Ares, mundo salvaje

CAPITULO UNO, PACTO DE LOS DIOSES

10

Uxmael se separó de Ptolomeo, indicándole que iría a su encuentro justo antes de que la caravana partiera hacia Dunkll.

Entonces se dirigió directo hacia las mazmorras del fuerte. Tuvo la precaución de esperar a que su hermano se alejara lo suficiente hacia el lado de la división de infantería, para luego entrar en secreto a las profundidades de los calabozos.

El olor a moho, orines, podredumbre y humedad era tan penetrante que Uxmael hubiera preferido, en ese momento, no tener tan desarrollado su sentido del olfato. Los ruidos también colaboraban al lúgubre ambiente: las ratas se paseaban como dueñas del lugar y las arañas reclamaban más espacio para colgar sus telarañas que cubrían casi hasta la última esquina de los pasillos entre calabozos. Al estar en los subsuelos edilicios, contaban con algunos respiraderos en los techos pero la iluminación natural nunca iba de visita por esos lares. La luz era proveída por antorchas de pared o lámparas de aceite, y la mitad estaban apagadas. Esos calabozos se usaban bastante poco.

En general el pueblo licántropo era más bien pacífico y con suficientes recursos para que cada aldea pudiera sobrevivir sin la necesidad de tomar nada sin permiso. Los bosques eran de libre circulación y caza. Las praderas eran de libre uso también, previo aviso de cuanta superficie se usaría y en nombre de quien. Cualquier licántropo podía salir a cazar animales salvajes o sembrar granos para los animales de granja, ambos fuente de alimento de la raza.

Uxmael llegó a donde habían encerrado al vampiro. A la puerta del calabozo la custodiaba un soldado raso convertido en un fuerte lobo de pelaje claroscuro indefinible. Con las garras sostenía un mandoble de acero forjado y doble filo, posado de punta sobre el suelo mohoso. Ni bien vio llegar a Uxmael, lo saludó con la venia militar y volvió a su rígida postura sin decir ni una palabra. Sabía perfectamente que quien estaba allí parado delante suyo era el hijo del licántropo asesinado por quien él cuidaba en ese momento.

Uxmael se convirtió en lobizón y se quedó expectante allí parado con su enorme figura platinada, rígido observando la reacción del lobo que custodiaba al asesino de su padre. Tenía plena confianza de que aquel se daría cuenta de lo que debía hacer. Tras un largo silencio incómodo, el otro al fin se hizo a un lado y abrió la puerta del calabozo.

El lobo claroscuro indefinible, ofreció su mandoble al lobizón. Uxmael lo rechazó. Sabía que no lo necesitaría, tan claramente como sabía que el vampiro que allí adentro se retorcía entre sus grilletes no pasaría de esta noche. Se acercó al marginal y de un zarpazo le voló el bozal de cuero que fue a parar a una esquina sucia del calabozo, cubierta de telarañas. Tres o cuatro arañas salieron despavoridas de sus escondites y se perdieron entre las rajaduras de las paredes.

El vampiro empezó a gritar pidiendo auxilio, tal y como una niña humana gritaría al sacarla de su jaula de sangre, para luego ser mordida y exanguinada sin piedad. El lobo que custodiaba la puerta la cerró de un golpe y volvió a su posición erguida y rígida del principio, a espaldas del calabozo y, por supuesto, hizo caso omiso a los gritos del desgraciado.

Uxmael se agachó sobre el vampiro hasta ponerle las fauces a la altura del cuello. Tuvo que encorvarse incluso más que cuando cruzó la puerta del calabozo. Nunca había visto de tan cerca a uno de ellos, pensó de pronto. Entonces se quedó un momento observándolo con curiosidad. Los ojos del vampiro eran muy oscuros, tanto que no se diferenciaba la pupila del iris. Su piel era cadavérica, macilenta, pero además estaba podrida y desgarrada en varias partes. En el pómulo derecho por ejemplo podían verse las encías del maldito. El pelo, si podía llamarse así a esos manchones opacos y pajosos que se aglomeraban en pequeños círculos espaciados sobre la cabeza, era escaso y formaba pegotes rojinegros en varios mechones. Pero sus amarillentos colmillos fue lo que más le llamó la atención a Uxmael: sus caninos salían hacia afuera y luego se curvaban un poco hacia adentro, y si se observaba muy bien podía verse un pequeño grupo de colmillos en la punta de cada uno, como mínimas garras nacidas del agujero central del colmillo, justo por donde estos ingerían la sangre, y le daban un aspecto de boca de anguila a cada punta. Uxmael pensó que una vez que esos colmillos se clavaban en la tersa carne de un cuello humano, o sobre una arteria mayor en una ingle, sería muy difícil despegarse de la maldita mordida.

El vampiro se desgañitaba gritando pero en su fuero interno sabía que no iba a sobrevivir. Primero porque estaba encadenado y segundo, porque jamás un marginal solo, podría hacerle frente a un lobizón enfurecido y salir vivo de la pelea. Con este último pensamiento en su reptilinio cerebro tuvo de pronto un arranque de valentía, o de miedo irracional, daba lo mismo a esa altura. Ante la inminente muerte que le venía encima, dio dos, tres y cuatro golpes de grilletes al aire con todas sus fuerzas, intentando arrancar las cadenas que lo sujetaban a las paredes. Increíblemente una pareció ceder. Las paredes húmedas y faltas de un mantenimiento periódico, no estaban en su mejor forma y al final, el gancho incrustado que sostenía las cadenas de los grilletes, tras una breve explosión de polvo de ladrillo y arena vieja, se arrancó de la pared dejando un gran hueco. Y una de las manos del marginal libre, por supuesto.

Con su mano recién liberada, y con el grillete de hierro oxidado agarrado a su antebrazo, el marginal golpeó con extrema fuerza la cabeza del lobizón. Este dio un giro involuntario hacia el lado contrario del que recibió el golpe y sangró profusamente por debajo de su ojo izquierdo.



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En el texto hay: brujas, vampiro vs hombrelobo, batallas epicas divinidades

Editado: 31.01.2023

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