El viento congela en lo alto y hasta se siente filoso. Nuestra cercanía no puede aumentar, no puede cambiar al seguir uno pegado al otro sin tener opción. El ruido de la corriente rompiendo al impactar con sus enormes alas se intensifica.
—Agárrate—advierte antes de comenzar a dar vueltas en el aire, cubriendo mis cabellos en mi cara y provocándome terror al dejarme expuesta al volar boca abajo como un pájaro. No queriendo entrar en pánico decido no ver ni por un segundo y aferrarme a su piel, cerrando fuertemente los ojos.
El aire sopla en mis oídos, zúmbante, me escondo en su cuello volviendo a oler su aroma y arropándome con su calor corporal que es incluso más cálido que el helado viento chocando con nosotros.
—Ya puedes abrir los ojos—me lo dice al oído, malicioso.
Abro un ojo respondiendo, lo primero que veo es un paisaje único e inimaginable. Un piso de nubes en la oscuridad de la noche. Siendo similar a la vista de la ventanilla al viajar en avión. Aunque a gran diferencia de ello, esto se siente y se ve inimaginable, irreal, como un sueño o una fantasía al tenerlo tan cerca, tan cerca de poder tocarlo, de apreciarlo cercanamente.
Boquiabierta me quedo observando la maravilla ante nuestros ojos, los algodones enormes, la tranquilidad, me hacen admirarlo con ojos brillantes con una sonrisa encantada. Las ganas de tocar tal escenario se intensifican, justamente cuando descendemos y las nubes alineadas son irrespetuosamente arruinadas a nuestro paso, es cuando puedo alzar mi mano y tocar brevemente la nube desapareciendo, esparciéndose. Todo parece como un ficticio sueño.
Nos acercamos fugazmente a la punta de los inmensos pinos. La niebla por el frío es impresionante, la inclinación de nuestros cuerpos nos tambalea a aproximarnos a sus ramas. Al mirar hacia abajo todo parece tan pequeño, tan insignificante a nuestro paso, a nuestra altura aunque la oscuridad que yace me causa más admiración que temor al caer ahí mismo. El aire puro, los sonidos de la noche que pueden no ser resueltos completamente, pero están ahí para ser apreciados, contemplados con una intensidad como en la posición en la que estamos.
—Todo esto te hace libre. El poder admirar, experimentar, sentir. La libertad es señal de estar viviendo y no sólo sobreviviendo. Vivir sin reprimirte, sin tener límites—comparte su manera de pensar conmigo, orgulloso y sincero al mismo tiempo. Concuerdo con un gesto, sonriendo, viendo mi aliento.
—¿Sentirte elevado es estar viviendo? —se lo pregunto buscando su argumento, su ideología.
No me contesta, no responde corporal ni vocalmente. Sólo bajamos sin gestionar nada más. Al estar tan cerca de uno de los frondosos pinos lo toco, con delicadeza, sintiéndolo, pegándose a mis yemas y rasparme levemente. Veo las filas de árboles, las dimensiones, las posiciones con altibajos, permaneciendo con su color intenso, su altura, su historia al observar su tamaño.
—Relájate—me dice, llamando por completo mi atención. Quedándonos estáticos momentáneamente.
—¿A qué te refieres? —ladeo mi cabeza para poder mirarlo a los ojos. Me recargo en su hombro y espero su respuesta intrigada.
—Te sostendré y tú elevarás tus brazos al descender—me mira sonriente, con una sonrisa un poco diferente, tal vez amigable, pero no funciona con mi miedo interno porque mi seriedad me gana, no respondiendo. —El miedo es normal cuando no tienes armas para defenderte ni refuerzos para enfrentarlo, en el peor de los casos, me tienes a mí. Siendo dos en uno.
—No sé qué es peor—río nerviosa.
—Siempre pregúntate exactamente eso: "¿Qué es peor? ¿Sobreviviré a ello?" Y obtendrás la respuesta, el coraje para animarte—alienta con determinación.
—Sobreviviré a la caída prometiente aunque no intacta—respondo con sarcasmo, suavizando la presión.
—Anda que la noche no es eterna—me anima, mirándome con una sonrisa que muestra su dentadura.
—Contigo podría serlo—le sonrío de la misma forma antes de despegarme y agarrar su rostro entre mis manos, viéndolo más cerca que nunca. En un espacio que nunca habíamos estado, vivido. O al menos él conmigo. Nosotros, aquí mismo.
Nuestras narices chocan y nuestro aliento caliente también, contrastando con la corriente, con el clima, con la noche. Aun mirándonos, él me agarra con rudeza, dejando mis caderas para asegurarme al apretar mis piernas lo que me obliga a enrollarlas con más fuerza, me acaricia yendo cada vez más arriba, casi llegando a tocar mi trasero, pero lo miro con disgusto mostrándole mi opinión al respecto. Teniéndolo claro sonríe con diversión y se acerca a susurrarme.
—Solamente estaba asegurándote—mantiene sus manos en la posición inicial de mis piernas sin juguetear, pero sí sonriendo vacilante. —Te arrastraré tan abajo como si al infierno se tratase pero antes muéstrame tu consentimiento. Eleva tus brazos y comencemos la montaña rusa nocturna, sin el requerimiento de pases sino mantener una ruleta de emociones—se queda cerca hasta que siento mi corazón acelerarse al hacerle caso, alejando mis manos de su piel y elevándolas temerosa.
Nos vemos con detenimiento, detallándonos con la mirada. Sintiendo que comenzaré a temblar aprovecha la oportunidad para comenzar a bajar tan rápido como cuando subimos. La sensación es peor que sentirse flotando, elevado, es saber que llegará inconscientemente el impacto. Intento bajar los brazos, me resisto mordiéndome los labios, sintiéndolos temblar de algo más que el frío, dejándome llevar. Viviendo el momento, la insuperable experiencia, su tacto, su presencia, su persona. Encontrándole sentido a sus palabras al sentir la adrenalina, el temor, la euforia, las emociones carcomiéndome de repente. Sonrío con los cabellos alborotados, con la piel fría, los ojos casi no pudiendo abrirse, sintiéndome al mil, mi corazón y razón al mil al estar aquí. No deseando estar en ningún otro lugar. Sin arrepentirme de lo dicho, de lo hecho, sólo queriendo saber qué será lo siguiente que se aproximará.