Archivos Inconscientes

Segunda parte ( diez relatos)

ARCADIA

Me gusta abrir los brazos al viento y saludar a la aurora. Desde estos riscos puedo divisar el sereno avance del mastodonte luminoso, que, contenido durante la noche, vierte ahora su néctar sobre los prados. Su luz, poco a poco, se extiende por las laderas de la montaña como una alfombra de vida.

Siempre elijo este escenario, su visión compensa con creces los sacrificios que he realizado para estar aquí. Aquí en Arcadia.

Cuando empiezo a sentir el picor del sol en la cara, sonrío. Me dejo caer, mis rodillas y mis lágrimas llegan al mismo tiempo al suelo. Plenitud. Pongo mi mejilla contra la roca templada, intentando abrazar la inmensa pared escarpada que amuralla los campos. Es Perfecta. Huele a salado a tierra y a eones. Me abrigo de verde, me hundo en él, doy vueltas en mi mullida fantasía. Todo parece tan real.

El cielo me hace un guiño azul. El viento suena, y las nubes avanzan, a veces noto como una distorsión molesta, pero es algo ínfimo. No empaña mi ilusión. Es real. Podría serlo. He disfrutado una noche entera, y una mañana, a estas alturas puedo convencerme que todos los días anteriores, los demás días de mi vida, han sido una pantomima cruel.

El sol se pasea pretencioso sobre mi cabeza a medida que pasan las horas hasta que finalmente me da la espalda. El agua del arroyo ya no se amolda a mis pies sumergidos, los aguijonea, rechazándolos, reclamando el espacio que le está siendo usurpado. Todo el entorno entona un Hasta luego. Pretenden decirme que ya es la hora.

Me calzo y recojo todas las prendas esparcidas por el paraje. Soy un ovillo, lloro de nuevo. Esta vez, lágrimas de desesperación. Meto la cabeza entre las rodillas, no quiero ser testigo del cambio que va acontecer a mi alrededor. Prefiero creer que he sido yo quién me he ido, que he sido yo quien he abandonado a Arcadia, es mejor que pensar que ella me ha traicionado, que se ha burlado de mí. O quizás, lo realmente doloroso es pensar, que nunca ha estado ahí.

 

Las anomalías en el cielo se vuelven cíclicas, todo parece perder definición, cierro los ojos con fuerza y hundo aún más mi cabeza entre las piernas. Oigo un chirrido, luego interferencias. Entonces me golpea la oscuridad. Esta no perdura, en seguida un leve resplandor vuelve a sentirse a través de mis párpados.

La estancia en la que me encuentro ahora, es titánica. Un reino de gris metálico. Sin motas de sol, sin briznas de hierba, sin la tibia danza de la brisa. Salpicado de planchas de acero. Allí en la techumbre, lejos, están instaladas pequeñas lentes y aparatos electrónicos dispuestos de forma aparentemente aleatoria. Todo había parecido tan real hace un momento. Se ha ido, me ha dejado.

Una oquedad rectangular se abre en el suelo, unas escaleras asépticas se despliegan. Una voz resuena:

—Su turno ha acabado señor, espero que haya disfrutado de la experiencia, por favor diríjase a la salida más próxima.

Mi mente se concentra en la tracción de mis pies. Pensar en otra cosa, duele. Bajo las escaleras y atravieso más estancias de ceniza, para al final llegar a un largo pasillo. "Me ha abandonado". Pienso otra vez. En una mesa blanca e impoluta una pantalla reza: Recepción y Venta de Entradas. La mujer rubia, tras el mostrador, se despide de mi:

—Vuelva a visitar, Virtual Travel co., señor.

Sé que no será posible Arcadia, gasté todo lo que tenía en ir en tu busca una vez más. Como un adicto. Con un gruñido a modo de respuesta, salgo al exterior.

Máquinas veloces atraviesan una neblina espesa. Si hay un cielo, se encuentra acorazado, oculto tras los edificios, tras esta pantalla de muerte. Abandono, (esa palabra me martiriza). Un holograma titila encima del paso de peatones: "Crucen por favor". Doy un paso, me paro, vuelvo atrás. Mis ojos están crispados y mi boca apretada. "Pues yo jamás la abandonaré. Le juraré amor eterno".

La ciudadanía, enfundada en sus monos de colores turbios, alcanza ya la otra acera. El rugido de las máquinas asciende. Por fin lo comprendo. Si hay algún modo de entrar en Arcadia, sin duda es este. “No Crucen Por favor". La frase reluce con una etérea luz carmesí. "Ahora", y mis piernas responden.

Cuatro pasos son suficientes, luego me quedo inmóvil. Algunos intentan frenar, pero no son capaces. Creo ver los riscos verdes, reflejados en el cristal de ese parabrisas. Abro los brazos y sonrío.

 

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UN DÍA DE LLUVIA Y MIEDO

 

El día en que una bomba estalló en la estación de Atocha, yo me encontraba haciendo mis prácticas de coche. Daba cinco clases a la semana, normalmente muy de mañana, después el profesor me dejaba en la facultad. Me venía a buscar a mi casa muy temprano y yo con legañas en vez de ojos, dirigía aquel cacharro de la autoescuela por las calles vacías, con reflejos perezosos.

Recuerdo que aquel día ya me había ganado unos cuantos vituperios, después de pasear alegremente alrededor de toda una manzana por el carril contrario. Supongo que el profesor guardó silencio porque tenía la esperanza de que me diese cuenta en algún momento. Por suerte, nadie circulaba a aquellas horas por las calles de la ciudad portuaria.



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En el texto hay: fantasia, surrealismo, relatos cortos

Editado: 04.04.2019

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