Escuchar Perfecta de Jesse y Joy, Strip de Little Mix para ambientación.
PARTE I: DE MI PASADO
El camino hacia la plena aceptación del ser es bastante largo y está lleno de tantos baches que no sé como aun podemos mantenernos de pie firmemente. Mínimo, deberiamos terminar con las piernas temblorosas, al menos. Pero si fuera así entonces viviriamos con un miedo atroz de vernos al espejo.
Cuando estaba por cumplir seis años, empezaron las críticas.
Era una cosa chica, de cabello largo y ondulado y de figura delgada. Hasta que el apendicitis tocó a mi puerta.
Me internaron de emergencia en el Hóspital Central de la ciudad, con un dolor abdominal tan fuerte que no recuerdo ninguna otra vez en la que haya llorado tanto como esa vez. Me diagnosticaron apendicitis -afección dolorosa en la que el apendice se inflama y se llena de pus-, lo cual luego descubrieron no era pero ¿quién cuestiona a los médicos? Exacto, nadie. Al llegar, sin muchas vueltas me conectaron la vía intravenosa y no se fue de allí por un largo tiempo. Me ingresaron a quirofano y extrajeron el infame apendice que al parecer no tenía culpa de nada. O eso dijo mi señora madre que dijeron los ineptos.
Según mi última experiencia con quirofanos, el suero y la intravenosa por la que cualquier medicamento líquido se envía al torrente sanguíneo se retiran inmediatamente después de terminado el efecto de la anestesia; dependiendo del grado de gravedad en la que se encuentra el paciente. Y yo no estaba en peligro de muerte, ni en peligro de deshidratación. Solo necesitaba los analgesicos y antibíoticos que calmarían el dolor y evitarían una infección en la herida.
Como resultado de esto, mi pequeña pancita tierna y plana se inflamó. Y esa inflamación nunca bajó. Sin embargo, con el reciente hábito adquirido de comer lentamente y asimilar mejor la comida, siguió creciendo cada vez más. Años después, mi nutricionista me explicaría que, al comer lento mi sistema digestivo asimilaría mejor los nutrientes y crearía la sensación de pesadez resultado de un estómago lleno que duraría mayor tiempo y reduciría la ansiedad; sin importar que la porción de comida sea la de un bebé. Y que, al comer más de la porción ideal para una persona el cuerpo lo asimila de manera diferente, lo que se traduce a estómago inflamado y mayor índice de grasa y masa corporal; o mejor dicho, sobrepeso.
Entonces, luego de la extirpación de mi inocente apendice, me convertí en la versión de mi que muchos de mis primos llamaron la vaca muuu.
Y desde ese entonces, con mis primos llamandome por ese horrible apodo que odio por un lado y con mis padres, hermanos y tíos criticando mi gordura repentina por el otro, verme al espejo me provocaba asco. El único que me decía que era hermosa era mi abuelo -el viejo cascarrabias-, pero como lo decía solo cuando estaba más allá de borracho no me servía de mucho.
Se mira en el espejo sin gustarle lo que encuentra.
Crecí escuchando el vaca muuu por todos lados. El deberías ser más flaca de todo el mundo. El no sabes ni combinarte la ropa de mi tía. El tienes que dejar de comer tanto de mi mamá.
Se ha hecho esclava de lo que la gente de ella piensa.
Empezaron a pensar en mí como la oveja negra de la familia, a pesar de que algunos de mis primos eran mejores que yo para ese título. Que los avergonzaba por mi manera de vestir. Que mis modales dejaban mucho que desear. Que mejor debía ser como alguno de los otros chicos de la familia, preferiblemente el perfecto de mi hermano. Que si tenía que arreglarme o peinarme más y mejor.
Sus regalos se convirtieron en ropa, zapatos, maquillaje para niñas y accesorios. Yo solo podía pensar ¿para qué demonios me va a servir todo esto? ¡Cuando crezca ni los zapatos ni las ropas me serviran, a menos que quiera jugar a los payasos en carnaval no sé nada sobre maquillaje, los accesorios de vieja no combinan con mi infantil apariencia!
Prisionera en su cuerpo como triste consecuencia.
Llegué a la secundaria con doce años, 1,60 metros de estatura y setenta y cinco kilogramos de pura grasa. Pesaba alrededor de veinte kilos más que el resto de mis congéneres. Al termino del año escolar había logrado bajar cinco kilos. Tres meses después, pesaba setenta y seis kilogramos. Un año después me fui de vacaciones con setenta y un kilos. Para, luego de tres meses, llegar pesando ochenta y un kilos.
Realmente, ese fue el año de mis desgracias.
Mi entrenador me puso a dieta, con aminoácidos y una rutina más fuerte. Necesitaba bajar de peso para las competencias o me descalificaban. No funcionó, bajaba uno o dos kilos y subía tres. Usaba faja para entrenar, mi abdomen se redujo un poco pero no así mis piernas ni mis brazos. Lo heredé de mamá, fue la respuesta que me dieron. Mi sensei se dió por vencido.
No así mi mamá. Dejenme decirles, Herbalife no es bueno. No tiene buen sabor, ni buena textura. Tampoco funciona tan bien como dicen. ¡Un kilo! Solo logré bajar un mísero kilogramo con miles de bolívares gastados. Y con consecuencias nefastas además: los aminoácidos cuando se toman y no se combinan con ejercicio fuerte y constante, provocan flacidez.
Así que sí, estaba gorda y parecía un murcielago.
Comence a verme al espejo cada vez más seguido y la mueca de repulsión no me la quitaba nadie. Tampoco es que hubiera alguien para verla pero bueno. Y después llegaron las palabras de odio, con la diferencia de que esta vez surgían de mi propia mente. En consecuencia, desde mi punto de vista y con algunas investigaciones hechas, entre en una fase bulimica que evolucionó hasta que toda la comida me provocaba nauseas, pero no podía dejar de comerlas y a la noche me escabullía al baño para tratar de inducirme el vómito. Gracias a Dios no funcionó.