Ariana, La De Las Flores

2. DE CUANDO COMENCÉ A ESCRIBIR

I PARTE: DE MI PASADO

 

2. DE CUANDO COMENCÉ A ESCRIBIR

 

     Recuerdo que mi vida siempre ha estado llena de soledad. Siempre me ha costado congeniar con la gente, mi carácter no lo hace fácil tampoco. Hoy en día puedo contar con los dedos de pies y manos a las personas con las que mantengo verdadero contacto. Y lo que es más, puedo contar con las manos a las personas a quien he mostrado mis más grandes tesoros.

     Tuve amigas, amigos, compañeros. Novios no, qué va. Pero a medida que he ido creciendo los he ido perdiendo; y así fue como tomé como cierto lo que mi mamá me repitió millones de veces: los amigos no existen. A mi no-tan-pobre madre la habían traicionado mucho. Conforme fui madurando, comprendí que los amigos sí existían pero que no todos caminaban hasta el final con uno, que no todos eran buenos para mantenerlos, que no en todos se podía confiar plenamente. Créanme, lo aprendí a las malas.

     Por eso, la mayor parte del tiempo estuve sola y tuve que encontrar otras maneras de mantener a mi mente y mi cordura bien puestas en dónde estaban.

     Comencé a practicar Karate-do desde pequeña, nunca fuí muy buena en combate pero desistí en el momento en que no pude soportar más las críticas de mi hermano y mi mamá. Sólo para retomar el karategüi* años después debido al colegio, pero en ese entonces ya era más fuerte y podía soportar las críticas un poquin más.

     Luego vino la natación, lo que me permitió conocerme un poco más como persona. Es decir, pasaba horas parada viendo al piso practicando las brazadas en una baranda, pasaba horas nadando de aquí para allá en una piscina de veinticinco metros en series de cien, de doscientos, de cuatrocientos y de quinientos metros. Tenía demasiado tiempo para pensar. A este nuevo hobby se unió mi hermano y comenzaron de nuevo a llover las críticas. Después fueron mi hermanita y uno de mis primos menores. Lo único bueno de este hobby, aparte de uno de mis compañeros y de mi recién descubierta habilidad de pensamiento interiorizado, fue que; a raíz de que mis padres no tenían tiempo para llevarnos, mi tío Ed si lo tenía y de sobra. La relación con él se fortaleció y se volvió muy importante para mí.

     Después le siguió el baile. Yo quería tenis pero mi mamá se opuso diciendo que ya había practicado suficiente deporte en mi vida como para que fuera sano y adecuado para una señorita. ¡Babosadas! Pero bueno… No puedo decir que haya sido una mala elección. Aprendí a controlar mi sonrisa, a lucir mejor el maquillaje, a perder por completo el miedo escénico, a corregir mi postura, a sentir la música recorriendo como lava ardiendo mis venas. Bailar para mi se convirtió en alegría, esperanza, en vida. A día de de hoy no puedo escuchar un joropo sin empezar a matar cucarachas*. Y si es El Gabán* con mayor razón empiezo a bailar, bailarina nacionalista que se precie de serlo no puede escuchar esa canción y no ponerse a bailar. ¡Esa canción es pura vida!

     Continué con la orquesta, tocar el contrabajo fue sensacional. Ser parte de la sinfónica fue una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. Los Trovadores de Carmen, escuchar el solo de fagot en su movimiento cuatro*. El primer y cuarto movimiento de La Estancia*, el merengue sin letra. Las vibraciones del contrabajo, el movimiento preciso del arco, las notas en las partituras, los cayos en los dedos. ¡Todo fue magnifique! Y lo que lo hace aún más especial es que allí conocí a mi Alfred, era percusionista.

     Oh, y cómo olvidar la vez que me inscribieron en una “Academia de Formación Integral”. Enseñaban baile, escenografía, conducción televisiva, maquillaje y modelaje. No duré mucho pero lo poco que aprendí me ha servido de mucho.

     También pasé por mil y un profesiones. Es algo que me causa mucha gracia ahora.

     En un principio, iba a ser pediatra. Estudiaría medicina para atender a todos los niños del mundo gratis, para que no pudieran ni morir ni sentirse mal. Entonces vino una tonta a decirme que no podía hacer eso, por que no tendría para comer. Y así fue como mi mayor sueño de los cinco años se cayó cuando cumplí nueve.

     Luego, debido a las prácticas de natación, quise ser biologa marina. Pero conocí en quinto grado de la educación básica a una niña llamada Karin. Karin quería ser diseñadora de ropa y de autos, me enseñó cómo dibujar los diseños y fue entonces que cambié de opinión. Ahora sería diseñadora. Recuerdo que mi profesora de sexto, quien también me había dado clases en primero y cuarto, me dijo:

     -¿Ahora quieres ser diseñadora? ¿Qué pasó, si hace dos años todavía querías ser pediatra?

     Su voz llena de desconcierto y confusión.

     -Me dijeron que me iba a morir de hambre si atendía a todos de a gratis, luego me hablaron de esto y me gustó. Así que cambié de opinión.




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