Ariana, La De Las Flores

16. SE HA IDO...

Ariana miró a Cristian con los ojos empañados por las lágrimas. Se sentía terrible, sentía como si alguien le estuviese arrancando el corazón.

Cristian se compadeció de ella y le abrazó, Ariana se aferró a él con fuerza. La sostuvo hasta que ella estuvo lo suficientemente calmada como para estabilizarse por sí misma. Luego le miró, esperando la decisión que tomaría.

—Yo… Debo ir a trabajar, pero...— dijo en un susurro, volteando a su espalda para ver el camino por el que Belén había corrido. Quería ir con ella y consolarla, decirle que todo era mentira, pedirle que le perdonara…

Pero no podía. Debía arreglar varias cosas primero en su vida antes de iniciar una vida junto a Leen.

—Está bien, haremos esto: vas a trabajar con normalidad, nos encargaremos de ellos, hablaras con tu abuela, enfrentaras a tus amigas y luego la buscaremos. ¿Te parece?

Respiró hondo, sopesando el plan sencillo pero delicado que Cristian proponía. Asintió, eso estaba bien. Siempre podía intentar llamarle y tratar de explicarle sin ninguna excusa.

Dos días más tarde, el chico de los recados tocó la puerta de la oficina de Ariana y entró dejando un pequeño ramo de crisantemos azules.

Ariana lo tomo con las manos temblorosas, con un extraño presentimiento aplastandole el pecho.

Había una tarjeta, sobria y de color blanco. Ariana tenía miedo, no iba a negarlo. La abrió y poco a poco leyó y procesó lo que había allí escrito.

Aquí tienes un ramo de crisantemos azules.

Vamos, ve a tu libro de florecitas y adivina su significado.

Ah no, espera. Yo te lo diré: el amor se acabó, no me costó nada superarlo.

No no, no te lo estoy diciendo a ti. Quiero que te lo digas en voz alta.

Vamos, dilo. Susurralo: el amor se acabó, no me costó nada superarlo. Repitelo, hasta que se te quede grabado.

Escríbelo en un nota y envía el ramo de vuelta a su destinatario.

Entendí el mensaje hace unos días, pero nunca está de más que alguien me lo recuerde para no seguir guardando esperanzas.

L.

Ariana sollozó. De nuevo, de nuevo le había hecho daño por no hablar a tiempo.

Si seguían así se harían un daño irreparable que las alejaría para siempre.

El sábado de esa misma semana, Ariana llegó desde muy temprano al departamento de Cristian y permaneció oculta en su habitación, esperando la llegada de quién parecía ser una espina en su trasero hacía mucho tiempo. ¡Y ella ni enterada!

A eso de medio día, escuchó el timbre sonar y como Cristian abría la puerta. Se preparó, era hora de hacerle pagar.

Salió de la habitación, muy quitada de la pena, llevando solo una camisa tan vieja de Cristian que se transparentaba debido al agua que escurría de  su cabello, haciendo notar sus pezones enhiestos.

—Oye, amor. ¿Quién era?— preguntó, haciéndose la desentendida. Fingió haberse sorprendido al notar a la intrusa. —Oh, hola hermanita.

Cristian reprimió una carcajada, mirando de Ariana a Cibel intercaladamente. La capacidad de Ariana para fingir y juntar el sarcasmo al mismo tiempo era hilarante, él no creía haber visto nunca nada tan gracioso como la cara que Cibel tenía en este momento.

Cristian había conocido a Cibel cuando tenía quince años, le había parecido la niña más hermosa que sus ojos habían visto. Por eso, le buscó y se hizo su amigo. Al conocerla más a fondo se había enamorado perdidamente de ella.

Habían empezado una relación cuando ambos tenían 17 años. Por tres años fueron totalmente felices el uno con el otro, pero como todo lo que sube tiene que bajar; los obstáculos se interpusieron y amenazaron su felicidad con creces.

Cibel era heredera de la familia Gutiérrez. La única e indiscutible o, mejor dicho, la única reconocida.

Leonardo Gutiérrez, su padre, heredó la fábrica de dulces de su familia cuando tenía 28 años. Todavía era y se comportaba como un niñato inmaduro, a pesar de su edad. Al heredar, le habían obligado a casarse y concebir a su heredero en los primeros seis meses de matrimonio.

Un objetivo que solo le molestó en una parte, puesto que tener sexo con alguien a quien se odia no es muy estimulante que se diga. Pero como su esposa era de esas mujeres que fueron criadas solo para satisfacer a su padre o a su marido, entonces era «hueco bien dispuesto» como la vulgaridad lo dice.

Sin embargo, eso no llenaba su vacía existencia. Por lo que se abocó a buscar y buscar, aún a pesar de tener todo lo que cualquiera podría desear.

Mientras su heredero era concebido, Leonardo conoció a la ingenua pero necesitada de afecto Yamilla Sosa.

Yamilla fue para Leonardo solo otro pozo donde depositar sus frustraciones, prácticamente la compró con un poco de afecto y su dinero. La pobre Yamilla nada pudo hacer contra sus dotes de manipulación, puso en él toda su confianza y le contó sobre su vida familiar.

Para su desgracia, su tan ansiado heredero nació mujer y su esposa sufrió de un preeclampsia grave que le daño la placenta y le impidió concebir de nuevo. Así que dejó de cuidarse con la ingenua Yamilla, le compró una casa y esperó que el feto fuera un niño.

Grande fue su decepción cuando Yamilla también dió a luz a una fémina.

Entonces, empezó a jugar, apostar y perder dinero en inversiones sin fundamento, perdiendo toda su fortuna en el proceso. Hoy en día, el banco estaba a punto de embargar su casa y su empresa, una empresa que ha perdido productividad y clientes, estando a punto de declararse en quiebra.

Y de repente, recordó que tenía otra hija que era una potencial heredera de un imperio creciente. Pero reconocerla sería demasiado fácil. Así que cuando Cristian pidió la mano de su hija mayor en matrimonio, vio una oportunidad de algo aún mayor.




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