PARTE III: DE NUESTRO PRESENTE
Lo estaba haciendo de nuevo.
¿¡Por qué demonios estaba haciéndolo de nuevo si sospechaba que ella lo sabía todo!? ¿Un cierre, tal vez? No lo sabía, sinceramente. Le gustaría saber qué demonios le pasaba, por qué buscaba tanto de esta mujer, por qué se sentía tan atraída hacia ella, qué era eso que tanto le atraía. Y lo más importante, por qué estaba haciéndole esto, por qué traicionaba su confianza de esta forma tan vil.
Ariana ya no sabía quién era, y eso le asustaba.
Tocó a la puerta del pequeño departamento y esperó. Cuando se abrió, miró el rostro de la persona frente a ella y la vista le estremeció. Frialdad, decepción, amargura y hasta un poco de asco —no sabía si por ella o por sí misma, a veces Belén le resultaba demasiado compleja— podía vislumbrar en esas facciones redondeadas que se convirtieron en dueñas de sus noches. Incómoda, con una sonrisa temblorosa, le tendió la bolsa de papel que llevaba cargando en sus brazos. Belén levantó una ceja y se hizo a un lado, dejando el espacio suficiente para que Ariana pudiera pasar.
Al entrar, Ariana acomodó todo en una mesa con manos temblorosas, no tenía idea de cómo resultaría está reunión.
La puerta se cerró de golpe, haciéndola saltar en su lugar. Se giró hacia ella encontrándose con el rostro de piedra de su asistente.
—¿Qué haces aquí Ariana?— preguntó Belén, con tono neutro.
—Yo...— titubeó insegura de qué decir. —Te he estado buscando, por estas tres semanas que pasaron, digo. Yo, bueno, pensé que nuestras reuniones se habían hecho costumbre y he estado viniendo pero tú nunca estabas— expuso con inseguridad, la expresión de Belén se había vuelto ilegible.
—¿Y para qué me buscabas?
—Yo, uhm, yo…
Belén levantó la ceja y ese solo gesto logró que el nerviosismo de Ariana alcanzara niveles estratosféricos. El silencio se extendió por varios segundos, hasta que Belén lo rompió.
—Dejemos el teatro a un lado Ariana. Lo sé todo, y también sé que tú sabes que yo lo sé, así que deja de lado el teatro porque las cosas no sucederán de la misma manera otra vez. No voy a seguir tu juego de nuevo— atacó ella con seriedad. Esa última frase resonando con fuerza en su mente.
—¿De nuevo? Tú-tú...— tartamudeó, estupefacta por las implicaciones que esa sola frase traía consigo.
—Si, de nuevo Ariana. Tal parece que lograste olvidar aquella conversación en la mencioné que el alcohol no me provoca nada más que sueño si no lo quemo de mi sistema.
Ariana se puso pálida. Ella tenía razón, no la había recordado para nada. Lo que quería decir que realmente no la había engañado, sino que Belén le había dado infinidad de oportunidades para rectificarse, sea lo que sea que eso significaba.
—¿Te has dado cuenta?— preguntó Belén con voz suave, ladeando su cabeza y mirándola intensamente. Parece un depredador acechando a su presa, pensó Ariana.
—Yo… parece que sí— susurró, la culpa corroyendo sus entrañas y deslizándose a través de su voz.
—Respondeme un cosa: ¿cuál era tu objetivo con todo esto? Llegaste aquí la primera vez, llorando por un pendejo que te dejó sin ninguna dificultad, te ayude a llorar tu pena y luego simplemente tuvimos sexo, sesión que me gustaría recordarte fue la primera que tuve realmente.
Ariana palideció aún más, había olvidado esa parte también.
»Si, seguía siendo virgen hasta que me acosté contigo. Pero, más importante que eso Ariana, era tu amiga y soy tu empleada. Merecía y merezco al menos un mínimo de respeto y consideración. Por más de dos meses has venido aquí, a mi casa, buscando emborracharme para tener sexo conmigo. Y durante dos meses esperé que te dieras cuenta de que estabas haciendo mal, de que traicionaste mi confianza. De que me estabas usando quién sabe con qué propósito. No me violaste, solo porque yo di mi consentimiento.
Se puso verde, definitivamente. La dureza y la franqueza con la que Belén se dirigió a ella le hizo despertar, despertar y darse cuenta de que realmente actuaba mal; de que algún tornillo se safo en su cabeza. De que estaba dañando a alguien en su afán de no sabía qué cosa, quizá de no sentirse sola. Por su cabeza pasaron montones de momentos de ella y Leen antes de los últimos dos meses y medio, y cayó en la cuenta de que desde el momento en que ella había comenzado con su estupidez ya no eran ella y Leen, ya no eran ella y el equipo maravilla.
Se había alejado, paranoica de que todos supieran que ella había estado acostándose con una mujer y peor aún, emborrachandola para poder hacerlo y así mantener su conciencia tranquila. Pero, entonces, Leen no era la única que lo sabía: todos estaban al tanto de lo que ella había hecho. Empezaron a pasar más tiempo con Leen, cada vez trataban de hacer más reuniones y, por las últimas tres semanas, no la habían dejado sola ni por un instante.
¡NO!, gritó la mente de Ariana, cubierta de horror. Había perdido a sus amigas.
∆
Belén miró fijamente a la mujer pálida y horrorizada frente a ella, con dureza. No podía creer que aún con todo el tiempo sin sexo y sin contacto con ella, no haya podido reflexionar sobre sus acciones. Es decir, si el alcohol no tuviera en ella un efecto tan pasivo realmente sería violación y Ariana ni enterada. No entendía su actuar.
Sin embargo, no le molestaba esa parte de la historia. Principalmente porque ella siempre estuvo dispuesta, su molestia residía en que ella había confiado en Ariana y había sido traicionada esa confianza. El dicho decía que el roce hace al cariño, pero en Ariana todo parecía funcionar de manera distinta.
Había preguntado el objetivo de toda esta situación, pero dudaba que lo supiera. De lo que había aprendido en estos seis meses conociéndola, Ariana era una persona bastante insegura que se apoyaba en los demás para vivir. Y estaba bien tener en quien apoyarse, era maravilloso, pero no depender de ellos para tener fuerzas para vivir. Ese era uno de los peores errores que cometía el ser humano, la fuerza vital debe salir de uno mismo porque sino, cuando los demás se fueran por el motivo que fuese, entonces no habría de donde sacarla y, como un tonto, uno se echaría a morir.