logro estar de pie. Aprecio maravillada el espacioso ático que tenemos con montones de pequeñas estanterías con algunos libros y cajas con el nombre de la respectiva, hasta parar en el gran ventanal triangular que me permite ver los objetos del lugar con la luz de la luna. Tiene un patrón extraño, con trazos finos y hasta podría decir que figuras. El encanto dura poco porque la gotera hace presencia sonando, volteo y veo que también mis papás han estado batallando con la lluvia, ya que hay pequeños baldes y hasta grandes sartenes regados por una esquina. Río un segundo pensando en la escena del disgusto de mi mamá por la vajilla, hasta encaminarme a dejar la gran olla en su respectivo sitio, pero al dejarla en el piso, me doy cuenta de que tiene un ligero desnivel. Errores de fábrica.
Ideándome algo, me apresuro en buscar un libro pequeño para ponérselo abajo, pero la mayoría parecen enormes, lo que me hace pensar en que son libros viejos del lugar, intrigándome. Busco en las demás estanterías hasta ver algunos pequeños que están en orden por tamaño, lo que resulta ser una tragedia porque el perfecto orden que tenían es irrumpido por una ligera emergencia. Agarro tres al azar y me apresuro a poner el más adecuado, siendo el número tres. Satisfecha sonrío al ver que resultó, lo que me obliga a ver si hay más goteras ya que estoy aquí, pero es negativo, al menos por el momento. Vuelvo a mirar al ventanal con las gotas golpeando contra el cristal, apurándome un poco a volver a mi habitación antes de que se convierta en un escenario perfecto para una película de terror que claramente, no estaría encantada de protagonizar.
Casi al levantarme, un enorme trueno me sobresalta y asusta, pero a su vez me hace prestar atención a los demás libros que tenía planeado utilizar como soporte. Me siento en posición mariposa y con dificultad, veo los detalles de los antiguos libros o eso parece por la textura de su portada y páginas, también un poco sucios de polvo. El diseño que tiene es simple, color rojo y azul, pero hay algo que roba mi atención: No entiendo desgraciadamente nada. Niego que se trate de idiomas orientales porque a lo que recuerdo, no se parece en absoluto a lo que estoy viendo. Tampoco son los idiomas románticos o los esenciales que me han enseñado. Nunca había visto este... Dialecto. Busco en el otro libro y está igual, es lo mismo. Confundida, levanto el libro tomándolo por los dos lados y dejo que la luz de la luna lo ilumine, pero, aun así, no hay nada concreto. Un nuevo misterio que estoy dispuesta a averiguar.
...
Bostezo tras bostezo. Son las diez de la mañana y muero de sueño. Llevo hora y media en este cibercafé y sólo tengo media hora de investigación, pero es nulo, y el tiempo más valioso fue platicando con mi mejor amiga, poniéndonos al día, pero una vez que hablas con ella, no paras.
La canción »I Write Sins Not Tragedies de Panic! At The Disco« se reproduce de mi playlist mezclada con un poco de todo desde mi cuenta compartida de Spotify. Indago en una de las playlist de mi papá y me acuerdo instantáneamente de cuando cantaba ayer la canción de Adele, al ver su nombre repetirse tres veces de forma seguida. Sonrío bobamente hasta escuchar que alguien me habla muy cerca. Veo a mi lado y es una chica dependiente del lugar con complexión muy delgada, cabello corto de color rosa pastel y ojos verdes, entregándome mi segundo té chai con leche. Me quito los auriculares conectados a la computadora y le agradezco amablemente, tomando la humeante taza. El delantal del lugar tiene la marca de "Fosty" con una garra de oso de logo. Es lindo y curioso.