Arenas Blancas

12

No sería lo más adecuado llamarlo <<amigo>>. Todo se había dado de manera espontánea, recordó Santiago mientras compartía unas refrescantes cervezas con aquel muchacho de piel bronceada y ojos verdes. La tarde anterior había jugado su equipo preferido de fútbol. Era una enorme coincidencia verlos jugar contra el equipo de aquella ciudad, justo cuando él y su familia se encontraban allí. Había asistido al estadio en compañía de su papá. No era igual a cuando lo hacían en Bogotá: el estadio del Unión Magdalena era más pequeño, un calor infernal se había adueñado del lugar desde antes de su llegada a formar la fila para adquirir las boletas. La mayoría del público estaba a favor del conjunto local y su Santafé había jugado con el uniforme blanco en lugar de utilizar el acostumbrado rojo. Era la primera vez que los había visto jugar en un lugar que no fuera su ciudad. Durante el partido, Fabio, quien ahora se encontraba frente a él, le había dirigido la palabra en un par de ocasiones. Fueron comentarios acerca de los jugadores, del árbitro, de los directores técnicos, de las acciones del partido, las cosas que usualmente se solía decir en esa clase de situaciones. Parecía una persona amigable, además de dar claras muestras de no importarle que él y su padre fueran hinchas del otro equipo. El partido terminó en empate, con dos goles para cada equipo, y ni siquiera se habían preocupado en despedirse el uno del otro. Ahora llevaban más de media hora conversando en un pequeño grill, con sus miradas enfocadas en las lindas muchachas que, vistiendo sus trajes de baño, o sus pequeños shorts y camisetas, pasaban por el malecón de El Rodadero, el barrio turístico de la ciudad de Santa Marta. Se trataba de una coincidencia. Santiago había entrado a aquel lugar en busca de un refresco, pero al momento de ir en búsqueda de la salida se había encontrado con Fabio, quien, sentado en una de las mesas, no había dudado en saludarlo. << ¿Tú no estabas ayer en el estadio?>>, le había dicho antes de invitarlo a su mesa.

–Bueno, pero ya dejemos de hablar de fútbol –dijo Fabio de un momento a otro–. ¿Estás de turista por acá?

Santiago terminó de darle un sorbo a su cerveza antes de contestar.

–Sí, por una larga temporada, llegamos anteayer, y creo que vamos a estar por ahí dos meses.

Santiago le contó acerca de los planes de trabajo que tenían sus padres en aquella ciudad, lo que los obligaría a estar allí por un periodo de tiempo mayor al que generalmente usaban cuando estaban de vacaciones. Sus excelentes calificaciones en el colegio, además de algunos créditos logrados durante su año de intercambio en Nueva Jersey, le habían permitido graduarse de bachillerato antes de tiempo, y disfrutar ahora de aquellas paradisiacas playas.

–Eso suena chévere, ¿pero de hembritas qué me cuentas?, ¿ya conoces a alguna samaria sabrosona?

–A nadie, va a tocar que tú me las presentes –el tono de broma de Santiago era evidente.

–¿Pero no dejaste novia por allá en Bogotá?

–Nada de nada, por ahí me gustaba una cucuteña, pero cuando le eché el cuento me dijo que lo iba a pensar, y después no salió con nada.

–Esas cachacas son complicadas, pero de pronto te puedo presentar a alguien por ahí –los ojos verdes de Fabio se concentraron en un par de lindas muchachas que pasaron por el malecón.

–Cuando quieras… ¿Y tú andas con alguien?

–No, nada de nada, la última me echó… Ya hace ratico –dijo Fabio entre pequeñas risas–. Era una francesita linda… En todo caso ya no está por aquí.

–¿Te gustan las extranjeras?

–Primo, me gustan todas, no importa de dónde vengan. ¿Pero por qué? ¿A ti te gustan?

Santiago recordó inmediatamente lo que había sucedido el año anterior con Carrie.

–Me gustan mucho, especialmente una –finalmente contestó con su mirada perdida en el horizonte.

–´erda… Cuéntamelo todo.

Santiago pidió una nueva ronda de cervezas antes de empezar su relato. Con pelos y señales le describió a Fabio todo lo que había sucedido con Carrie, desde el día en que la vio por primera vez en la clase de Mr. Roberts, hasta el día en que la linda niña había sido arrestada.

–¿Tú me estás diciendo que tu amorcito traficaba con maracachafa? –preguntó Fabio antes de soltar una carcajada.

–Se supone que no…

–Mira, primo, si la cogieron con las manos en la masa, eso es por algo.

Santiago trató de explicarle lo que ya le había contado: Carrie era una niña buena, la cual muy seguramente había sido culpada por sus compañeros, pero que a la hora de la verdad era totalmente inocente.

–¿Pero al fin tu gringuita pagó cana?

–Te cuento lo que sé… Todo esto basado en los chismes que llegaron al colegio…

–Suéltala, suéltala –Fabio tomó un sorbo de su nueva cerveza.

–Parece que el juez no quiso ir muy a fondo. Como que era uno de esos tipos conservadores que detestan las drogas, o que un menor de edad se tome un trago, o que por ahí una pareja baile demasiado pegado…

–´erda… conmigo tendría problemas ese man –interrumpió un sonriente y divertido Fabio.

–El caso es que decidió mandar a la prisión juvenil a los tres… –Santiago sintió una presión en el pecho, la misma que había sentido desde el momento en que se enteró del arresto de Carrie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.