En las afueras de la ciudad de Épsilon, bajo una tenue luz en la oficina de su casa, el doctor Chuck Simmons revisaba sus notas con respecto a un caso. La calma y serenidad que inundaban el ambiente, fue rota de imprevisto, por el sonido de su comunicador.
Dejó su taza de café caliente sobre el escritorio y respondió el llamado.
—¿Hola? —preguntó con voz serena.
—Buenas tardes. Habla Alexander Stormhald, de parte de la Organización. Tenemos un trabajo para usted —sonó una voz fría, tras el comunicador.
Él colgó y se preparó. Notando al salir, una aeronave ya esperándolo fuera. No sabía qué sucedía o que iba a encontrar al llegar. Pero ya conocía a la Organización y si lo buscaban era por un tema serio.
Llegó y fue recibido de inmediato por Incógnito. Esa figura enmascarada le generaba cierto recelo, pero con los años había llegado a convivir con la incomodidad. La orden era sencilla: evaluar el estado mental de una empleada.
Rose Smith. Ya eran viejos conocidos. Él estuvo presente en todo su proceso por más de veinte años. Había muchas cosas en ella que no entendía, su frialdad y seriedad, el cómo parecía no envejecer en todo este tiempo que la conocía. Pero en este caso, había sucedido algo.
“Un accidente” le dijeron, pero al verla sentía que para su psique suponía algo más profundo.
Estaba muy pálida, más de lo que recordaba. Su mirada fija, en un punto de la pared, pero no se veía perdida. Parecía, más bien, seguir el desplazamiento de algo o de alguien.
La charla, como siempre, fue fría y esquiva. Pero hubo ciertas secciones que inquietaron al doctor.
—¿Qué sucedió? —preguntó Chuck, tomando nota en paralelo.
—Me lanzaron a la fosa Karonte —soltó ella, como si fuera algo trivial.
—¿Quieres contarme más a detalle? —preguntó él, por inercia.
No tenía expectativas de una buena respuesta, ya que ella siempre era seria y escueta.
Resistiéndose a contar más de la cuenta, sobre todo de su vida personal.
—Me secuestraron. Intentaron abusar de mí. Traté de escapar y me capturaron. Me golpearon. Ataron un ancla a mis pies y me lanzaron por la borda —murmuró rápidamente. En fragmentos de oraciones, que sueltas, no tendrían sentido.
El doctor quedó en shock. No solo porque en esta ocasión sí quiso hablar, sino por el contexto de su historia. Se tomó un momento para pensar en cómo hacer correctamente las preguntas.
—¿Cómo sobreviviste? —soltó temeroso.
Pero Rose, pareció seguir en automático, como si hablara consigo misma, no respondiendo de forma explícita, pero sí haciéndolo a la vez.
—Me hundí y luego solo me invadió el dolor. Me ahogaba, al mismo tiempo que sentía cómo mis huesos se rompían. Luego solo esperé —susurró, con cierta melancolía.
Lo que narraba, no tenía sentido. A la mente del doctor, solo llegaban pensamientos de que lo que ella estaba contando, no tenía sentido médico.
—¿Qué esperaste? —preguntó, tratando de analizar, por medio de sus palabras, algún tipo de enfermedad mental o incoherencia.
Pero ella se oía demasiado lúcida, algo que le generaba más incomodidad.
—El momento de mi venganza —murmuró, girando su cabeza y viéndolo a los ojos.
Por un segundo, el doctor pareció ver cómo ellos cambian de color, a un rojo intenso. Pero era imposible.
Ella volvió a su lugar y estado anterior.
El doctor intentó preguntar, pero ella siguió su monólogo. El cual parecía ser más un desahogo.
—Los maté a todos —susurró con voz densa.
El doctor mantuvo silencio por un momento.
—¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó, dejando de tomar nota un segundo.
—Me siento como un agujero negro. Arrastré a personas inocentes a la oscuridad —balbuceó, mientras que de su espalda vio lo que parecía ser un apéndice salir. Lo cual lo asustó.
Jamás, en los más de veinte años que la conocía, la había visto. Este siseaba y, si bien no tenía ojos, el doctor podía sentir como si realmente lo estuviera viendo.
Fue demasiado para él, por lo que se levantó y se retiró. Afuera lo esperaban con preguntas, por lo que tomó aire y siguió con su trabajo.
—Tiene evidencias claras de estrés postraumático. Pero me gustaría recabar toda la información que se tenga de la paciente —murmuró, desorientado por los acontecimientos.
El tipo, fríamente y sin responder su petición, se fue. Regresando a los veinte minutos con una carpeta gruesa con todo su historial. Una que tenía información desde su nacimiento. —Necesito analizar todo y luego volveré a dar mi diagnóstico —murmuró, retirándose del lugar.
Al llegar, la incógnita lo carcomía. Pero pensó: “primero debería repasar todo lo que sé de ella”.
Era fría y esquiva, sí, pero a la vez, sabía que le encantaba cuidar y proteger a los indefensos. Siempre tuvo la impresión de que era incapaz de matar. Por lo que solo una pregunta rondó por su mente.
¿Qué sucedió para que llegara a ese extremo?
Comenzó por el principio y lo que encontró en la carpeta lo petrificó.
Rose Smith no era precisamente su nombre, sino Maria Rumm. Hija de un extraterrestre y una terrícola. Nacida y criada en Eidon-7.
Aún recordaba ese lugar y sus historias. Las mujeres que entraban ahí jamás regresaban. Su cuerpo se tensó, pero continuó, buscando las respuestas que quería.
Siguió leyendo, impresionándose cada vez más. Desarrollo cognitivo acelerado, capacidad de aprendizaje muy por encima del promedio. Criada y entrenada para matar desde temprana edad.
Se detuvo.
—¿Por qué, durante veinte años de conocerla, no mantuvo este mismo comportamiento?
—se preguntó. Respondiéndote a él mismo al leer “Incidente A13”.
—La revuelta de Eidon-7 —susurró para sí sorprendido.
Aún la recordaba, fue un suceso para todo Épsilon, su caída y posterior cierre. Luego, en su registro, once años de misterio. Del cual él, escuetamente, tenía fragmentos.
A su mente llegó esa conversación con Rose.
—Mi papá John y mi mamá Claire me encontraron en una carretera con un disparo en la cabeza, casi muerta. Luego me adoptaron —susurró una joven Rose, con cierta melancolía.
—¿Y cómo eran ellos contigo? —preguntó el doctor, tomando nota.
—Eran muy buenos.
Volvió al presente, con más preguntas que respuestas. Pero siguió, dispuesto a responderlas todas.
Leyó los registros de ARCOS sobre el fallecimiento de sus papás. Claire Smith falleció de cáncer de mama y John Smith murió en la redada programada por ARCOS para su captura.
Un hombre muy buscado y con bastante tela que cortar en su pasado. Aun así, parecía haber limpiado su expediente el último tiempo que vivió con Rose.
El doctor dudó de si llamarla Rose o María por un segundo.
Continuó. John Smith mantenía una conducta intachable en la ciudad apartada en la que vivía. No se dejaban ver mucho él y su hija, pero cuando lo hacían, era para ayudar.
Como migas de pan en el camino, el doctor continuó.
El padre murió y ella desapareció del radar. Vivió dos años con un recluta de la Organización.
—Alexander Stormhald —susurró Chuck desconcertado.
Lo recordaba, Rose le contó que lo mataron. ¿Pero cómo es posible si él mismo lo contactó de parte de la Organización?, pensó.
—Tal vez es alguien más con el mismo nombre —murmuró. No había visto el rostro del hombre tras la máscara.
Prosiguió, una hija en su haber, Ashley Stormhald. Con la cual tiene una excelente relación y cuida como oro. Veinte años de conducta intachable más que un incidente aislado con un tal Darian Stormhald.
—Ese apellido nuevamente —murmuró el doctor, permitiéndose reír un segundo.
Segundo embarazo, con pérdida del feto, meses antes del incidente. Y luego la fosa. Parecía que Rose sí estaba diciendo la verdad. Sus fotos posteriores a su rescate incomodaron por un segundo, así que cerró la carpeta por un momento.
Su pulso se aceleró demasiado, por lo que prefirió evitar las fotos del suceso. Rescatada por su hermano Chris, leyó.
—¿Por qué recién habla de él en este tramo del informe? —se preguntó, incrédulo de lo que leía.
Siguió con el Incidente del Área 737.
—¿Qué? ¿Qué es el área 737 y cómo no tenía conocimiento de su existencia? —exclamó desconcertado de lo que leía.
Pero para el doctor, todo comenzaba a oscurecerse más que a aclararse.
Al intentar leer los documentos, la mayoría estaban tachados y cubiertos. Todo lo importante, como motivo de creación del lugar, para qué se usaba y contenido, estaban borrados.
—¿Qué conveniente? —murmuró desmoralizado.
Lo único que sí se mantenía, eran las horrendas fotos del suceso, haciéndolo cerrar la carpeta, asqueado.
Nada tenía sentido para él, por lo que al día siguiente volvió a la Organización.
A su espera, el mismo sujeto que antes. Lo observaba desde la penumbra de su oficina.
—¿Tiene su diagnóstico? —preguntó con voz fría y seca.
El doctor se acercó, entregando una hoja con su evaluación, pidiendo una última charla con la paciente.
Asintió, presionando un botón en su escritorio y abriendo la puerta de la oficina.
Quedándose solo, Incógnito leyó la hoja.
“La paciente reconoce plenamente los hechos cometidos.
No niega, no justifica. Se expresa con un tipo de lucidez que no esperaría en alguien con su historial.
Se autodefine como “un agujero negro”. No hay exaltación ni dramatismo en su voz, pero sí una conciencia inquietante del daño causado.
Mató a personas inocentes. Lo sabe. Lo dice. No intenta defenderlo.
Y sin embargo, la forma en que habla, se comporta, protege a los demás, no coincide con el perfil de una asesina descompensada, ni siquiera con el de una justiciera emocional.
En ella, la acción violenta parece haber sido un medio, no un desborde. Y esa idea me descoloca.
¿Puede alguien lúcido elegir el mal como reacción ética?
¿Puede alguien herido evitar ser cruel y aun así dañar a inocentes?
No sé qué responder. No encuentro una categoría que abarque eso.
Siento miedo. Y compasión. Y un respeto que no sé si me permito.
Caso no clasificable. Éticamente ambiguo. Clínicamente estable. Recomiendo no intervención. Solo observación prolongada.
(Nota personal: dudo si llamarla paciente o testigo. Creo que nos observó más de lo que la observamos.)”
Tiempo de espera después, ella llegó, acompañada de Chris, su hermano, quien esperó afuera de la sala.
Ella se sentó con su cara seria, sin hablar, expectante. El doctor la observó por largo rato en silencio.
—¿Cómo debo de llamarte de ahora en más, María o Rose? —preguntó, dudoso de sus palabras.
Ella solo lo observó un segundo con sus ojos tristes, luego bajó su mirada.
—No siento que sea ninguna de las dos —susurró por lo bajo.
Al llegar a su casa, guardó su nuevo expediente junto a todo lo demás de su paciente, con el rótulo “¿Rose?”.
Se recostó en su silla, tomó su taza de café y observó a la ventana. El atardecer teñía de violetas y naranjas el cielo de forma hermosa. En ese precioso momento de silencio y soledad, pensó en las últimas palabras de su paciente.
Una pregunta cruzó su mente: ¿Qué tanto de él quedó intacto luego de este caso?
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Editado: 19.08.2025