Estaba echando humo por las orejas, y no era para menos. Había tenido que salir corriendo, al final de la clase de Mr. Roberts, debido al mensaje escrito en un papelito, recibido de una de sus compañeras, justo tres minutos antes de terminar la lección.
Encuéntrame en el baño del mall antes de que use mi navaja
Sharon
No había dado crédito a lo que leía; todo parecía indicar que su mejor amiga se encontraba nuevamente en una de sus crisis. Había corrido como una loca hasta el baño, sin detenerse a pensar en los planes que tenía para abordar a Santiago, solo para encontrar a su amiga en medio de un ataque de risa y felicidad. David, su exnovio, le había propuesto que regresaran y la muchacha no había podido esperar el final de la jornada para comunicárselo a su mejor amiga. Ahora, parada frente a ella, la miraba con cara de pocos amigos, mientras mantenía sus brazos cruzados sobre el pecho.
–Perdona, pero es que es demasiada mi emoción, no te imaginas cómo me siento –Sharon no paraba de bailar alrededor del baño, sin importar la manera como las demás la miraban.
–Te felicito –dijo Carrie de mala gana–, pero gracias a tu acelere, no pude hablar con Santiago.
–Perdóname amiga, pero si quieres te acompaño a buscarlo al final de las clases, él siempre se sienta en el mall a esperar por la práctica de tennis.
–No, no me sirve. El señor Smith me espera media hora más temprano para mi clase de conducción, no voy a tener el tiempo de ir al mall a buscarlo y mucho menos a tratar de entablar una conversación –protestó Carrie.
–¿Y si yo lo busco y le doy alguna razón tuya? –preguntó su mejor amiga con una sonrisa de oreja a oreja.
–No seas ridícula… ¿Qué le vas a decir? ¿Que tu mejor amiga no puede esperar para darle un beso, pero que tuvo que marcharse a su clase de conducción?
–Tienes razón –dijo Sharon bajando la cabeza–. ¿Pero si te consigo su número telefónico y lo llamas esta noche? –Volvió a mirarla mostrando una enorme sonrisa.
–Ya olvídalo, mañana trataré de buscarlo en el receso del almuerzo.
Marchó rápidamente a la última clase del día con un sentimiento agridulce entre pecho y espalda: estaba contenta de que Sharon regresara con David, ya que se trataba de un buen muchacho, al que no se podía culpar por el rompimiento que habían tenido tres semanas atrás. Pero sintiendo al mismo tiempo algo de rabia por no haber hecho el contacto con su venerado estudiante de intercambio. Se prometió a sí misma que no dejaría pasar el siguiente día sin lograr el objetivo que se había propuesto.
–Gracias Mr. Smith –dijo al bajarse del auto.
–¿Estás segura de que no quieres que te lleve a tu casa? –le preguntó el instructor mientras le daba la vuelta al automóvil.
No, gracias, mi mamá me va a recoger aquí para que la acompañe al centro comercial.
Se despidió del amable instructor antes de dirigirse a la entrada vehicular de la escuela. Si esperaba a su mamá en aquel lugar, ahorrarían algo de tiempo y de paso podría pasar cerca de las canchas de tennis y echarles una ojeada a los miembros del equipo. Siendo las cuatro de la tarde, la temperatura era alta, el sol brillaba en todo su esplendor y ella hubiese querido tener ropas más apropiadas para caminar los trescientos metros que la separaban de su destino. Los jeans y la chaqueta blanca que llevaba encima no eran lo más apropiado para los más de setenta grados que se podrían estar sintiendo a esa hora. Decidió despojarse de la chaqueta y guardarla en su mochila, dejando a la vista la blusa verde de manga corta que llevaba debajo. Pocos metros más adelante recordó el gusto que sentía todos los veranos cuando andaba descalza por todo lado, y no tardó en detenerse nuevamente para guardar sus sandalias al lado de la chaqueta. El asfalto tenía la temperatura perfecta: ni muy caliente para quemar sus plantas, ni tampoco frío para hacerle extrañar sus sandalias. Pensó que cada vez se sentía con mayor fuerza la llegada de la primavera, lo que llevaba a su espíritu a sentirse con el optimismo y la alegría que faltaban durante los fríos meses de invierno. Caminó lentamente respirando el aire que llegaba con los dulces aromas de las flores que empezaban a brotar en los campos aledaños a la escuela. Unos metros más adelante alcanzó a observar a Santiago, quien vistiendo una pantaloneta blanca y una camiseta tipo polo del mismo color, jugaba tennis con un muchacho de cabello rubio. Avanzó un poco más hasta quedar a una distancia en que pudiera verlo mejor, pero que no interfiriera con la concentración del estudiante de intercambio. No tenía mucha idea de aquel deporte, pero todo parecía indicar que jugaba bastante bien. Eran pocos las veces que la bola pegaba contra la maya o que se salía del terreno demarcado por aquellas líneas blancas. Decidió sentarse en el prado, continuar disfrutando del sol, del agradable clima y de la vista. Algunos minutos después escuchó el motor de un vehículo, giró su cabeza para descubrir el auto de su mamá acercándose. Rápidamente se puso de pie, volteó a mirar al que ahora le gustaba y se sorprendió al darse cuenta de que los ojos de él la seguían. No dudó en sonreírle y agitar su mano en señal de despido, a lo que Santiago respondió con una sonrisa y un leve movimiento de su raqueta. Saludó alegremente a su mamá pensando en que solo faltaba un día para llegar a entablar amistad con él. Su emoción era tal, que no escuchó los pedidos de su madre acerca de evitar caminar descalza por el asfalto; solo sabía que estaba ad-portas de dar un paso importante para empezar a cambiar lo que hasta el momento había sido una vida social carente de verdaderos afectos.