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Entre Ptolomeo y Vania prepararon el ungüento funerario. Vania aprendió a hacerlo y rogó en su interior, no tener que usar nunca más ese conocimiento recién adquirido. Uxmael y sus compañeros colocaron cada muerto al lado de una tumba excavada. Parecía una feria de rarezas y deformidades. Algunos licántropos estaban a medio convertirse entre humano y lobo cuando fueron asesinados, dándoles una aspecto grotesco y amorfo a sus cuerpos. Los centauros se pararon todos a la cabecera de las tumbas y esperaron respetuosos el rito en fila recta.
Ptolomeo volvió con Vania y con el ungüento o crema de “luna” listo para usar. Se pusieron un licántropo al lado de cada cuerpo, incluido Uxmael que se colocó al lado de su padre, unos de los pocos que se había convertido totalmente el lobo y además era el que tenía mordeduras y lesiones graves en todo el cuerpo, el resto habían sido asesinados en su mayoría con la misma metodología, una mordida directa al cuello desgarrando arterias, tráqueas y todo lo que sustentaba la vida de los licántropos al ese nivel.
Vania se encargó de repartir un poco de crema de luna a cada licántropo arrodillado y estos a su vez, comenzaron a untarlo sobre la cara de cada uno de los muertos, algunos eran mitad cara mitad hocico. Luego de que todos los fallecidos estuvieran untados se pararon en fila recta como los centauros pero frente a ellos, Vania se quedó a un costado con la cabeza gacha y las manos entrelazadas. Entonces Ptolomeo, el licántropo de mayor rango presente, comenzó a recitar del libro de la Sagrada Escritura de Licaón, el ritual de entierro.
—¡Zeus, Dios creador y padre de Ares, alabado seas! Te encomendamos el alma de nuestros hermanos fallecidos para que moren en la eternidad universal justo a tu lado. Por favor retira la execración de sobre ellos, ya han sido untados con la crema de la luna y sus almas fueron liberadas, ahora libera tu gran Dios, sus cuerpos para que en paz y comunión con nuestra naturaleza, retornen a la tierra, a sus orígenes. Te alabamos Zeus.
—¡Te alabamos Zeus! —dijeron todos al unísono, incluso los centauros.
Vania de pronto escucho unos ruidos raros, como si alguien estaría trabajando una masa entre medio dura y medio viscosa. Levantó la cabeza y vio algo increíble para ella. Nunca había participado de un funeral licántropo, por eso le llamó tanto la atención lo que pasó, mientras que el resto de los presentes se limitaron a cerrar los ojos y bajar la cabeza como si fuera lo más normal, ella se quedó observando los cuerpos de los licántropos muertos con fascinación. Todos comenzaron a contorsionarse y a transformase uno a uno en su forma humana. Vania primero se asustó, luego al ver que ninguno reaccionado al tétrico espectáculo, se tranquilizó y se quedó observando morbosamente. Todos los cuerpos, incluso el de su protector Tau que era un lobo completamente transformado al morir, se volvieron humanos. Resplandecían a la luz de las lunas, el ungüento había desaparecido de sus caras, parecía, no, más bien había sido absorbido como por arte de magia por la pálida y cadavérica piel de los licántropos fallecidos. Cuando todos quedaron en forma humana, recién ahí fueron empujados cada uno a su tumba final. Las taparon y recitaron el último pasaje de los muertos.
—¡Zeus, Dios creador y padre de Ares! Ahora bendice con tu gracia esta tierra donde ahora descansan nuestros hermanos y conviértela en tierra sagrada de aquí a la eternidad. Te alabamos Zeus.
—¡Te alabamos Zeus! —volvieron a responder todos, Vania inclusive, por última vez.
En la aldea quedó un grupo de cuatro licántropos y cuatro centauros que iban a comenzar con las tareas de reconstrucción. Serían unos cuantos días de trabajo hasta volver a dejar Dunkll como antes del ataque. O lo más cerca que se pudiera a esa situación. Algo que no podría cambiarse ya era a sus pobladores, nunca volvieran a pisar esas angostas calles de ripio, ni a beber de la gran fuente central de agua, ni tampoco saldrían nadie más a cazar jabalíes salvajes convertidos en poderosos lobos primigenios. Se convertiría, por un buen tiempo, en un pueblo fantasma. Una oscura cicatriz en la historia de la raza de los licántropos. Un recordatorio de quienes y por qué, eran sus enemigos naturales desde que Zeus creara el mundo. Una excepción a la regla que traería serias y atroces consecuencias.
Vania quiso quedarse para ayudar, pero Uxmael le dijo que no era necesario y le pidió que por favor lo acompañara al fuerte. Ella lo miró dubitativa por un segundo, pero al fin aceptó con una tierna sonrisa en sus labios. El resto de la cuadrilla, los que no se quedaron trabajando en Dunkll, debía volver al fuerte a esperar la respuesta de la reina Lilith y las órdenes a seguir según esa propia respuesta recibida.
Cuando despuntaba el amanecer sobre Lycanthrópolis el grupo de Ptolomeo llegó al fuerte militar. Vania viajó dormida, en brazos de Uxmael lobizón. El centauro que los llevaba casi no lo logra, a punto del desmayo a mitad de camino, tuvo que cambiar su carga con un compañero. Kirón ni se hubiera enterado, pensaron casi todos cuando se realizó el cambio de centauro en medio del viaje. Pero por supuesto, nadie dijo nada.
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