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C A P Í T U L O 20

C A P I T U L O  20

“Abrumado”

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Hospital Psiquiatrico de Egon – 2:00 p.m.

Austin Pearlford

Una sensacion de acidez aparece en mi garganta cuando pruebo el café del hospital. Es asqueroso. Pense que hacían mejores cafes, pero ahora me doy cuenta de que no es asi. Llevo mas de media hora esperando por querer ver a mi padre al cual no he visto desde que me otorgaron el puesto de dueño de este pueblo.

Me pregunto si habrá recordado algo…

Repiqueteo la yema de mis dedos sobre el posabrazos de la silla de espera mientras mantengo los ojos cerrados tratando de mantener la calma y no entrar en una crisis por querer ver a mi padre en este momento cuando mas lo necesito.

Me he sentido abrumado por aquella visita en la casa de aquella chiquilla. Recordar esos sucesos de años pasados solo me llevan a preguntarme lo mismo todos los dias: ¿Cómo es que he sobrevivido a todo eso?

Somos fuertes y somos Williams, por eso hemos sobrevivido.

No, no soy un Williams. Soy Pearlford.

Eres un Williams, Austin

Aceptalo.

No. No lo acepto.

Siempre lo has sido y siempre lo seras.

Me inclino hacia adelante sosteniendo mi cabeza frustrado por escuchar esa maldita voz en mi cabeza que a cada nada se encarga de joder mi humor todos los dias haciendo que recuerde algo que no quiero y es llevar la sangre aquel hombre que me dejo solo en esa maldita casa.

Odio sentirme asi cuando…

—Sr. Pearlford —la voz de la enfermera llama mi atención y le regalo una ligera sonrisa de cortesía —. Venga, ya puede pasar a ver a su padre.

Asiento y la sigo caminando hacia lo que parecen ser los pasillos que nos llevan al comedor primeramente. Puedo encontrar allí a varios pacientes comiendo en este, distribuidos en diferentes mesas. Llegamos a otro pasillo, al final de este se encuentra una puerta de color azul al final, la cual es abierta por la enfermera para que yo pueda entrar, pero antes de que ella cruce el umbral se escucha un grito desgarrador de parte de una chica.

—¡SUELTEN ME, MALDITOS GORILAS! —grita la chica que parece tener cabello cobrizo.

Su voz me parece familiar.

—¿Quién es ella? —pregunta la enfermera un tanto alarmada

—Es una nueva interna —aparece Price de repente y me hace tensar la mandibula cuando me ve —. Oh, Sr. Pearlford, un gusto verlo por aquí.

—Buena tarde, Dr. Price —asiento.

—¡TU! —la chica me señala y logro reconocer su rostro —. ¡¿TU HICISTE QUE ME ENCERRARAN?!

—No, pero tal vez asi te mantienes en un lugar donde no asesines a nadie —la reto con la mirada —, y asi también logras apreciar mas a tus seres queridos, niñata.

Me mira con odio puro.

—Hijo de… —la jeringa que llega a su cuello la interrumpe y en segundos ya esta dormida.

—Lamentamos ese espectáculo tan bochornoso, Sr. Pearlford —se disculpa Price —. No volverá a pasar.

—Eso espero.

Sin mas, entro a la lo que es la sala de juegos y veo a mi padre adoptivo sentado en una silla de ruedas con ropa del psiquiátrico leyendo un libro. Esta leyendo su favorito. Mi viejo decrepito.

—Hola, padre —pronuncio y este no quita su mirada del libro. Carraspeo —. ¿Leyendo tu libro favorito?

Me acerco poco a poco a su lado para luego, sentarme y mirarlo fijamente. Ojeo el capitulo por el que va y parece que va en el capitulo tres del libro.

—¿Recuerdas que te quedaste tres horas leyendo la mitad del libro? —menciono para tratar de captar su atención, pero… no sucede nada —. Se que… probablemente no me recuerdas, pero quiero decirte que, tienes un hijo que te quiere demasiado, porque lo sacaste de la calle en una noche donde mas necesitaba apoyo paternal… Y tu…

Las palabras no lograban salir con naturalidad por el nudo que se estaba creando en mi garganta. Veia con nostalgia a Joe y bufo dejando una sonrisa nostálgica en mis labios sintiendo como poco a poco mis mejillas se impregnan de mis lagrimas.

—Eres lo único que me queda, Joe —poso mi mano sobre la suya con la cual sostiene el libro —, esto ha sido muy difícil para mi. No encuentro las palabras para resumirte en tan solo tres minutos lo que he tenido que pasar estos dias que he estado sin ti, sin ti tus consejos, sin tus sermones, sin tus incesantes preguntas sobre si ya encontré una novia…

Una risa ironica sale de mis labios, pero ni siquiera eso hace que pose su mirada en la mia. Mantiene su mirada en el maldito libro y lo veo pasar la pagina de esta para seguir leyendo lo que sea que digan esas hojas. Mi única forma de desahogarme es llorar enfrente de el ya que me lo puedo permitir… Por ahora.

—¿Recuerdas el dia que… Descubriste que era alérgico a las uvas? —pregunte.




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