Prólogo
Mi padre trabajaba en el jardín del castillo, mantenía las rosas hermosas, el césped verde y las fuentes limpias. Me gustaba visitarlo y trabajar con él, el lugar siempre estaba fresco y tenía un delicado aroma.
Paseaba por el jardín inspeccionando que todo estuviera perfecto, unas risas sutiles se escucharon del otro lado de un muro, tenía apenas diez años y la curiosidad pudo conmigo. Me asome por encima del muro y mire a dos niñas correteando y jugando dentro del jardín personal del rey.
Era difícil diferenciarlas, cabellos largos dorados, piel clara y ojos verdes, tenían las mismas facciones y la misma complexión. A pesar de que mi cabello y mis ojos eran del mismo color se miraban completamente diferentes, su cabello ondulado relucía con el sol y sus ojos brillaban con pura inocencia. Mi cabello por otro lado era liso y opaco, mis ojos eran pequeños y mi piel estaba tan lejos de ser clara por el constante trabajo bajo el sol.
Mientras corrían una de las niñas callo y se raspo la rodilla, me hubiese gustado ayudarla pero no tenía permitido entrar a esa parte del castillo, la niña que había seguido corriendo se dirigió con su hermana quien lloraba mientras su rodilla sangraba. Nunca creí presenciar algo tan maravilloso, la hermana que intentaba consolar a la otra comenzó a cantarle, sus ojos cambiaron a un color purpura y mientras tocaba la rodilla de su hermana está sano. No quedo ni un rastro de la herida.
La escena paso y ambas niñas fueron llamadas por quien creí era su madre y acompañada del rey y el joven príncipe. Me escondí instintivamente para evitar ser visto. Cuando volví a ver, ambas niñas fueron llevadas de la mano por su madre, pero una de ellas volteo, alcanzo a verme y me sonrió.
Ese fue el día en que las conocí, fue el día en que me enamore de mi esposa y también fue el inicio de nuestros destinos.