8
Una vez notificada la masacre de Dunkll al consejo militar de Lycanthrópolis, se realizó una reunión encabezada por el coronel Optimus Emirp, que por debajo del rey Níctimo, era la máxima autoridad militar de su pueblo. Junto a él estaban reunidos los hermanos licántropos que acababan de perder a su padre a manos de la enferma y antinatural raza de vampiros. Seres muertos que caminan, matan y se alimentan con sangre de los vivos. ¿En qué estaban pensando los Dioses cuando los crearon? Una pregunta que todo Ares aún se hace. A excepción de Lilith por supuesto, ella todavía los crea a placer incluso.
—Teniente Ptolomeo, sargento Uxmael —el coronel Emirp se dirigió a sus subalternos, con un gesto de cabeza que intentó ser firme y amable, pero que más bien se vio triste y apesadumbrado—. Primero que nada déjenme decirles lo apenado que estoy por su pérdida… Tau Yaotzin fue un ejemplo para nuestra raza, además de un gran protector de nuestros rescatados de ese obsceno y fatídico negocio de las granjas humanas. Sepan que esto no quedará así, nuestro honorable rey Níctimo ha sido informado de esta calamidad, y me contenta, un poco al menos, comunicarles que de su puño y letra mandaremos un ultimátum a la principal responsable de esta herejía. Nunca mejor llamada la Reina del Infierno. Ya que no puede mantener a raya a sus engendros chupasangre, Lilith deberá responder por haber roto el Pacto Milenario de los Dioses, y por supuesto por la masacre desatada por sus malditos lacayos sobre nuestro pueblo. Debe haber consecuencias.
Ptolomeo se adelantó un paso a su hermano, era el mayor y se sentía con la responsabilidad de dar las explicaciones.
—Gracias coronel, nuestro padre le estaría muy agradecido de saber que lo tenía en tan alta estima, señor —dijo Ptolomeo a su coronel con la cabeza erguida, intentando ocultar su propio pesar—. Mi hermano y yo hemos capturado a estos dos marginales —Ptolomeo acercó en ese momento, a los dos vampiros que tenía encadenados y con bozales de cuero bajo su custodia—. Son parte del grupo que intentó emboscarnos cuando los perseguíamos en su cobarde huida. El resto de los insurrectos han sido eliminados señor. Lamentablemente un pequeño grupo se nos ha escapado, salieron de nuestras tierras, como ya informamos, llevándose a cinco de nuestros humanos protegidos: dos mujeres y tres hombres. Pero le prometemos, por nuestro padre señor, que…
El coronel interrumpió a Ptolomeo levantando la palma en señal de silencio y desviando la vista hacia un constado como si fuera a escuchar un vana promesa más. Pero esa no era su intención, al contrario, en realidad estaba muy conforme el desempeño de sus soldados en esa crítica situación.
—Por favor teniente. Haga silencio ahora y escúcheme bien —el tono del coronel sonó gentil pero áspero—. Usted, su hermano y las patrullas que lo acompañaron durante esa emboscada hicieron un gran trabajo, si no hubiera sido por el grupo menor de vampiros cobardes, o muy inteligentes, sabían que no tendrían chance contra nuestras patrullas, que escapó dejando a sus propios compañeros como carne de cañón, creo que hubieran atrapado a todos y vuelto a liberar a nuestros protegidos.
—Por supuesto, gracias coronel. —esta vez el sargento Uxmael fue quien habló.
—Además esto ha sido algo inaudito, jamás en toda la historia de Ares, se había roto el Pacto Milenario, ustedes no tenían ni idea ni podrían haberla tenido siquiera, de lo que este grupo de apestosos marginales estaba tramando —el coronel Optimus Emirp se acercó a uno de los marginales capturados y lo miró con desprecio—. Además, en qué estúpida cabeza cabe pensar que podían salir indemnes de semejante atrocidad cometida… —el coronel se acercó un poco más al rehén y, con sus dedos humanos índice y mayor, golpeteó fuertemente la frente del marginal, como buscando algo sólido adentro de ese obtuso vacío.
El marginal se retorció un poco y los ojos se le inyectaron en sangre, no parecía muy conforme con el trato, pero a ninguno excepto a él mismo, le importaba. Uxmael lo tomó por el cuello y tirando de sus muñecas atadas a la espalda lo sujetó tan fuerte que si los vampiros respiraran, éste se hubiera ahogado por no poder meter aire a sus pulmones debido a la presión del licántropo sobre su cuello.
—Bien, así y todo uno de ustedes dos —dijo el coronel en tono serio, dirigiéndose ahora a los marginales capturados—, tendrá la oportunidad de remediar, ínfimamente al menos, la atrocidad cometida a nuestra raza. Lo dejaremos en libertad…
—¡Pero coronel! Estos despreciables vampiros son asesinos de lobos…
—Tranquilo sargento, lo sabemos perfectamente, no lo tome así, tenga en cuenta que esta es una orden directa de nuestro rey Níctimo, supongo que no pondrá en tela de juicio una resolución real… ¿No es así?
—Por supuesto que no coronel, le pido disculpas por mi exabrupto. —Uxmael bajó la cabeza con gesto arrepentido.
Ptolomeo en cambio, miró al coronel Emirp con cierta y desagradable sorpresa. Tampoco le parecía una buena decisión, pero no se animó a insinuar nada al respecto. Órdenes son órdenes, se dijo internamente, por más irracionales que a él y a su hermano le parecieran.
El coronel vio claramente el gesto de su teniente. La forma humana de los licántropos era muy expresiva, difícil era ocultar contrariedades o desencantos; incluso alegrías o tristezas también. Si hubieran estado en su forma de lobos, hubiera pasado totalmente desapercibido el gesto afligido de Ptolomeo, quizás solo hubiera se hubiera manifestado a través de un opaco gruñido ininteligible hasta para ellos mismos.