–¡No te lo puedo creer!
–Sharon, te lo juro. Simplemente se quedó ahí parado mirándome.
La mejor amiga de Carrie sacudió levemente la cabeza antes de volver a hablar.
–¿Pero acaso no me dijiste que cuando te iba a hablar sonó la campana?
–Bueno, sí, pero antes de eso tuvo todo el tiempo para hablarme… Pero no, se tenía que quedar ahí hasta el último momento…
–Amiga, definitivamente estamos ante el caso de un personaje bastante tímido, a menos que estos latinoamericanos tengan algo que los hace actuar así… –Sharon terminó de organizar sus libros y cuadernos dentro del casillero antes de cerrarlo.
–¿Pero ahora qué hago? –la expresión de preocupación en el rostro de Carrie era evidente.
–¿Cómo así que qué haces? Pues si él no da el primer paso, tienes que darlo tú.
–¿Y qué hay de lo que me dijo Julie?
–¿En serio le vas a poner cuidado a ella? ¡Estás loca! –Sharon arrugó el ceño al tiempo que volvía a sacudir la cabeza.
–No quiero parecer algo que a los extranjeros los lleve a pensar mal de mí.
–Nadie va a pensar mal de ti –Sharon empezaba a perder la paciencia–. Por eso es que nunca has tenido a nadie, siempre buscas toda clase de disculpas… Y ahora que tienes la oportunidad de salir con el que te gusta, y que tú también la gustas, ¿vas a botar todo a la basura por lo que dijo ella?
Las palabras de Sharon, más el hecho de que fuese su mejor amiga, llevaron a Carrie a pensar que lo mejor era seguir su consejo. Al diablo con lo que le había advertido Julie, además estaban en los Estados Unidos, y las cosas se hacían al estilo norteamericano, no al estilo latinoamericano.
Se dirigió hacia el mall con la firme intención de buscarlo. Tenía treinta minutos antes de su clase de conducción y sabía que él podría encontrarse allí a la espera de su entrenamiento de tennis. No tardó mucho en encontrarlo. Por alguna razón, se encontraba en el extremo y no en la parte central del amplio corredor. Estaba sentado en la extensa banca de cemento con su mirada concentrada en un cuaderno y era evidente que no se había dado cuenta de su presencia. Recordó que era jueves y que lo mejor sería hablarle de una vez por todas y cuadrar una cita para el viernes en la noche. El tiempo corría y no quería llegar a final del año escolar sin haber al menos intentado algo.
–Hola, Santiago –su voz sonó alegre y segura.
Él levantó la mirada sin disimular su sorpresa. Carrie notó inmediatamente la manera como sus mejillas se ruborizaron. No cabía duda alguna, el muchacho que le gustaba era bastante tímido.
–Hola, ¿cómo estás?
Su acento era inconfundiblemente latino, lo que lo hacía todavía más interesante.
–Bien, ¿qué haces? –Carrie no dudó en sentarse a su lado.
–Esperando a que sean las tres y media para ir a la práctica de tennis, ¿y tú?
–Tengo mi lección de conducción, también a las tres y media.
–¿No practicas algún deporte?
–Oh, no. Creo que no es lo mío, solo estoy tratando de aprender a conducir.
–Tú estás en mi clase de inglés, la de Mr. Roberts.
–Así es… Creo que ahí fue donde te vi por primera vez.
–Sí, eso creo yo también. ¿Y te gusta esa clase?
–Mr. Roberts es muy querido, muy buena gente, pero la clase es demasiado fácil –Carrie supo que no podía parar de sonreírle, tenía que tratar de darle la confianza suficiente.
–Eso parece, tan fácil como para que alguien como yo, cuya primera lengua es el español, lo pueda entender –su acento era encantador y su sonrisa habría podido conquistar a cualquiera.
–¿No sabías inglés antes de venir a América?
–Todo el tiempo he estado en América.
–¿Qué quieres decir? Pensé que venías de Latinoamérica.
–Sí, yo vengo de Bogotá, eso es Colombia… Pero es que América es todo el continente, desde el norte de Canadá hasta el sur de Argentina y Chile.
–Supongo que tienes razón –Carrie no pudo ocultar lo divertida y atraída que se sentía por lo que Santiago decía.
–Y respondiendo a tu pregunta, te cuento que cuando llegué aquí, en agosto pasado, solo sabía decir casa, perro, gato, carro y caballo.
–¿En serio? –sonrió ella ampliamente–. Pero ahora hablas inglés muy bien, ¡y tienes un acento divino!
Ella notó cómo Santiago se volvía a sonrojar.
–Gracias –alcanzó a decir él antes de que un muchacho de alrededor de quince años, de cabello oscuro y crespo se les acercara a interrumpirlos.
–¿No creen que las prácticas deportivas deberían empezar más temprano? Nos hacen perder media hora que podríamos aprovechar en casa.
–Me imagino –contestó Carrie–, pero la verdad es que no practico deportes.
–Esa media hora te da el tiempo para alistarte y hablar con la gente –opinó Santiago.
–¿Ustedes dos están saliendo? –preguntó el joven muchacho, repartiendo su curiosa mirada entre Carrie y Santiago.