–¿Listo, primo? Las hembritas nos esperan.
Fabio saludó a Santiago mostrando una enorme sonrisa. Se podía notar su ánimo festivo. Minutos después compraron una botella de aguardiente en una pequeña tienda, a dos cuadras del sitio de la reunión. Algunos pasos antes de llegar al edificio, el muchacho recién llegado de Bogotá escuchó la música vallenata, la cual muy seguramente provenía del apartamento donde se celebraba la reunión. Después de ser autorizados por el vigilante para ingresar al edificio, tomaron el ascensor hasta llegar al último piso. La fiesta se estaba celebrando en la amplia terraza. Más de cuarenta personas se encontraban disfrutando de la música, la bebida, y la piscina. El ambiente no podría ser más animado y fiestero. Los dos muchachos fueron recibidos por el que todos llamaban Fercho, quien parecía ser el anfitrión.
–¿Tú eres cachaco? –Fercho parecía un tipo amable.
–Bogotano, recién llegado –respondió Santiago.
–¡Bienvenido! Y allí está la barra con trago y comida, tomen y coman lo que quieran –Fercho señaló con su dedo índice el lugar repleto de botellas de licor y pasabocas ubicado a un costado de la piscina. Con el paso de los minutos, y a pesar de la amabilidad del anfitrión y del buen ambiente que reinaba, a Santiago le estaba quedando difícil adaptarse. Era su país, era su música, pero eran evidentes las diferencias reinantes. Los costeños eran agradables, les gustaba la charla, pero sintió que se perdía en los temas que conversaban, además de no llegar a entender algunas de sus palabras. Decidió que lo mejor sería tomarse un par de tragos, los cuales muy probablemente le ayudarían a entrar en ambiente. Se apartó de Fabio, quien continuaba charlando animadamente con Fercho y fue hasta la barra a servirse una copa de aguardiente. No dudó en tomarse la segunda cuando la primera apenas bajaba por su garganta.
–Oye, ven acá, ¿tú te quieres emborrachar así de rapidez?
Santiago volvió a mirar, algo sorprendido. Quien le estaba dirigiendo la palabra era una muchacha que no tendría más de diez y seis o diez y siete años. Llevaba el cabello rubio y liso, el cual le llegaba un par de centímetros debajo de los hombros, su esbelta figura, de un tono blanco bronceado, solo iba cubierto por un pantalón multicolor de tela bastante delgada, que le recordó a Santiago las prendas que solían utilizar los hippies, y del top de lo que podría ser un bikini verde fosforescente. Pero lo que más le impresionó fue la belleza de su rostro: de nariz respingada, boca pequeña de labios carnosos y un par de ojos ambarinos que no paraban de mirarlo. Era simplemente el complemento de aquel conjunto de cualidades físicas.
–No –dijo él, adjuntando a su expresión de sorpresa una tímida sonrisa–, es que como llegué tarde, me estoy poniendo al día.
–Bueno, entonces sírveme uno y brindamos –dijo la linda niña acercándose a la barra.
Santiago no demoró en cumplir el deseo de ella e instantes después estrelló suavemente su copa de cartón desechable contra la copa de ella.
–No te había visto por aquí, y por tu hablado… parece que no eres de Santa Marta –la muchacha probó el trago y una vez vació la copa no dudó en hacer una pequeña mueca.
–No, vengo de Bogotá –Santiago probó su trago después de responder.
–¿Turista?
–Más o menos…
–Mira, o se es turista o no se es –lo interrumpió ella con una divertida sonrisa.
–Voy a estar acá dos meses, mientras mi papá hace unos trabajos.
Santiago no lo podía creer: la que parecía ser la niña más atractiva de la fiesta estaba ahí, al lado suyo, poniendo toda su atención en él, hablando con él, y bastante interesada en todo lo que él decía. De la barra se movieron a la baranda, decididos a dar una mirada al paisaje que se extendía delante de ellos. A esa hora, en medio de la oscuridad del mar, sobresalían lejanas luces pertenecientes a los barcos pesqueros o a los grandes buques fondeados en la bahía. El sector de playa más próximo lucía desocupado, se vislumbraban muy pocos autos en las calles aledañas, y la belleza del firmamento solo se veía interrumpida por las luces de los edificios vecinos. Sin saber por qué, y a pesar de encontrarse acompañado de una hermosa y simpática muchacha, su mente recordó a Carrie y aquellos momentos que nunca habían llegado a existir.
–Oye, ¿en qué estás pensando? –preguntó la rubia sin dejar de mirar las luces de los barcos.
–Que esto es muy lindo, pero ni siquiera sé cómo te llamas –Santiago volteó a mirarla.
–Verdad… Yo tampoco sé tu nombre…
–Santiago –dijo él con una sonrisa.
–Verónica, pero todos me llaman Vero.
–¿Te puedo llamar Nica? –bromeó él.
–Llámame como quieras, te doy ese derecho… Pero ven –dijo ella agarrándole la mano–, vamos a bailar, esa canción me gusta –y sin esperar a que él se expresara, lo haló suavemente hasta el sitio donde todos bailaban. Tres canciones más tarde, para Santiago se hacía evidente el particular interés que despertaba en la atractiva rubia. En medio del baile, se enteró de otros detalles acerca de su vida: había nacido en Santa Marta, pero la mayor parte de su vida la había pasado en Bogotá. Se encontraba nuevamente en la ciudad costera gracias al traslado en el puesto de trabajo de su padre, situación algo similar a la que él vivía. Tenía diez y siete años y cursaba el último año de estudios antes de ir a la universidad. Pensó que sería la niña perfecta con la cual tratar de entablar una buena amistad y por qué no una relación más cercana, y sin embargo a su mente le estaba quedando imposible olvidarse de Carrie. Mientras continuaba bailando con Verónica, y a pesar de la simpatía de la joven rubia, creyó que gran parte de su ensimismamiento se debía a la injusticia por la que la muchacha norteamericana estaba pasando. Aunque la había conocido muy poco, creía fervientemente en su inocencia. Se basaba en lo que había logrado percibir de ella y a las palabras, no solamente de Sharon, sino también de algunos de sus otros compañeros, quienes habían quedado aterrados al enterarse de su detención. <<Carrie nunca haría lago así>>; <<Creo que ni siquiera ha probado hierba>>; <<Es la más divertida de todas, pero al mismo tiempo de las más sanas>>, habían sido algunas de las frases pronunciadas por ellos y que lo habían terminado de convencer de la gran injusticia que se estaba cometiendo. Pero él no podía hacer absolutamente nada, ahora se encontraba a miles de kilómetros de donde la pudieran tener privada de la libertad, y solo le quedaba tratar de borrarla de su mente y tratar de fijar su atención en la gente que estaba empezando a conocer.