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—Estimados coronel y teniente, no veo otra opción que enfrentarnos a los vampiros. Ustedes saben que no podemos aceptar esas condiciones. Entonces lamentablemente deberemos ir a la guerra si es necesario. No creo que Lilith a esta altura acepte un no por respuesta, aunque lo intentaremos. Lo único que me tiene realmente preocupado es el número…
—¿El número su majestad?
—Sí, coronel, los vampiros no solo nos superan en superficie territorial, sino que también nos superan en número y por mucho. Debido a nuestra superioridad individual, ante una contienda armada podríamos subsistir un buen tiempo, ¿pero cuánto? Ellos seguirán viniendo y viniendo mientras nuestro número de licántropos vaya bajando y bajando…
—Es verdad, majestad, no podemos ser tan ilusos de suponer que no habrá grandes bajas, y menos que desistirán a la primera defensa que efectuemos. Seguirán enviando tropas y más tropas… —comentó Optimus con una seriedad casi angustiosa.
—¿Y una alianza? —planteó de repente Ptolomeo girando sobre sus talones como si se hubiera olvidado algo importante detrás de sí.
—La verdad, teniente, que es una buena idea. Le soy sincero: no se me había ni cruzado por la cabeza. ¿Quiere explayarse? —contestó el rey con un brillo de esperanza en sus ojos.
—Primero se me ocurrió que con alguna facción disidente de los propios vampiros, sabemos que hay muchos de ellos descontentos con los manejos de su reina, pero… no creo que podríamos confiar cien por cien en un vampiro, menos en muchos. Así que de pronto la respuesta la tenía delante: los humanos. Ellos son el punto más vulnerable de nuestro mundo, si les ofreciéramos una alianza, no se negarían estoy seguro, incluso podríamos trabajar desde su propio territorio montando bases militares nuestras…
—Pero Ptolomeo, ¿y el Pacto Milenario? nos impide… —Al momento de largar la frase, Optimus cayó en la cuenta: el pacto milenario había dejado de existir. A no ser que el propio Zeus bajara al mundo y volviera a implementarlo, las normas territoriales que por tantos milenios habían sostenido una relativa y equitativa paz entre las razas, habían caducado desde la transgresión de los marginales aquellos y el consentimiento implícito de su reina—. Tienes razón, continúa por favor.
—Sí, yo también lo lamento Optimus, pero el pacto es prehistoria en este momento, y esa noticia no tardará mucho en recorrer todo Ares. Espera a que las brujas se enteren, que viven quejándose de lo pequeña que es su isla… Creo que esto es el inicio del fin, estimado Optimus, si no logramos volver a establecer un equilibrio, aunque sea a fuerza de batallar, Ares estará perdido.
El rey observaba la discusión con resignación, no tenía nada que objetar, todo lo que su teniente vaticinaba era la cruda realidad, o iba a serlo en poco tiempo. Su mejor oportunidad era esa, aliarse. Si bien los humanos no eran fuertes por naturaleza, como los licántropos o como los propios vampiros incluso, eran muy hábiles con las herramientas y con las armas. Podrían suplantar fácilmente la falta de fuerza física, sumando fuerza armada sobre sus manos. Además eran muy inteligentes también, a excepción de los que eran criados en granjas desde su nacimiento que no les enseñaban ni a hablar, la mayor parte del pueblo humano era inteligente, incluso tenían armados sus propios grupos de resistencia. Esos que desbarataban el tráfico de jaulas de sangre hacia Aftokratoria y hacia la isla de Hekseinland. Por otro lado, varios licántropos de su pueblo se habían unido a esa cruzada, los llamados protectores, como lo había sido el padre del teniente Ptolomeo Yaotzin. Definitivamente una alianza con ellos era la mejor estrategia.
—Estimados —dijo el rey—, la reina Dara ha salido a cazar al Monte Unicornio, a unos kilómetros al oeste de aquí, yendo hacia el Mar Interior. Si lo desean podemos esperar a que regrese y luego explayarnos en los detalles de esta lamentable operación que se nos presenta. Además, de seguro querrá verlos después de tanto tiempo, ¿cuando fue la última vez que nos hemos visto cara a cara? ¿Dos, tres años pasaron ya?
—Creo que la última vez fue desde aquella revuelta...
—Ah, sí, sí. Nos vimos obligados a tomar medidas muy duras, mejor no lo recordemos.
La reina Dara volvió al atardecer. Se acercó a Optimus con el pelo mojado aún y lo saludo con un beso en la mejilla, de igual forma procedió con Ptolomeo. Salía recién de darse un baño de agua fría, luego de una agitadora tarde de caza mayor en su forma de loba, aun emanaba un tenue olor a salvaje. Optimus no pudo evitar notar que llevaba un fino vestido largo de seda blanco, muy transparente. Era una mujer alta, de cabello color negro azabache ondeado, que le daba un toque sugestivo a su bello rostro enmarcado entre esos mechones rebeldes de pelo húmedo. Su cuerpo era realmente exuberante y su mirada penetraba como un puñal de acero. Se arrimó a la mesa oval que se encontraba en el centro del salón donde los licántropos deliberaban, se sentó y obligó a su esposo a dejar pasar a los centauros que hacía horas esperaban afuera.
—Ellos son parte de nuestro pueblo también, querido, y además son de extrema confianza, deberían participar de esta reunión, después de todo ellos serán parte de nuestra fuerza defensiva y de la de choque… —dijo la reina dirigiendo una mirada dulce pero recriminadora al rey.
—Es verdad, querida, enseguida los haré pasar. —Níctimo llamó a su mayordomo y dio la orden.