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Uxmael seguía preso. Y seguiría así un buen tiempo. Vania se había convertido en su principal apoyo durante el encierro. Lo visitaba a diario y además le llevaba comida y bebida. En forma humana el licántropo se alimentaba principalmente de carne cocida, que mezclaba con algún que otro cereal para obtener energía extra. También le traía, cuando lograba esconder la botella de los guardias, su bebida predilecta: el zythum, una cerveza casera que se fabricaba en una de las aldeas cercanas al fuerte. Uxmael, una o dos veces por semana. También debía convertirse en lobizón para mantener sus sentidos animales al día y entrenados. Vania, en esos casos, le traía carne cruda para alimentarlo en su forma de lobo: a veces un carnero recién faenado, otras un jabalí salvaje recién cazado. No tenía pudor ni repulsión alguna al ver alimentase al lobizón con tanta ansia y salvajismo. Un poco incluso le excitaba esa imagen agreste.
Una de las noches en que Vania le acercó la cena al prisionero, con la excusa de que ese día cumplía años, logró pasar por la guardia del calabozo una especie de pan de maíz endulzado con miel y por supuesto una botella de zythum. Por favor, es para festejar mi cumpleaños… Le había rogado al guardia que tras un momento de duda, la dejó pasar con todo.
Luego de que comieron el pan endulzado y brindaron los dos con zythum, Vania se sentó con la espalda apoyada en la reja del calabozo y se quedó meditabunda. Uxmael, por su parte, se sentó también contra los barrotes, del lado interno por supuesto, de tal forma que se daban la espalda el uno al otro, pero con un leve giro de cabezas se podían mirar a los ojos.
—¿Qué sucede, Vania? Cualquiera diría que la que está presa eres tú… ¡Pero yo te veo del lado de afuera!
—Oh, disculpame Ux, estoy siendo egoísta, preocupándome aquí por mis cosas cuando tú eres el que está encerrado…
—No, Vania, no quise decir eso, solo me preocupa tu pesar. Cuéntame, si quieres…
—Es que hoy junto con mi cumpleaños número diecinueve, se cumplen también seis años desde que mi padre me rescatara junto al tuyo de ser llevaba en aquella jaula de sangre hacia Aftokratoria. A mi padre no le había quedado otra opción que darme en calidad de protegida a Tau… Los extraño, Ux, Tau era tan bueno y cordial conmigo, oh, y es que ni me imagino cómo lo estarás pasando tú… Y también extraño a mi padre por supuesto, aunque tenga más recuerdos de la jaula que de él, sé que hizo todo lo que estaba a su alcance por mí, de todas maneras jamás hubiera podido quedarme con él cuando al fin pudieron rescatarme…
—También extraño a mi padre, Vania, y mucho. Aunque tampoco puedo imaginarme como la habrás pasado tu, sola, tan chica, en esas malditas jaulas mientras tu padre se desgañitaba buscando la forma de rescatarte. También agradezco eso a Tau, siempre fue un altruista. Recuerdo aun cuando cumplí cuarenta y ocho años, nuestra mayoría de edad, él no quería que dejara la casa, dijo que le importaba una mierda lo que nuestras normas retrógradas dijeran, que yo era su hijo y que podía vivir con él para siempre si así lo deseaba… De veras que hubiera aceptado gustoso, Vania, créeme, pero mi hermano logró convencerme de que me uniera al ejército. Y a mí también me gustaba la idea, él era mi ejemplo a seguir, de hecho lo sigue siendo, lo admiro realmente, y siempre me decía que yo sería un soldado poderoso por mi condición especial, y que podría acompañarlo en la lucha contra los perros solitarios, por ejemplo, que eran, y siguen siendo, un gran mal en estas tierras y tan difíciles de cazar. Al fin acepté, mi padre estaba entre triste porque me iba, y orgulloso porque su hijo menor también sería un militar, un ejemplo para la raza, había dicho mi padre.
Vania miró con ternura a Uxmael y sin pensarlo le tomó la mano a través de la reja. Se sintió de pronto él como un egoísta, descargándose con la chica cuando la que estaba mal era ella en principio.
—¿Tenías doce años entonces cuando nuestros padres pudieron rescatarte? Casi no lo recuerdo ya… —dijo Uxmael en tono suave, lejano.
—Trece —contestó Vania con una sutil sonrisa—. Sí, ha pasado mucho tiempo ya, bueno, al menos según nuestra medida humana de tiempo. ¿Sabías que somos la única raza en este planeta que no poseemos el don de la inmortalidad? ¿Has pensado alguna vez en ello? Luego de haber pasado años entre los tuyos yo sí he pensado mucho en ello. A veces pienso que quizás somos un error de la creación, es decir, Zeus en principio nos creó para alimento de las demás razas, eso es una obviedad, ya sabes: las brujas nos capturan y usan nuestra sangre para sus magias, los vampiros nos crían en granjas y nos trasladan en jaulas para drenarnos y alimentarse de nuestra sangre, los licántropos…
Uxmael miró con sorpresa a Vania, y con un asomo de ofensa quizás, no entendía bien a que iba con ese punto, que él supiera, su pueblo no comía humanos. Al contrario: en alianza con ellos desbarataban granjas humanas y luego liberaban a las personas, y muchas de ellas, como la propia Vania, eran tomadas en protección y cuidado por alguno de los licántropos que participaban de estas cruzadas, como su propio padre, claro. Iba a decir algo pero Vania levanto la mano y lo calló antes de que empezara.
—Espera, no me interpretes mal, Ux, jamás diría que tu pueblo es hostil con el mío. No ahora, claro. Pero tú debes saber, tu propio padre me lo ha contado, que en principio, cuando reinaba Licaón, una gran parte de los licántropos que le seguían cometían esas atrocidades, se alimentaban de nosotros… ¿Acaso los perros solitarios, como les llaman ahora, no son parte de esa estirpe? ¿No es por eso que ya no pueden volver a convertirse en su forma humana? ¿Por haberse alimentado de nosotros en tiempos pasados?