La luz de lectura de mi pequeño escritorio comienza a parpadear, inesperadamente, cansadamente. Tal vez exigiendo ser apagada como mis ganas de forzarme más. Y sigo mirando a la nada, a un rincón oscuro de mi habitación, inaudita. Con la verdad en la mano y la cabeza como un puño. Apoyando los codos y sujetándome la cabeza con las manos, con desespero, pasándolas por mi cabello con estrés, ansiedad, impotencia, desespero.
El reloj marca las 2, las 3, las 4 de la mañana y mi posición no cambia. Las imágenes vagan en mi mente, ruidosamente. Cada recuerdo, palabra, acción, secreto, acertijo, indirecta, encajan como piezas de rompecabezas. Uniéndose perfectamente.
Dan las 5 y es cuando recién me inmuto del paso increíble del tiempo, lo que parecía lo menos indispensable en mi unión de ideas, de hechos, en mi cronología mental. Resolviendo los enigmas que me acorralaron por días, lo que se sentía una eternidad a mi pesar. El tiempo se siente lento cuando la tortura aumenta y fluye como la corriente cuando te acostumbras, cuando te resignas, cuando aprendes a ser masoquista y disfrutarlo.
El revuelo, el ajetreo, lo paralelo, los garabatos que tengo en mi cabeza, en mi mente, en mis pensamientos, en mis cuestionamientos se juntan, se unen, se coordinan para torturarme, para encaminarme a la verdad que me negué aceptar plenamente, hasta este momento a solas, a penumbras, dirigida por el camino al destino correcto. La realidad que no lo parece en su totalidad.
Miro a mi alrededor, mi espacio, rodeado de libros prestados de la biblioteca que parecieron un fraude para mi recorrido a mirar con un tercer ojo, al lado de impresiones de información que creía valiosa de internet, de largas horas de desvelo en sitios ocultistas, esotéricos, hasta llegar a lo insignificante de paráfrasis de conclusiones que sacaba, erróneas, totalmente erróneas. Bueno, con frases rescatables, ideas rescatables y hasta contradictorias como: "Todo está en tu cabeza, todo lo creíble, lo real, la ciencia lo confronta". Y sólo pasa, te niegas, te resignas, cuando pasa frente a tus propios ojos. Es ahí cuando nada de lo que viste, tiene sentido y al final, no tienes más que aceptarlo para seguir, para vivir. Aunque nadie dijo que sería plácidamente.
Cansada mentalmente, frustrada, con ganas de llorar de impotencia, incomprensión, desolada, aviento todo, arrugo los papeles en un acto impulsivo, hago de lado los libros y después, salgo corriendo por la casa, con prisa, sin importarme un carajo el ruido, mis acciones. Me siento atrapada, confundida, con asco, furia, ganas de gritar, hasta salir de ese lugar, llegando al helado bosque, corriendo lo más que puedo hasta sentir calor, desesperación y quedarme en cuclillas, mirando la oscuridad, sintiendo el frío, escuchando la naturaleza, dándome cuenta lo lejos que llegué, o eso es lo que percibo. Y de pronto, todo lo conectado, revelado, radicado, estalla en mi cabeza, provocándome un estado de histeria, de una crisis nerviosa, todo sucediendo en mi interior, resonando y repitiéndome: "Los monstruos no existen". Palabras que me tranquilizan al repetir y repetir llegando a mil, pero que al final, terminan siendo falsas. Completamente falsas, porque los peores monstruos son los que radican en nuestra cabeza y esos, no hay mal que los pare.
...
El lugar está a penumbras, el camino blanquísimo, maravillosamente reflejante. Cada vez que avanzo, mis pasos resuenan en eco, con un camino con curvas, y total silencio. Parece ser un lugar cerrado por la cálida temperatura, sobre todo, por la desolación.
Veo una luz, intento alcanzarla, pero choco con una pared, estoy en un pasillo infinito. Vuelvo a intentarlo, vuelvo a fallar, resisto, nada. Prosigo, me limito a continuar con cautela, siguiendo la luz, dirigiéndome por las curvas hasta sentir que me acerco más y más, pero mientras más me acerco, las paredes parecen encogerse, encerrarme, atraparme. La paranoia me convence para correr, correr, correr desesperadamente. El sudor cae por mi frente, mi nariz, resbalándose por mi rostro. Manteniéndome fuerte, sigo corriendo, hasta alcanzar la luz en un espacio fuera del pasillo, tirándome al suelo. Respiro, tomo aire, inhalo, exhalo, incorporándome de ese exhaustivo momento. Miro hacia arriba, es la luz de un sólo foco.
Es cuestión de segundos para escuchar un fuerte rugido, seguido de una risa malévola. Mis nervios se ponen de punta, helándome el ser. Una figura oscura se acerca, mitológicamente irreconocible, pero con extremidades animales y rasgos humanoides. El terror me acorrala, motivándome a volver a correr como si no lo hubiera hecho en un principio. Vuelvo al pasillo, horrorizada, sin aliento, pálida. Corro por mi bien, por mi vida, por mi salvación o sólo ahuyentando mi destrucción. Mi destino.
Las paredes vuelven a atemorizarme, amenazarme, acorralarme de mi paranoia. Las luces tenues se comienzan a apagar una por una, hasta estar a total oscuridad al avanzar velozmente. Otra luz se aproxima, se ve a lo lejos, pero me niego a volver a descubrir mi suerte. Paso de largo, giro por las curvas, motivada y siendo llevada por la exaltación.
Las risas maquiavélicas vuelven, la presión me invade al sentir algo detrás mío, apresuro el paso, corro tan fuertemente que siento mis piernas doler, casi doblarse, temblando del miedo, del horror, del pánico. Naciendo de lo más profundo de mis instintos.
Sintiendo calor, mucho calor, siguiendo en el infinito pasillo, las paredes están tan cerca que casi mis brazos los rozan, chocan. Repentinamente, el ruido incrementa, pero a los lados, notando que detrás de la oscura pared están criaturas con expresiones macabras, retorcidas, inhumanas, estando atrapadas detrás. Detrás de lo que parece una habitación, una extensa habitación, oscura, torturante, del pánico. Una habitación del pánico.