Ariana, La De Las Flores

9. LAS PENAS CON CERVEZA SON SENCILLAS DE LLEVAR

PARTE II: DE SU PRESENTE

 

  1. 9. LAS PENAS CON CERVEZA SON SENCILLAS DE LLEVAR. -TEQUILA TANTO POR VIVIR. MAGO DE OZ.

 

 

Mensaje de Ángela: Ya lo dijo, todos menos Ari en casa de Leen después del trabajo.

Ariana bloqueó su teléfono y suspiró. Quizá… Quizá sería adecuado distanciarse un poco.

Estaba confundida, esa era la verdad. Su curiosidad había alcanzado niveles alarmantes con cada cosa nueva que descubría sobre su asistente. Su inteligencia, su carisma bastante escondida de los extraños, su negro sentido del humor, su capacidad inagotable para ayudar a los demás a superar sus problemas, su amplio complejo de mamá gallina con el que los cuidaba a todos.

Todos y cada uno de esos detalles la empujaban a querer saber más.

Y eso la confundía. Porque si, amaba a su novio pero hace tanto tiempo que con él no se sentía de esta forma. Su cuerpo y también su alma resonaban de manera distinta con ambos y no estaba segura de lo que eso podría significar.

Suspiró de nuevo y su mirada se enfocó en la mesa de barnizado brillante que adornaba la entrada a su oficina en el costado derecho, sobre la que descansaba un ramo de rosas naturales bastante peculiar pues no seguía un orden ni las reglas de la estética. Belén había empezado a traerlas desde que le había contando de su obsesión con las flores hace poco más de un mes. Syringa purpurea, rosas azules, naranjas, violetas, blancas y amarillas; cala belladona, camelias blancas y rosas, clavel silvestre y rojo, dalias blancas y amarillas y un único lirio en colores amarillo, azul, blanco, malvas y naranjas* decoraban el ramo más inusual que le hayan dado jamás. 

Sonrió y continuó trabajando. Cristian vendría más tarde para irse juntos a su departamento y debía terminar todo antes.

Sin embargo, todo el trabajo ocupó su mente y Ariana olvidó la alarma que había sonado en su cabeza cuando detalló más a fondo las flores que conformaban su ramo.

Si hubiese mirado más allá de su papeleo, habría fijado su vista en su Diccionario de las flores posado en su estantería y habría descubierto el secreto mejor guardado del pentágono.

 

 

El olvido recordó y la oscuridad se iluminó. La risa rompió a llorar.

Ahí estaba. La rica vibración de su cuerpo al compás de sus caricias, tal como un violín vibraba al ritmo del arco. Hacía tanto tiempo que no pasaba que casi podría decir que su cuerpo estaba experimentando las sensaciones por primera vez.

Habían dejado de tener sexo tres meses después de que ella fuera nombrada CEO, por distintos motivos. Peleas tontas, falta de tiempo y ganas, cansancio. Ciertamente se veían menos y Cristian solía molestarse si ella hablaba del trabajo —principalmente, porque siempre hablaba de Belén en esas charlas—, pero no era motivo para estar tan distanciados. A veces pensaba que él había comenzado a tenerle asco, veía como se le escapaban pequeñas muecas de desprecio cuando la tocaba de alguna forma, y eso había comenzado a hacer mella en su ser.

Siempre había sido insegura, fruto de una niñez sin atención por parte de su madre y el abandono de su padre. Solía verse al espejo y no ver nada más que a esa pequeña niña olvidada en el rincón más alejado y remoto de su casa, en pro de su hermano mayor. Ahora… ahora se veía a sí misma, su imagen actual, pero no con la grandeza con la que muchos la elogiaban, nada de la belleza que decían que poseía. Sinceramente, solo se veía hermosa cuando Cristian le hacía el amor. Y cuando él comenzó a mirarla de esa forma, su mundo casi cayó destruido.

Pero ahí estaba, tocándole de nuevo y haciéndola ver estrellas.

Comenzó con él llevándola en brazos a su habitación, provocándole risitas por su actitud galante. Una vez en ella, la tiró en la cama y se posicionó encima de su cuerpo mientras se quitaba la sencilla remera que llevaba, revelando su cuerpo tonificado. La besó, lento y profundamente para al cabo de unos minutos subir la intensidad, colando su lengua en su boca e iniciando una guerra con la suya.

Tomó su fina blusa y la sacó por encima de su cabeza, acariciando sus brazos en el proceso en una caricia efímera de sus dedos. Llegó a su pecho y se detuvo, dedicándole una sonrisa pícara. De repente apretó sus pechos con fuerza, haciéndola gemir con fuerza. Desesperada, perdida en el placer que hace tanto no sentía, ella desabrochó su brasier y empezó a desabrochar también el pantalón que él llevaba puesto y que se ajustaba en su parte media, evidenciando el gran bulto que escondía.

—¿Apurada eh, amor?— susurró en su oído mordiendole el lóbulo de la oreja. Se deshizo de su falda y el resto de su ropa interior. Acarició sus piernas desde sus pies hasta sus muslos, tentando su centro con roces fugaces.

—¡Por favor!— lloriqueo. Oh sí, ya recordaba lo mucho y tan bien que sentía cada vez que él la tocaba.

—Paciencia amor—, volvió a susurrar, esta vez lamiendo su cuello para después succionar con fuerza, seguro dejando marca. Terminó de sacarse el pantalón y su propia ropa interior, luego llevó una de sus manos hasta su centro y sumergió sus dedos de golpe en su interior. —¡Estás tan mojada y solo con unos cuantos toques!

Ariana jadeó con fuerza, arqueando su espalda. Lo que a Cristian le recordó que tenía a dos cimas gemelas desatendidas, por lo que dirigió su mano libre al pecho derecho de Ariana y apretó. Luego tomó su pequeño botón de un café claro entre sus dedos y tiró con fuerza. Sabía exactamente como ella disfrutaba de esa placentera mezcla entre dolor y placer. Abrió un poco más sus piernas y se acomodó entre ellas, alineando su erección con su centro.

—El monstruo de las cosquillas salió a pasear y en el bosque, con una pequeña cueva él se encontró— susurró en su oído, jadeando entrecortadamente. Ella soltó una risita y él sonrió. Si tan solo no fuese ella… —Quiere saber que hay dentro, cuáles son esos secretos que guarda. ¿Puede pasar, oh Ariana guardiana de las cuevas?




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