PARTE I: DE MI PASADO
4. DE MIS (DES) AMORES
Según el Dicionario de la Lengua Española, el amor -en su tercera definición- es la tendencia a la unión sexual. Un poco burda esta definición, pero cierta.
Muchas veces confundimos la simple atracción con el gusto mayor hacia la otra persona, y el gusto mayor con enamoramiento.
Siempre he dicho que estar enamorado y sentirse enamorado no es igual. No pueden ser lo mismo, porque uno habla de sensaciones y el otro de estados. Y los estados siempre han sido más definitivos que las sensaciones.
Por eso; puedo contar con los dedos de una mano las veces que me he enamorado de verdad. Y que me he sentido enamorada, todo al mismo tiempo.
Y, también, es por eso que confirmo la definición del DLE sobre el amor.
En su segunda definición, el DLE afirma que el amor es un sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Sinceramente, no estoy muy segura de a que se refieran con crear. Pero si sé de qué hablan cuando dicen todo lo demás.
No voy a nombrarselos a todos -de verdad, pasariamos toda la vida leyendo esto-; pero si a unos cuantos importantes. Esos que puedo contar con los dedos de una mano.
Oliver fue para mi un remanso de paz. Nunca como mi Alfred, pero casi siempre me ayudo a mantener la calma en mi ser. Cuando confiaba en él era como si tomara la pesada y molesta maleta que cargaba a mis espaldas, se la diera y el la tomaría de buena gana. Pero no para llevarla él, sino para enseñarme a como ordenarla de manera tal que el peso fuese más liviano.
Era tres años mayor y nos conocimos en la escuela primaria. Compañero de curso de mi hermano, era uno de mis mayores defensores frente al bullying escolar, junto a Ron, su mejor amigo.
Era adoptado y fue criado por su abuela, madre de su papá adoptivo. Tenía muchos hermanos, tanto adoptivos como de sangre. Y otros tantos más que se hizo con el tiempo y la convivencia.
Cuando terminó la primaria vivió por un tiempo con sus padres en otro estado, y no volvimos a vernos hasta que tuvimos doce y quince respectivamente. Estaba más alto, mucho más alto. Y delgado, siempre ha sido delgado. Pero también regresó con muchos demonios revoloteando a su alrededor.
Meses después de su regreso, se enamoró de una niña. Alguien a quien conocía y quien me había traicionado. Alguien que no le convenía, alguien que le haría daño y destruiría su poca estabilidad.
No me gusta en lo absoluto regodearme, y no lo hago cuando afirmo que se lo dije. Le dije que era mala para él, que no le iba a hacer ningún bien, que se cuidara alejandose de ella. Pero no escuchó.
Prefirió pensar que solo estaba celosa, que no quería compartirlo con otra persona, que era una niña que no sabía nada.
Ya en ese entonces guardaba sentimientos por él. Me gustaba. Tenía doce años, así que no sentía atracción sexual por nadie. Por lo que él solo me gustaba. Esta fue la razón por la que su preferencia de ella por sobre mi dolió tanto. Sin embargo, respire hondo y seguí adelante.
Dedicandole la ley del hielo, por supuesto.
Oliver fue una de mis experiencias más tóxicas y más dolorosas. Pareciamos gravitar el uno alrededor del otro. Al igual que él con esta otra niña. Ellos orbitaban el uno en el otro, y yo alrededor de él.
Oliver fue mi primer beso, nada realmente mágico pero la cara que puso una de mis amigas al vernos hacerlo no la olvidaré jamás.
Mis sentimientos siempre han sido de gran intensidad, es por eso que cuando me lastiman siempre lloro así sea solo una viruta en el ojo, metaforicamente hablando. Considero que nunca dejo de querer, disminuye la intensidad y la intención; pero el sentimiento nunca se va. Sin importar qué.
Entonces, a pesar de haberme enamorado como una tonta, nuestra relación creció, se fortaleció y cambió. Sé que me quería pero no de la misma forma en que yo lo quise en su momento. Así que seguí adelante y comencé a quererlo de otra manera.
Oliver fue mi mejor amigo, mi hermano.
Pero, sin embargo, fue quien más me hundió.
Él me ayudó, junto con mi Alfred, a superar los inicios de bulimia en los que entré. Me enseñó que la familia no solo era de sangre. Me ayudó a verme como una persona hermosa. Y a no sentirme como estúpida, que era como me sentía la mayor parte del tiempo.
Y aún así, me llevó de la mano por el camino de la amargura. Sucedió por una tonteria: él no aprobaba a uno de mis amigos y yo decidí ser una persona independiente por primera vez en mi vida y obviar lo que otros querían de mi, tomando mis propias decisiones. No le hice caso, no le gustó, se molestó. Mi respuesta fue simple: Es mi vida, y dejo entrar en ella a quien yo quiera.
Nuevamente, no le gustó. Y me dijo que si las cosas iban a ser así, entonces él ya no me quería en la suya.
-¡Soy tu mejor amiga!, le dije.
-No, no lo eres.
Bien por ti, eh.
Intenté arreglar las cosas, una y otra vez, pero él me ignoró y un mes después se había ido de nuevo con su papá.
-¡Soy tu mejor amiga!, intenté de nuevo.
-No, no lo eres. No eres mi amiga.