Archivo 103 [#1 Saga Archivos Criminales]

C A P Í T U L O 8

C A P I T U L O  8

"Trueques"

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Mansion Pearlford — 1:30 p.m. 

Austin Williams 

Mi cabeza duele, palpita con fuerza logrando que tenga una jaqueca insoportable. Llevo más de doce horas tratando de encontrar a Joe, no lo encontré en ninguna parte de la mansión. Llamé a sus amigos de las afueras del pueblo y todos aseguran que no saben donde carajos está. No he querido informar de esto a la entidad por que los conozco, se lavaran las manos en el primer intento de búsqueda. Soy un policía, se como actúan y más si son de este maldito pueblo. 

Estoy sentado en uno de los muebles del salón principal esperando noticias de parte del mayordomo o de Thomas. Solo en ellos confio ahora. Mi pierna no deja de subir y bajar con tal rapidez que indica que estoy entrando en una crisis nerviosa. 

¿Dónde estás, Joe? 

—Joven Austin —La voz del mayordomo de mi padre adoptivo me hace levantarme en fracción de sengudos —. El joven Thomas encontró a su padre. 

—¿Dónde está? 

—En el psiquiatrico. 

Sin pensarlo dos veces, me dirigí a dichoso lugar llenos de lunáticos solo para poder ver con mis propios ojos a mi padre. Llego al edificio en tiempo récord dejando estacionado el auto en la entrada del psiquiátrico. Entro a este y me encuentro con Larry quien estaba cruzado de brazos hasta que me vio, me indicó en donde tenían a Joe y caminé con velocidad hasta la enfermeria. 

La figura masculina de Richard Price me dio mala espina pero luego me centré en mi padre quien estaba dormido en una camilla conectado a las maquinas. Miré a Price y este me dijo que lo siguiera para hablar sobre lo que ocurrio. 

—¿Que ocurrió? ¿Por qué mi padre esta en esa camilla, Price? —Pregunte desesperado por una respuesta 

—Una de las enfermeras encontró al Sr. Pearlford en la recepción del hospital —Empieza —. Según la enfermera, estaba alucinando, empezó a balbucear cosas sin sentido, dijo que tu le harias daño si llegaba a decir algo pero luego fue como si su mente hubiese borrado sus recuerdos. 

—¿Que quieres decir con eso? 

—Su padre sufre no solo de diabetes sino tambien de Alzheimer —Concluye. Eso es imposible 

—No le creo, mi padre no sufre de Alzheimer, esta loco —Alego molesto. Me niego a creer lo que dice este idiota 

—Es normal a su edad, tiene mas de sesenta años y es algo común ya que su cerebro se ira desgastando poco a poco por la cantidad de años que tiene —Explica el doctorcito 

—Austin, Price tiene razón, Joe ya tiene más de sesenta años, es normal que eso suceda en personas como él —Secunda Thomas 

—Lo mejor será internarlo aqui, tendrá un lugar solo para el sin nadie que lo moleste y estará en buenas manos —Asegura Price 

—Necesita ayuda profesional y Price es el unico en el pueblo que se la podrá proporcionar —Thomas trata de convencerme y yo solo me mantengo en un silencio sepulcral 

No quiero dejarlo aqui. Él merece estar con los mejores psiquiatras, no con un doctor de cuarta. No puedo abandonarlo aqui, en un lugar lleno de lunáticos. 

En realidad, el pueblo esta lleno de ellos asi que dejarlo aquí sería exactamente lo mismo que sacarlo. 

Lo pienso durante unos minutos una y otra vez mientras recuerdo el dia en que me encontró desolado caminando por las calles oscuras del pueblo de Egon. 

Todo estaba a oscuras, el unico brillo que habia era el de la luz de la luna resplandeciendo con intensidad sobre el pueblo. Era la noche de halloween, un dia en donde todo se encierran en sus casas dejando las calles completamente vacias y oscuras. Tenia miedo de ser secuestrado por alguien o encontrarme con algún loco que asesine niños. 

De repente, un auto de policia se estacionó justo en frente de mi. Un hombre con uniforme azul marino me interrogó con muchas preguntas hasta que me indicó que me subiera a su auto. Fueron los cinco minutos mas largos de mi vida y valio la pena la espera ya que el hombre se habia estacionado en frente de una mansión y otro hombre estaba alli parado en medio de las escaleras con las manos en sus bolsillos. 

Baje del auto con cautela mirando los movimientos de ese hombre. ¿Quien era? 

—Sr. Pearlford, ¿podrá encargarse del chico? —Inquiere el uniformado 

—Por supuesto, gracias por la confianza oficial —La voz del tal Pearlford me hace sentir comodo

—Gracias a usted, señor, debemos proteger a los niños. 

—Estoy de acuerdo —Pearlford me sonrie con amabilidad y me extiende la mano para luego decir: —. Bienvenido a mi humilde morada. Joe Pearlford a tus ordenes, chico. 

—Gracias. 

Esa noche. Esa misma noche, el señor Pearlford me habia otorgado su apellido por que sintió que podía criarme como me lo merecia y no como me tocaba. Joe Pearlford siempre ha sido un hombre admirable para mi. Siempre ha querido lo mejor para mi. 




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