Rápidamente se levantó, ignorando su adolorido cuerpo; buscó y tomó sus cosas, viendo frenéticamente a todos lados con miedo de que sus acompañantes se despertaran.
Aunque parecían estar durmiendo la mona, los desgraciados.
Belén se preguntó qué carajos había pensado para participar de algo así con desconocidos. Ella no era así, ¿qué carajos le estaba pasando? ¡Hasta se daba miedo ella misma!
Lo peor de todo es que era el despecho lo que la movía. No tenía un mal de amor tan fuerte desde Oliver, santo Dios.
Ya era suficiente, era hora de que pusiera pies en la tierra y se recuperara. Había salido de peores, podía levantarse de esta. Si, señor.
Pero ahora… Ahora era momento de huir.
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Cuando llegó a casa, la primera cosa que hizo fue ir a bañarse. Necesitaba deshacerse de toda la suciedad que abundaba en su cuerpo.
Se dirigió presurosa al baño, no soportando por más tiempo el olor rancio que de su cuerpo emanaba. Abrió el grifo del agua caliente para que así pudiera atemperarse mientras se desvestía. Definitivamente quemaría ese top, la falda y la chaqueta no, eran de sus favoritas.
Comenzó a desvestirse, cuando se congeló. Allí, frente al espejo, podía observar a detalle su reflejo. Gimió, horrorizada. Su apariencia dejaba mucho que desear. No era de extrañar que el taxista le haya mirado tan mal.
Su maquillaje estaba todo corrido, parecía un mapache en el mejor de los casos; en el peor Belén pensaba que incluso la Sayona estaría mejor arreglada que ella. Sus cabello despeinado parecía un nido de ratas. El top que llevaba estaba manchado de Dios sabrá qué, la falda con el cierre medio dañado. Sus preciosos tacones de gamuza negra estaban todos llenos de tierra. Lo único que se salvaba era su precioso bebé de cuero.
Pero lo peor, ¡oh, lo peor!, eran las manchas de lo que sabía era semen seco regadas por todo su cuerpo.
Una lágrima desde su ojo izquierdo. Sucia, así se sentía.
Lo que había hecho caló verdaderamente en ella ahora que podía ver una de las tantas consecuencias.
A una velocidad bastante más rápida del promedio, se desvistió y entró a la ducha. Tomó la esponja y talló su cuerpo con fuerza, en un vano intento de borrar lo que había hecho.
Desgraciadamente para ella, era algo que sería muy difícil de olvidar.
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Y si preguntan, diles que es mi culpa. Que fue mi locura que nos separó.
Llevaba tres días encerrada en su departamento, casi no dormía; pero lo compensaba comiendo cantidades industriales de puro helado de limón y chocolate.
Si salía, lo hacía solo para ir al supermercado por más y más helado.
Se sentía tremendamente avergonzada, no quería ni siquiera hablar con alguien. Si, seguía respondiendo a los mensajes de texto pero no con la misma fuerza y sin decir nada incriminatorio.
Por suerte —o desgracia, depende del punto de vista—, Ariana no había escrito. No sabía con qué cara le vería si le llegaba a ver, prometiéndole amor eterno y, a la primera de cambio, va y tiene una orgia o lo que sea que fuera eso.
¡Deshonor! ¡Deshonor a su casa, a su vaca, a su grillo!*
Iba a despertar. Si, en cualquier momento del próximo mes iba a despertar. Despertaría e iría con Ariana a contarle su nefasta fechoría. Ariana le perdonaría, le diría que le amaba y vivirían felices por siempre.
¿Verdad?
¿¡Verdad!?
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Probablemente, olvides mi nombre. O tal vez te mueras por verme, como lo hago yo.
Una semana después, estaba que se tiraba por la ventana o colgaba de las paredes.
La incertidumbre siempre era una cosa sería y una fuerza a tomar en cuenta. Quizás ella no debió dejar así a Ariana, talvez debería llamarla, quizá tenía que buscarla, recordarle que existía.
Pero, ella sabía lo mal que se sentía el estar atosigada por algo o alguien. No quería que su niña de las flores se sintiera así. Y si esa sensación le empujaba a alejarse, entonces menos la haría sentirse de esa forma.
Sin embargo, ¡ya no lo soportaba más!
Quería tener a su niña en sus brazos con una fuerza demoledora, quería besarla, tocarla, hacer el amor. Quería amarla, sinceramente.
Belén solo quería darle todo el amor que guardó dentro de sí, porque nadie lo quiso tener, a su linda Ariana.
¡Pero no podía hacerlo si Ariana no le buscaba!
O sea, que por lo menos tuviera la decencia de decirle que no la quería y así podría seguir adelante. Pero no, la señorita CEO no le decía nada. Y la incertidumbre le mataba.
Además, también debía asegurarse de que su noche de locura oficial no había traído consecuencias. No quería ni enfermarse ni tener hijos, no de esa forma.
Allí, ese parecía ser un buen plan. Se centraría en eso y luego iría en su busca para aclarar todo de una vez por todas.
∆
Estaba nerviosa. Muy, muy nerviosa.
Estaba esperando los resultados de todas las vergonzosas pruebas que había tenido que hacerse. Rezaba a todas las deidades que podían existir que no tuviera nada, absolutamente nada.
—¡Señorita Akanti!— llamó una enfermera.
Leen reaccionó rápidamente y se acercó a ella, extendiendo la mano para recibir el sobre. La ansiedad se la comería viva cualquier día de estos.
Presurosa, y con dedos temblorosos, abrió todos los sobres.
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Suspiró, solo había metido el pie parcialmente en el balde de estiércol.
—Ariana, ¡voy por ti!—, susurró para si misma; sin darse cuenta que a sus espaldas la enfermera negaba resignada mientras la veía irse, con el pensamiento de que la juventud de ahora debería investigar un poco más antes de hacer las cosas.
∆
Campanillas de invierno, crisantemo rojo y violeta, dalias rosas, geranio rojo, lunarias, peonias blancas, tulipanes naranja, y en medio de todo una única rosa negra sin espinas* conformaban el ramo de flores que llevaba en sus manos.