Mi nombre es Mayra Fernández, tengo 35 años y soy hija de sobrevivientes del Día Cero de la Gran Guerra. Nunca supimos qué sucedió exactamente ese día: la mayoría murió, y en mi caso nací años después. Pero creo que todos, en algún momento, nos preguntamos cuánta verdad hay en los cuentos y anécdotas de los sobrevivientes.
Algunos de los siguientes fragmentos fueron obtenidos por medios ilícitos, documentos clasificados de altos mandos militares guardados bajo un secretismo extremo. Otros provienen de personas comunes que vivieron el Día Cero de primera mano.
Dejo a criterio del lector confiar, o no, en la veracidad de cada uno de ellos.
Fragmento 1: Charles David, científico jefe del proyecto clandestino “Klat’ka”.
Mis recuerdos son vagos de aquel día. Pero lo que sí recuerdo es que comenzó como cualquier otro. Me despedí de mi esposa, de mis hijos y conduje a mi puesto de trabajo, en el área restringida de la base militar.
Todo transcurrió con normalidad, seguíamos con los experimentos a los dispositivos extraterrestres encontrados en esa nave caída años atrás. Cuando todo se precipitó, las alarmas comenzaron a sonar en toda la base y todos fuimos obligados a correr al búnker. Pensé que era un simulacro más como varios antes que este, por lo que seguí el protocolo, despreocupándome de mi familia.
Cerramos la puerta y pronto sentimos el impacto. Primero uno. Luego otro. Después otro. Para luego sumirse todo en un silencio tétrico, casi sepulcral.
El ambiente en el búnker, que hasta ese momento era de calma y protocolo, cambió a uno de desesperación. Todos teníamos a alguien afuera, esperándonos. Estuvimos largo rato con la duda de lo que había sucedido ya que no había comunicación con el exterior. Pero por mi mente solo pasaba una cosa: mi familia. Madeline, Alexander, Marie, ¿estarían bien detrás de la puerta?
Salimos cubiertos con trajes protectores y lo que vimos nos rompió. Tras la puerta, un montón de cadáveres se acumulaban horrendamente. Algunos pobres infelices que no llegaron a tiempo.
Tiempo después nos enteramos de que una bomba atómica había caído a varios kilómetros de distancia, matando a todos los que no llegaron a tiempo a un búnker.
Corrí a mi casa, no quería pensar en las posibilidades, solo quería verlo por mis propios ojos. Por primera vez en mi vida, me aferré a la fe. Los busqué por largo rato, hasta que los encontré. Estaban en un armario, abrazados y juntos, pero muertos.
Desde ese momento no solo la radiación y las consecuencias eran los enemigos para mí, sino también la soledad. Ahora estaba solo.
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Fragmento 2: Teniente Michael Dane.
Semanas antes del suceso ya lo sabíamos… y callamos.
Durante años llevamos una guerra sin sentido contra otros países, inventando discordia y conflicto solo para probar las nuevas armas creadas con material tecnológico extraterrestre. Jamás vi a los llamados Klat’ka más que sus cadáveres recuperados del incidente en el desierto. Pero a los otros, ¡Dios! Desgraciadamente, los vi más de una vez.
Esos Thek’ar, nunca supe que eran exactamente. ¿Eran máquinas? ¿Tal vez seres vivos? Lo que sí puedo decir es que eran sanguinarios, implacables y muy inteligentes. Su presencia era imponente, jamás voy a olvidar sus ojos inexpresivos, fríos y sin parpadeo.
Comercializaban con nosotros de una forma siniestra, humanos por armas, y nadie que fuera con ellos volvía. Hombres, mujeres, niños, soldados, no importaba. Si tenías lo que ellos querían, estabas perdido, aunque jamás entendí qué buscaban en realidad.
Dos días antes del Día Cero nos informaron de que una guerra nuclear se daría y debíamos protegernos en búnkeres específicos. En ese momento no pude verlo, pero ellos avisaban solo porque protegían sus intereses. Y esos intereses éramos nosotros.
A las 07:00 a.m. del 16 de septiembre de 2025, las bombas comenzaron a caer en Norteamérica, Europa y Asia, como si de un plan malévolo se tratara. No sé qué sucedió, si todos se decidieron a bombardear a esa hora, ese día, pero lo que sí puedo decir es que nosotros no activamos los lanzamientos.
Alguien más lo hizo y con su acción, condenó a la raza humana a su extinción.
Fragmento 3: Anciano Klat’ka y “Su profecía del fin de la civilización humana”.
La guerra entre los Klat’ka y los Thek’ar llevaba milenios y ninguno se rendía.
Cientos de años antes tuvimos conocimiento de la existencia de la civilización humana, pero sobre todo de la Tierra. Sabíamos del interés extraño de los Thek’ar con esa especie, pero jamás entendimos el porqué hasta conocerlos.
Ellos eran sus ancestros, millones de años antes de que se perdieran en un limbo de superficialidad y artificialidad. Decidimos actuar y compartir nuestros conocimientos plantando semillas en su psique. Si lograbamos ayudar a uno solo de ellos, nuestro objetivo estaría cumplido y nuestra extinción tendría un sentido. Pero descubrimos a la mala que ellos portaban un leve vestigio futuro de los Thek’ar en su alma, aun así no nos rendimos.
Lunara, Velora y Nivaria fueron nuestros últimos esfuerzos por protegerlos de ellos mismos. Y el Día Cero nos tocó ver cómo murieron miles de millones de vidas humanas, plantas y animales. Madre Tierra se desangró y no pudimos hacer nada, solo observar y esperar.
Lo que muchos de nosotros no sabíamos es que uno de los nuestros, miles de años antes, ya había predicho lo que sucedería y afortunadamente para la tierra, su predicción no se cumplió.
“Del cielo caerán soles de luz artificial, todo lo que esta toque con su luz se quemara. En la tierra, el agua y el aire, la muerte se escurrirá, y quien sea que sobreviva a la luz, ella lo aniquilará. Todos los seres en cuya alma y sangre corre la chispa de la oscuridad perecerán y con ellos la tierra morirá”
Fragmento 4: Rey Thek’ar y “Su granja biológica”.
Estamos pereciendo, sí, pero jamás dejaremos que eso pase. Así tengamos que volver al pasado para perpetuar nuestra existencia.
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Editado: 19.08.2025