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Dos días después de haber salido del fuerte de Lycanthrópolis, el coronel Optimus y Ptolomeo llegaron al palacio del rey Níctimo. Un hermoso castillo antiguo con forma de pirámide. Fueron acompañados por dos centauros más: Neptunio, y Optra, el centauro que llevaba al coronel.
La pirámide era una maravillosa obra de arte, con una base cuadrada perfecta de cien metros por cien metros de lado, una altura de cinco pisos culminando en un templete que complementaba un piso mas. Las rocas perfectamente encajadas una en la otra le daban una terminación casi pulida a lo largo de las paredes, que se elevaban hacia el cielo en una imagen impactante.
Los aposentos del rey Níctimo y su esposa, Dara, se encontraban instalados en el templete de la pirámide en la cima de ella. Había que subir cuarenta y cinco metros de escaleras de piedra dibujadas sobre la hipotenusa de la estructura y además poseía un grado de inclinación cuanto menos vertiginoso. No fue un problema para los centauros ni para los licántropos, por supuesto, aunque no podrían negar que les llevó un buen esfuerzo alcanzar la cima.
La construcción antigua de ese castillo, estaba hecha adrede así desde la época del padre de Níctimo, ya que en aquellos tiempos solían sufrir ataques al castillo real más seguido de lo que hubiera querido el rey Licaón. Entonces esa forma de pirámide, la inclinación, el perfecto encastre de las rocas formando una superficie lisa y resbaladiza, todo llevaba a que la única entrada posible hacia el templete del rey fuera a través de esa escalera empinada; difícil de subir, pero muy fácil de proteger desde la altura. Si se observaba en detalle aún podían encontrarse rajaduras, agujeros y algún que otro derrumbe en los bordes de la escalera, fruto de las antiguas batallas allí libradas.
Cuando la comitiva llegó por fin al templete de la pirámide, se encontró con un guardia que custodiaba la entrada. Un espléndido lobizón, raza muy utilizada en puestos importantes como ese debido a su porte y a su especial fortaleza. Su pelaje era overo: negro azabache, con amplias manchas blancas salpicadas caprichosamente por todo su enorme cuerpo. Empuñaba un mandoble que apoyaba de punta sobre suelo pedregoso. Los observaba impasible con ojos grandes y fauces a medio abrir. Intimidaba realmente.
El coronel Optimus Emirp conocía muy bien al lobizón que custodiaba a la realeza. Era un guerrero desde la primera hora, el rey no conocía otro custodio que no fuera él, incluso se dice que hasta llegó a conocer a Licaón, pero probablemente ese fuera un mito. Si bien era uno de los lobizones vivos más viejos de Lycanthrópolis. Otro mito acerca de él cuenta que no se le conoce en forma humana. Jamás nadie le ha visto convertido en humano, siempre está en su forma animal dispuesto a proteger al rey con su vida si fuera necesario. En lo que todos están de acuerdo es en que no es un perro solitario, ya que si no, su raciocinio también hubiera desaparecido junto con su forma humana.
—Buenas tardes, mayor Shaham Kollha —saludó el coronel sumando la venia—. Venimos a ver al rey, ¿podría anunciarnos, por favor?
El lobizón overo asintió con un movimiento corto de su gran hocico, y generó un gruñido gutural que no llegó a ser una palabra sino más bien un ruido ininteligible. Sacó la mano derecha del mandoble y tocó una campanilla que tenía a su lado, tres veces. Instantes después apareció en la entrada del templete real un hombre de avanzada edad, humano, que se acercó al coronel, sonriente.
—¡Coronel Optimus! ¡Qué milagro lo trae por estos lados!
—Hola, estimado Darío, ojalá fueran mejores ocasiones…
—Bueno, coronel, siempre habrá mejores ocasiones, no se preocupe. Pasen, pasen, en seguida le anunciaré al rey su llegada.
Diciendo esto, Darío se apresuró al interior del templete y se perdió por una puerta lateral alta de madera maciza y de doble hoja. El coronel Optimus y Ptolomeo avanzaron primero, detrás le siguieron los centauros que, cuando estaban a punto de cruzar la puerta de entrada, de pronto sintieron un golpe frío en el pecho. Cuando bajaron la vista hacia su torso, vieron que el filo del mandoble del mayor Shaham los cruzaba por delante impidiéndoles seguir. El lobizón gruñó como un lobo rabioso y los centauros se quedaron mirándolo con fastidio. El coronel se dio cuenta de la situación, desanduvo dos pasos largos y se acercó a Shaham.
—Mayor Shaham, disculpe nuestra impericia —dijo el coronel mientras retiraba el filo del arma del pecho de los centauros de forma suave y lenta—, ellos no están al tanto de las normas reales, discúlpenos. Por favor, Neptunio, Optra: ¿podrían esperar afuera? No se permite la entrada al castillo real de seres que no sean de nuestra propia raza…
—Pero, coronel, el humano…
—Ya, ya, Neptunio, por favor, luego les explicaremos, ¿podrían esperar aquí?
—¡Por supuesto, coronel! —respondieron los centauros al unísono, resignados a quedarse afuera.
El rey Níctimo entró por la misma puerta por la que había salido su mayordomo un momento después de que aquel fuera en su búsqueda. En su forma humana era un hombre alto y robusto, de pelo castaño oscuro y ojos tan negros como su cabello, su parada firme siempre sacando pecho le daba un tono arrogante a su postura. Infundía respeto en el otro.
—Buenas tardes, su majestad —dijo el coronel Optimus, inclinando la cabeza—. Lamentamos llegar así de improvisto, pero entenderá, señor, que tenemos un conflicto por resolver ya que hemos recibido la respuesta de la reina Lilith…